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DIARIO DEL TURISTA ENAMORADO | 3
Columna
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Hoteles

El turista enamorado se da cuenta de que ha pagado un montón de euros por una noche en el infierno

Manuel Vilas
El turista enamorado.
El turista enamorado.Marcos Balfagon

No existe el hotel perfecto. Porque las habitaciones de los hoteles, por muy lujosos que sean, reflejan transitoriedad, paso, eventualidad, extranjería, y es imposible hacerlas tuyas en tres noches. Las noches del turista enamorado en los hoteles son un festival de luces y ruidos. La luz del televisor, que ilumina la habitación con un rojo satánico; la luz azulada del despertador eléctrico (esta es fácil de eliminar); la luz del minibar; la luz de la puerta principal que da al pasillo iluminado con cien mil vatios; la luz de los neones (es peor si el hotel es de cinco estrellas porque hay más luz) que se cuela por la terraza porque es agosto y hace mucho calor y el turista enamorado está en la playa y le gusta dormir con la ventana abierta antes que con el aire acondicionado encendido.Y los ruidos: tuberías, calles, coches, y zumbidos eléctricos de las entrañas de los edificios.El turista enamorado se da cuenta de que ha pagado un montón de euros por una noche en el infierno.

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Se acuesta, apaga la luz, abre los ojos pensando en encontrase con la dulce oscuridad y toda la habitación está iluminada por pequeños deslumbramientos intensos y feroces. Intenta averiguar cómo demonios se desenchufa la lucecita roja del control remoto del televisor. Consigue dar con el enchufe del televisor, pegado contra la pared, y está pringoso de polvo, porque allí nadie limpia, es una zona inaccesible. El turista enamorado se tiene que lavar las manos otra vez. Se vuelve a la cama y comprueba que la luz del televisor aún persiste después de haber cortado su suministro eléctrico. Tarda 1 minuto en apagarse, pero ese minuto es de consistencia sobrenatural. Al rato vuelve a levantarse para arrojar una toalla al suelo, junto a la rendija de la puerta y por la que se cuela la luz del pasillo con una intensidad de un sol de mediodía.

Cuando las luces han sido derrotadas, el turista enamorado cierra placenteramente los ojos, esperando disfrutar de las sábanas limpias y de la clemencia de la cama. Entonces, mientras intenta dormirse, comienza a oír un zumbido eléctrico persistente y enloquecedor. Vuelve a encender la luz. Comprueba que el aire acondicionado está apagado. ¿De dónde viene ese ruido? Llama a recepción. Sube un técnico de mantenimiento. El turista enamorado le recibe en calzoncillos gastados. Hola, buenas noches. Buenas noches, señor, me dicen que está oyendo un ruido. Sí, hay un ruido aquí. Yo no oigo nada. Espere, para oírlo tenemos que dejar de hablar. Ah, muy bien. ¿Lo oye? Sí, lo oigo. Bien, no estoy loco, piensa el turista enamorado. Es el ruido de las máquinas del ascensor, confiesa con conocimiento de causa el técnico. No podemos parar los ascensores, sentencia. Y se marcha.

Al cabo, un recepcionista conduce al turista enamorado a otra habitación. Es la única solución, dice el recepcionista. Oh, sorpresa, al turista enamorado le han puesto en una suite. Qué bonito es quejarse, qué bonito es ansiar la perfección, piensa el turista enamorado mientras disfruta de su silenciosa y lujosa suite, en donde todo es casi perfecto. Solo el lujo puede mitigar la angustia existencial, piensa el turista enamorado mientras se duerme. Tengo que poner más lujo en mi vida, y ya está dormido.

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