Séptimo encierro de San Fermín: un corneado menos grave en una rápida carrera de los toros de Jandilla
Otras cuatro personas han resultado heridas por contusiones y pisotones de los astados
Para los amantes del riesgo, el séptimo encierro de San Fermín ha tenido su punto culminante en la parte derecha del vallado de la plaza del Ayuntamiento, donde se ha producido un herido por asta de toro -el segundo en lo que va de feria-, y el aplastamiento de otro corredor contra los tablones de la curva de Estafeta por el mismo toro, el que encabezaba la manada, y que no pudo frenar la altísima velocidad con la que bajaba por la calle Mercaderes, a pesar del famoso líquido antideslizante. Según el parte médico inicial, solo un joven ha sufrido una herida en el brazo izquierdo con pronóstico menos grave, y tres jóvenes más han sido atendidos por contusiones, en un brazo, en un hombro y un pisotón en la columna vertebral, aunque ninguno de ellos reviste gravedad.
Otra mañana más, la subida por la cuesta de Santo Domingo ha sido meteórica, con tres cabestros, los más gallitos del grupo, en la cabeza de carrera, mientras los toros de Jandilla tomaban buena nota de que aquel no era el corredero extremeño donde han entrenado durante los últimos meses.
Asumida la cuestión, uno de los toros se ha separado del grupo con la firme decisión de barrer de corredores la acera derecha, y así lo ha hecho, entre huidas despavoridas de mozos, hasta que los astifinos pitones han hecho mella en la espalda de uno de los ellos; el joven quiso comprobar si, efectivamente, era un cuerno lo que notaba, intentó darse la vuelta y se encontró de cara con unos astifinos pitones que lo derribaron contra el asfalto al tiempo que el toro lo buscaba con saña en el suelo; fue entonces cuando lo hirió en el brazo izquierdo, y, por fortuna, el asunto no pasó a mayores porque el pitón derecho del morlaco se enredó en el fajín del mozo, se lo robó limpiamente y continuó la carrera con el lazo rojo por bandera.
Ese mismo animal, envalentonado, quizá, por su acción, aceleró por la bajada de Mercaderes, de tal modo que no pudo esquivar los tablones que cierran la curva que da paso a la larga y rectilínea calle Estafeta. Momentos antes del golpe final se encontró con un mozo que corría a su lado por la zona izquierda del vallado y lo aplastó contra las tablas. Cayó el animal, huyó de la quema como pudo el joven, y el toro consiguió levantarse, no sin esfuerzo, y reanudar la marcha, aunque sus compañeros ya lo habían sobrepasado.
El encierro por la calle Estafeta, con la manada casi compactada y dos cabestros a la cabeza, permitió bonitas carreras de los mozos que participaron en menor número que otros días en este séptimo encierro.
Finalmente, los toros de Jandilla hicieron honor a su tradición de veloces atletas, y el reloj marcaba dos minutos y veinticuatro segundos cuando los dos últimos enfilaron la puerta de los corrales. Esos dos se habían quedado rezagados en el tramo de Telefónica, sortearon las incomodidades de algunos mozos que les tocaron los lomos y les impedían el paso, pero, haciendo caso omiso de los impertinentes, alcanzaron el ruedo y avistaron a sus hermanos, que ya los esperaban para descansar hasta la próxima actividad de esta experiencia tan sorprendente, inesperada y divertida lejos de la dehesa.
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