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Meteórica carrera de los toros de Jandilla en el quinto encierro de San Fermín

La temida ganadería termina el recorrido en dos minutos y 13 segundos, sin corneados

Un toro entre varios corredores, en el quinto encierro de los Sanfermines 2017. Vídeo: así ha sido el encierro. Javier Lizón EFE
Antonio Lorca
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Una carrera meteórica —dos minutos y 13 segundos— han protagonizado los toros de la ganadería Jandilla en el quinto encierro de San Fermín, en el que solo dos corredores han sido atendidos por los servicios médicos por sendas contusiones craneales. Se ha roto así la trayectoria peligrosa de esta ganadería que, a lo largo de sus 17 comparecencias anteriores, dejó 30 heridos por asta de toro

Más que toros adormecidos tras una plácida noche de descanso, la corrida enviada por el ganadero más bien parecía un selecto grupo de atletas bien entrenados para ganar una medalla en la carrera culminante y definitiva de sus vidas. Una prueba que no habían corrido nunca, pero en la que se comportaron como experimentados corredores, que se abrieron paso a velocidad de vértigo entre los muchos mozos que intentaron acercarse a los protagonistas y entorpecer su marcha hacia la meta.

Tres cabestros de variada capa encabezaron la manada de este quinto encierro de San Fermín en cuanto se abrió la puerta de los Corrales de Santo Domingo. Pero solo unos pocos segundos fueron suficientes para que los jóvenes suficientemente preparados como son estos toros de Jandilla, en la flor de sus vidas y maduros atletas de cuatro años cumplidos, adelantaran sin dificultad a sus grandotes compañeros de semblante cansino en la empinada cuesta que marca el comienzo del encierro.

Tres toros negros —a la postre, los ganadores de la difícil prueba— se colocaron en cabeza, seguidos del único jabonero del grupo, e imprimieron una sorprendente velocidad, y como un rayo se plantaron en la plaza del Ayuntamiento, entre la sorpresa y el nerviosismo de los mozos, que no daban crédito a la rapidez de las imágenes.

Desconocían los atletas de cuatro patas que unos grandes tablones marcan el final de la calle Mercaderes, y cuando los vieron ya no hubo tiempo para reducir la marcha. No sirvió, por tanto, el milagroso líquido antideslizante de la adoquinada calzada, de modo que los tres primeros toros resbalaron y no pudieron evitar el duro encontronazo con la madera. El jabonero, que les pisaba ya los talones, corrió la misma suerte. Pero la sorpresa fue que un corredor humano apareció de pronto encima del último toro, como si fuera un improvisado jinete, quedó aprisionado entre las carnes bovinas y la madera, y solo el quite del santo patrón le permitió encontrar un hueco y reptar por debajo para poner espalda en polvorosa y evitar males mayores.

La calle Estafeta, llena hasta los balcones, como cada mañana en San Fermín, fue un espectáculo, en el que los corredores principales demostraron el duro entrenamiento que han seguido en el campo, y se limitaron a abrirse paso entre una riada de mozos que pudieron realizar bonitas carreras, y algunos, también como siempre, sufrieron atropellos y caídas por la errónea creencia de que pueden correr a la misma velocidad que los toros.

No hubo nada más digno de resaltar; es decir, nadie quedó descolgado, no cayeron los toros, y algunos mozos, eso sí, sintieron en sus carnes el olor de los pitones en la espalda, pero los veloces atletas llegaron ufanos al ruedo, felices de haber culminado una carrera exitosa.

Dos minutos y 13 segundos; casi de récord. Y lo mejor, solo dos contusionados después de que la estadística haga un flaco favor a esta ganadería que, ojalá, muestre su encastada nobleza en la corrida de esta tarde.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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