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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Tenso diálogo con el mundo

'Un recodo en el río' es la novela de madurez de Naipaul, un periodo que dedicó a explorar las esperanzas y los desgarros de la descolonización

El escritor V. S. Naipaul, en París en 1992.
El escritor V. S. Naipaul, en París en 1992.Sophie Bassouls (GETTY IMAGES)
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¿Se puede contener un país en una novela? Un país... ¡y un continente entero! Al menos se puede si eres V. S. Naipaul. La novela en cuestión es Un recodo en el río y está a medio camino entre sus tempranos tour de force con la novela picaresca (Una casa para el señor Biswas) y las prodigiosas novelas con las que cerró su carrera: El enigma de la llegada y la dupla: Media vida/Semillas mágicas. Es la novela de madurez de su periodo de madurez, el que dedicó a explorar las esperanzas y los desgarros del que probablemente sea el fenómeno más característico, decisivo y con mayor número de personas implicadas del siglo pasado: la descolonización.

El lector no encontrará aquí dificultades formales. A diferencia de tantos colegas convencidos de que todo está ya escrito y que lo importante es la manera de decirlo, Naipaul tiene mucho que contar, y todo nuevo, al menos para el oído occidental. Que nadie espere aquí saltos en el tiempo, densidades verbales o audacias tipográficas, Naipaul concentró toda su originalidad en la mareante amplitud de su tema, en la manera cómo abordaba la progresión del relato (distinta en cada novela) y en una ética (¿hay otra palabra?) de la precisión semántica.

El punto de partida narrativo es un tanto extravagante: un indio musulmán que se traslada a un país africano en plena agitación política, acompañado de un esclavo (orgulloso de serlo) que le pertenece según una tradición milenaria, con el objeto de ampliar un negocio dudoso, colindante con el trapicheo. Updike (intuyo cierta prisa por entregar la reseña) dijo que se trataba de una novela "tolstoiana" y, aunque Naipaul disfruta de un ojo prodigioso para la descripción del paisaje, el lector no encontrará ninguna vehemencia ni un interés especial en la “profundidad humana”. Lo que Naipaul explora aquí, con la tensa serenidad de su estilo inquisitivo, es el complicado cruce donde las posibilidades de la libertad quedan abortadas por la herida que la dominación ha dejado en la conciencia del colonizado: renuencia a beneficiarse de los logros de Occidente y apego a costumbres improductivas y esterilizantes. Todo envuelto en las ásperas relaciones humanas y la descripción de proyectos políticos risibles, sin cuyo estímulo la agresiva imaginación de Naipaul parece incapaz de ponerse a en marcha.

Situado en este contexto quizás se entiende mejor la peripecia. Naipaul elige un caso extremo de "identidad desdibujada" para narrar la complicación diabólica que supone intentar estabilizar una identidad, la propia, de la que diversas instancias (cultural, política, religiosa, familiar, idiomática) tiran en direcciones divergentes, y a menudo contrarias. "¿Cómo vas a saber qué hacer en el mundo si ni siquiera sabes quién eres?”. Esta es la terrible pregunta que Naipaul arroja como algo viscoso contra Salim.

Era inevitable que apareciera la palabra "mundo", después de todo es el auténtico protagonista del libro, por encima del país en el recodo del río, África y el pobre Salim. La novela empieza con unas palabras de crueldad magnética: "El mundo es lo que es: los hombres que no son nada, los que se dejan llevar a sí mismos a no ser nada, carecen de lugar en el mundo", pero la relación que establecemos con el "mundo" (que a diferencia de la estable orografía del territorio constituye una suerte de compuesto elástico entre lo que esperamos del mundo y lo que el mundo nos permite) se prolonga durante toda la novela, y admite pasajes donde Naipaul condensa su célebre mirada melancólica por todo lo que se pierde: "Sentí nostalgia por mi casa; pero mi casa no era un lugar al que podía volver. Mi casa era algo que solo estaba en mi cabeza. Algo que ya se había perdido". Compete al lector extraer las conclusiones de este debate, de cuya decisiva importancia no podrá negar que ha sido advertido: "Eran personas que no habían entendido qué era el mundo y qué podían esperar de él, por consiguiente, no se movieron y no consiguieron nada".

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