El arte se organiza en Estados Unidos contra la plaga de opiáceos
La fotógrafa Nan Goldin, célebre por retratar los estragos del sida y la heroína, abandera tras superar su adicción a la oxicodona la lucha contra el patronazgo de las farmacéuticas en los museos
Nan Goldin, gran renovadora del lenguaje fotográfico, empezó a tomar oxicodona hace cuatro años a causa de una tendinitis. El dolor de muñeca le impedía trabajar con la cámara así que le recetaron pastillas de OxyContin, una especie de best sellerde los opiáceos en Estados Unidos. La dosis de 40 miligramos se antojaba excesiva al principio. Cuando tocó fondo, estaba tomando 450. La dependencia había ido creciendo con rapidez y la vida de Goldin pronto se puso a girar en torno a ese fármaco. El día en el que los médicos le cortaron el grifo, se lanzó al mercado negro, y al acabarse el dinero empezó a esnifar fentanilo, la droga sintética que mató a Prince y que puede resultar 50 veces más letal que la heroína. Al final del túnel no vino otra cosa que la sobredosis.
Y así es cómo la historia de la artista, célebre por documentar los estragos del sida en los 80 y la decadencia de la vida urbana, se mezcló en las estadísticas de esa mal llamada epidemia de los opiáceos en Estados Unidos, una crisis que solo en 2016 se llevó por delante a más estadounidenses que toda la guerra de Vietnam: más de 64.000. El 40% de las sobredosis de ese año fueron posibles por obra y gracia de una prescripción médica.
Una escultura con forma de cuchara para concienciar
Fernando Luis Álvarez, que abrió la galería en Stamford en 2009, asume que el movimiento en el mundo del arte es aún pequeño, pero asegura que toma fuerza. Su iniciativa de colocar una cuchara gigante frente a la sede de la farmacéutica Purdue, independiente del grupo de Nan Goldin, se dirige contra las grandes corporaciones, políticos que las apoyen, médicos que receten de forma abusiva y, más adelante, los proyectos artísticos que se beneficien de esa industria.
“Hoy me ha ocurrido algo increíble. Cuando he ido a una fábrica a buscar acero para acabar un proyecto y han salido todos los empleados a estrechar mi mano porque lo han visto y han perdido a muchos compañeros de trabajo por la epidemia de heroína”, explica el autor de la cuchara, Domenic Esposito, por teléfono. El escultor ha visto a su hermano en las garras de esta adicción durante 14 años, y a dos familiares más fallecer por las drogas.
Nan Goldin (Washington DC, 1953) fue adicta al OxyContin entre noviembre de 2014 y febrero de 2017, periodo que ella misma ha relatado con crudeza a través de fotografías tomadas entre Nueva York y Berlín. Dope on my Rug (Droga sobre mi alfombra), Oxy Script (el guion del Oxy) o Crushing Oxy on my Bed (Oxy destructivo sobre mi cama) forman una pequeña crónica gráfica de su caída a los infiernos de la peor droga que dice haber conocido. Ella, como les ocurre a los que se pueden llamar afortunados, logró entrar también en las estadísticas de la rehabilitación. Con sus subidas y bajadas mediante salió del pozo.
Y ahora, por convicción, tal vez también por catarsis, la fotógrafa ha puesto en marcha una campaña contra la empresa que desarrolló y comercializa el fármaco, Purdue Pharma, y contra la familia Sackler, los descendientes de los hermanos que en su día fundaron la compañía, y que resultan ser unos relevantes benefactores del mundo del arte en Estados Unidos y Europa. Goldin reclama que destinen su fortuna a luchar contra esta lacra y llama a boicotear cualquiera de sus donaciones hasta que eso suceda. Articulada a través de una plataforma que ella misma ha fundado, Prescription Addiction Intervention Now (cuyas siglas en inglés, P. A. I. N., significan dolor), la protesta parece una reedición de ACT UP, el grupo de acción que Larry Kramer fundó en los ochenta a raíz de la pandemia del sida, precisamente aquella plaga que la artista narró de cerca.
“Es un modelo, perdimos a mucha gente entonces y ahora también, era crucial hacer algo”, responde por teléfono Goldin, mientras prepara una nueva acción. Al día siguiente (el pasado viernes), acudirá a Boston para manifestarse junto a un grupo de activistas frente al Arthur M. Sackler Museum, que integra la red de centros de arte de Harvard, institución a la que piden que corte lazos con la familia. En abril, el grupo también se concentró ante la galería del mismo nombre de la red Smithsonian, en Washington, al grito de ‘Shame on Sackler!’ (¡Qué vergüenza, Sackler!) y, en marzo, en el ala del MET de Nueva York donde se encuentra el templo de Dendur, financiada por la dinastía. Un artículo extenso de Patrick Keefe publicado en la revista The New Yorker había establecido la relación entre el apellido y el imperio creado alrededor de la oxicodina. La artista, liberada de la adicción, lo leyó y decidió actuar. “Es lo que inició la conversación, vi que no había nadie en el terreno luchando por este tema”.
La familia Sackler
Los hermanos Arthur, Mortimer y Raymond Sackler, todos médicos, empezaron a invertir en compañías farmacéuticas en los años 50. Arthur murió en 1987 y poco después sus herederos vendieron lo que les quedaba de Purdue Frederick. Purdue Pharma, que era propiedad de Mortimer y Raymond, obtuvo la aprobación para fabricar OxyContin en 1994.
Gillian Sackler, viuda de Arthur Sackler, ha desvinculado el nombre del mecenas del negocio de la oxicodona. “Mucho de lo que se ha escrito sobre mi marido en los últimos meses es mentira. Arthur murió casi una década antes de que Purdue Pharma —propiedad de las familias de sus hermanos, Mortimer y Raymond— desarrollase y comercializara el OxyContin”, explica Gillian en un comunicado público. “Ninguna de las donaciones de Arthur antes de su muerte ni hechas por mí en su nombre después han sido financiadas por la producción, distribución o venta del OxyContin. Punto”, señala el texto de febrero.
En abril, un artículo en The Atlantic contaba, citando documentos judiciales, que Purdue había efectuado un pago de 17 millones de euros a la herencia de Arthur en 1997, dos años después del lanzamiento del fármaco, lo que puede interpretarse como un beneficio indirecto de aquel entonces, pero sigue sin implicar un vínculo directo con este o sus herederos. Y eso incluye a Elizabeth Sackler, hija de Arthur e historiadora, fundadora del centro por el arte feminista de Brooklyn.
En un comunicado enviado por correo electrónico, Purdue Pharma sostiene que “comparte las preocupaciones de la señora Goldin y PAIN sobre la crisis de las prescripciones y el abuso de opiáceos”. Agrega además que la firma “es parte de la solución”, que colabora con las autoridades en la prevención y ha lanzado varias iniciativas educativas. Pero en 2007, tres altos directivos de la compañía —Michael Friedman, Howard R. Udell y Paul D. Goldenheim— se declararon culpables de haber minimizado el verdadero riesgo de adicción y el potencial abuso en la información a reguladores, médicos y pacientes sobre el OxyContin. Los tres ejecutivos y la compañía fueron condenados a pagar más de 600 millones de dólares (511 millones de euros), aunque sin consecuencias penales.
La crisis de adicción iba a agudizarse pocos años después. Entre 2010 y 2015, según datos de la DEA (Agencia Antridroga) las muertes por heroína se han multiplicado en EE UU y muchas de esas historias arrancan con la prescripción de recetas.
Goldin no está sola. Hay más artistas que se han involucrado en este problema. El escultor Domenic Esposito, de Boston, y galerista Fernando Luis Álvarez colocaron el mes pasado ante la sede de Purdue, en Stamford (Connecticut), una cuchara de 300 kilos de peso y tres metros de largo que emulaba la que usan los drogadictos para quemar el veneno antes de inyectárselo. La escultura forma parte de una exposición en la galería de Álvarez, que acabó detenido aquella tarde.
La presión creciente contra las donaciones asociadas a los Sackler ha puesto en una posición delicada a la National Portrait Gallery, que ha recibido un compromiso de donación de un millón de libras (alrededor de 1,1 millones de euros) del Sackler Trust. La institución se limita a señalar que esta, como todas las promesas de donación, está pasando su proceso interno de revisión, en línea con sus política de ética en la captación de fondos y de objetivos caritativos.
Es difícil calibrar la fuerza que puede tomar este movimiento. Nan Goldin reconoce que no hay un gran número de artistas sumado a su grupo, pero asegura que siente un enorme apoyo cuando aborda el infierno de la adicción en público, probablemente porque el infierno del que habla es también suyo y ella ha visto muchos infiernos pasar ante sus ojos y ante su cámara.
No esperaba que el último al que se enfrentaría vendría en forma de receta firmada por alguien con bata blanca.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.