Tiempos superpuestos
Recorrida por un trágico romanticismo y puntuada por una voz narrativa, la película reformula la Historia como purgatorio atemporal donde resuena la culpa colectiva
EN TRÁNSITO
Dirección: Christian Petzold.
Intérpretes: Franz Rogowski, Paula Beer, Godehar Giese, Lilien Batman.
Género: drama. Alemania, 2018.
Duración: 101 minutos.
Dos reproches condicionaron la recepción de la anterior película del alemán Christian Petzold, la arriesgada Phoenix (2014): que esa historia de reconstrucción de una identidad se sustentaran sobre el territorio frágil de lo que algunos consideraron pura inverosimilitud, y que la ambientación de época apostara por una funcional, y muy expresiva, síntesis en lugar de seguir los códigos convencionales de un diseño de producción realista. El cineasta no solo lograba contar lo que quería contar, pese a esos dos potenciales pies forzados, sino que su decisión teñía al conjunto de una fértil ambigüedad y de un barniz cercano a lo onírico. Lejos de querer pactar con quienes le cuestionaron, el Petzold de En tránsito acentúa aquí los componentes de extrañamiento y obtiene otro trabajo de incuestionable fuerza, aunque, en esta ocasión, no puede evitar que la sensación final esté más cerca de la de haber contemplado un aparatoso juego narrativo, desplegado en forzadas capas, que de haber caído bajo el hechizo de una obra orgánica de movimientos gráciles. En tránsito es un trabajo ambicioso, pero que respira pesadamente, con dificultad.
Utilizando como punto de partida, al igual que ya hiciera en Phoenix, una obra literaria ya llevada previamente al cine –en este caso, la novela Transit de Anna Seghers, adaptada por René Allio en 1991-, Petzold sumerge al espectador en un territorio marcado por una elocuente superposición temporal: esta historia de un fugitivo de la Ocupación que suplanta la identidad de un muerto para conseguir el visado que facilite su exilio en México sucede en la Marsella contemporánea, bloqueando todo rasgo de reconstrucción histórica para explorar una idea de Europa como permanente escenario de la persecución de los desclasados. Se propone, así, que la de los judíos perseguidos por los nazis a principios de los 40 y la de los refugiados a los que se niega puerto y cobijo en nuestra contemporaneidad es, en cierto sentido, la misma lucha. Recorrida por un trágico romanticismo y puntuada por una voz narrativa que revela su identidad en el desenlace, En tránsito reformula la Historia como purgatorio atemporal donde resuena una culpa colectiva.
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