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Crítica | Blackwood
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La demente genialidad

Cortés vuelve con otro guion ajeno, con una película de encargo, americana, pero no sale a flote

Uma Thurman, en un fotograma de 'Blackwood'.
Uma Thurman, en un fotograma de 'Blackwood'.
Javier Ocaña

Brillante cortometrajista en los primeros años del siglo XXI, más que prometedor director debutante de largometrajes con el muy ambicioso e insólito Concursante (2007), y extraordinario timón al mando de la formidable Buried (Enterrado) (2010), basada en un magnífico guion ajeno, del estadounidense Chris Sparling, el salmantino Rodrigo Cortés tuvo su primer resbalón en una carrera inmaculada y en continuo ascenso con su siguiente obra: Luces rojas (2012), proyecto personal, escritura individual, producción suntuosa, reparto de lujo, narrativa desequilibrada.

BLACKWOOD

Dirección: Rodrigo Cortés.

Intérpretes: AnnaSophia Robb, Uma Thurman, Isabelle Fuhrman, Noah Silver.

Género: fantasía. EE UU, 2018.

Duración: 96 minutos.

Desde entonces han pasado seis años y Cortés vuelve con otro guion ajeno, con una película de encargo, americana, producida nada menos que por Stephenie Meyer, madre creadora de Crepúsculo, y a la que se han sumado empresas españolas, pero que tampoco sale a flote: Blackwood, basada en una novela gótica para adolescentes publicada en 1974, Down a dark hall, de Lois Duncan, de muy interesante esencia cultural y social, y que en su representación visual adolece, sobre todo, de falta de unidad. En el género, donde los apuntes de terror nunca sobrecogen en una historia de fantasía con cierto ramalazo social; y en el plan de diseño de producción y vestuario, donde se alinean sin cuajar personajes, ropas y momentos de aire decimonónico con otros plenamente contemporáneos, y ahí los roles y el aspecto de Uma Thurman y su hijo podrían ejercer de paradigma. Una historia gótica con epílogo de ambulancias, policías y supervivientes, donde igual caben (metido con calzador) un homenaje a El club de los cinco (las botas de Judd Nelson) que unos apuntes de giallo italiano.

De modo que lo más interesante de la función es su base, y su sensibilidad artística: una historia sobre las musas y la rebeldía adolescente, asentada en la frase “a través de mí” como línea de poder creador, en la que se elucubra sobre las relaciones entre locura y arte, y sobre el valor de la esquizofrenia para producir obras únicas. Un precio que deben pagar los genios y en el que, sin embargo, no se entra con el taladro de la crueldad, sino con el pincel del adorno, como un producto de los nuevos tiempos juveniles, más livianos que trascendentes.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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