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Crítica | La número uno
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Asalto a la esfera del poder

Fascinante en su retrato del poder, donde lo público y lo privado se entremezclan a través de las famosas puertas giratorias y del pago de favores

Emmanuelle Devos, en 'La número uno'.
Emmanuelle Devos, en 'La número uno'.
Javier Ocaña

LA NÚMERO UNO

Dirección: Tonie Marshall.

Intérpretes: Emmanuelle Devos, Suzanne Clément, Francine Bergé, Richard Berry.

Género: drama. Francia, 2017.

Duración: 110 minutos.

Una película feminista, coescrita y dirigida por una mujer, lejos del panfleto y del sectarismo, con planteamientos reales, desarrollo turbio, contradicciones en su mensaje y en su línea ideológica, demostrativa de la gama de grises de la vida real, de la complejidad del poder y de sus ramificaciones de género, pero sin olvidarse jamás de que vivimos en una sociedad dominada por los hombres, aún más en las altas esferas, y que eso hay que cambiarlo de alguna manera. Es el triunfo de Tonie Marshall con La número uno, la historia de una reputada ingeniera que puede convertirse en la primera mujer en ser presidenta de una empresa del CAC 40, el índice bursátil francés.

Así están las cosas también en el país vecino donde, con un retrato sutil y desasosegante, Marshall presenta un panorama de las alturas económicas gangrenado por el machismo: en cada mirada, gesto y frase. La condescendencia, la intransigencia, el asalto. El asco. Y, a pesar de todo, con un personaje protagonista definido en una sentencia propia: “No tengo un especial sentido solidario de género”. Así se hacen las películas, con conflictos.

Fascinante en su retrato del poder, donde lo público y lo privado se entremezclan a través de las famosas puertas giratorias y del pago de favores, La número uno se desarrolla entre grupos de presión, incluidos los lobbies feministas, que algo tienen que hacer para modificar los engranajes, aunque sea entrando en la misma dinámica de los hombres, y con una clave que todo lo domina: el valor de la información privilegiada sobre la vida de la gente que aspira a un puesto de mando, incluyendo la esfera privada. Para evitar nombramientos, para derrocar reinados, para intercambiar cargos, para provocar dimisiones. Lo vemos cada día en España, nos suena familiar.

Para Marshall, en su mejor película desde Venus, salón de belleza (1999), nadie escapa a una rendija de imperfección. Y eso es bueno. Eso sí, unas grietas son mucho más marcadas que otras, y la de su protagonista, la excelente Emmanuelle Devos, parece un triste paradigma de los tiempos: se dice de ella que “es frágil”.

De modo que, salvo los innecesarios flases del pasado de la madre de la protagonista, y más si se utilizan unas cinéfilas imágenes de La noche del cazador, de Charles Laughton, que no vienen a colación y que poca gente reconocerá, la película se mueve por una encomiable línea de calidad, trascendencia y perspicacia. Cine adulto para gente adulta, a la que le gusta reflexionar y que huye de que le lancen un discurso mascado acerca de lo que ya pensaba sobre un determinado tema para sentirse bien con su propio ombligo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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