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Solo existe un Dios y se llama muerte

Los apóstoles del rock solo temen al mal sonido y las colas interminables en las barras, características ajenas al Resurrection Fest desde sus ediciones más tempranas

Rafa Cabeleira
Ambiente de público en el festival Resurrection Fest en Viveiro (Lugo).
Ambiente de público en el festival Resurrection Fest en Viveiro (Lugo). Oscar Corral

Han pasado doce años desde que un grupo de jóvenes decidiera que la Orquesta Panorama o el Combo Dominicano no eran atracciones suficientes para las fiestas de su pueblo, Viveiro. Se trata de una pequeña villa con cierto abolengo, situada en la Mariña lucense, lo que suele traducirse en turismo de velero, relojes caros y otros accesorios grandilocuentes. Su intención de sustituir los éxitos del verano por himnos del punk y del hardcore fue acogida con cierta desconfianza en sus primeros compases pero, a día de hoy, apenas unos cuantos nostálgicos del polo Lacoste y del humo de habano siguen mirando de reojo a la marea de camisetas negras que se funden entre la población local durante la celebración del Resurrection Fest.

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La alameda de Covas es uno de los puntos neurálgicos del festival más allá del recinto destinado a los conciertos. Las parcelas más golosas, aquellas que incluyen hierba fresca y tupida, sombra natural y vistas a la playa o al estanque de los patos, han sido tomadas con absoluta armonía por los campistas más madrugadores. El lugar presenta el aspecto de las grandes batallas, con los soldados haciendo acopio de hidratos de carbono, proteínas y cervezas antes de iniciar el asalto a los principales escenarios de la contienda. Un servicio de autobuses ayuda a recorrer los poco más de tres kilómetros que separan Covas de Celeiro, el auténtico nido de serpientes. Pese a ello, son muchos los que optan por el clásico paseíllo a pie atravesando puentes y calles que ya estaban ahí mucho antes de que alguien, no se sabe quién, tuviese la brillante idea de combinar la guitarra con un tendido eléctrico.

El cielo trata de intimidar a los presentes, pero no parece muy consciente de a quiénes dirige sus amenazas. Los apóstoles del rock, en todas sus variantes, solo temen al mal sonido y las colas interminables en las barras, características ajenas al Resurrection desde sus ediciones más tempranas. Todo está pensado y dispuesto para que el visitante no se sienta un simple número en medio de un gran ejercicio de contabilidad y eso se refleja en la fidelidad de los asistentes: “Hay carteles mejores pero ningún ‘festi’ que se le parezca”, dice Julio. Lleva seis años consecutivos adecuando las vacaciones a la celebración del festival, pidiendo prestado el coche a su padre y recorriendo los mil kilómetros que separan su Huelva natal de Viveiro. “Esto es devoción, niño; como la que siente mi madre por la Virgen del Rocío”, apunta otro onubense que levanta su vaso al cielo de Galicia para redondear con cierto misticismo su gesto. Dice que se llama Satanasio pero las risas de los presentes no secundan la mentira.

En el recinto me parece ver a Syrio Forel, el maestro espadachín de Arya Stark en Juego de Tronos, pero resulta ser un fan asturiano de Megadeth que se le parece. No importa, su presencia me ayuda a improvisar un final para esta primera crónica desde el corazón del averno: “Solo existe un Dios y se llama muerte. Y solo hay una cosa que decirle a la muerte: hoy no”.

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