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Columna
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Ahora, a comer

Se están poniendo de moda los cines con oferta gastronómica, además de con sillones reclinables y otros sibaritismos

De vez en cuando los negociantes del cine inventan algo para subir el precio de las entradas, aunque no siempre lo hagan por vía legítima. Quiero decir que en ocasiones ésta no suele ser la de mejorar simplemente el producto que se ofrece sino tergiversarlo para dar algo así como gato por liebre. Ocurrió, por ejemplo, en los años setenta, cuando se hinchaban a 70 milímetros las copias originales en 35 y se servían en ese tamaño haciendo creer al público que era su tamaño original. O se presentaban en Cinerama, Todd-AO, o en tres dimensiones 3 como si este fuera su versión original; en cualquier caso, engañando.

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En el cine de lujo, como en casa

Ahora se están poniendo de moda los cines con oferta gastronómica, además de con sillones reclinables y otros sibaritismos. Según esto, a las películas que ofrecen la cartelera se acabaría añadiendo, medio la imaginación correspondiente, un menú del día y salir del consabido aburrimiento de las palomitas, los nachos, los tacos y las mini hamburguesas. De la misma forma en que ahora se puede elegir la película también se puede acabar teniendo libertad para confeccionar el menú de la jornada: el cine clásico o el de terror, el musical, el wéstern o la comedia… ¿No sería un buen gazpacho el condimento ideal para Mujeres al borde de un ataque de nervios, o un buen trozo de sabrosa rata para acompañar a ¿Qué fue de Baby Jane?, o cualquier plato de Ratatouille cocinado con destreza por un ratón o una ración de spaghetti manejada hábilmente por un ágil tenista? Habría centenares de disparatados ejemplos para ilustrar la locura pero puede que finalmente todo acabe así y lo que menos preocupe sea en realidad la calidad de la película o de la proyección. Sería una forma más de acabar con el cine-cine.

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