Autocombustión humana y caos estelar
Los Teatros del Canal acogen el nuevo estreno absoluto de Marcos Morau
La compañía La Veronal vuelve a los Teatros del Canal de Madrid para estrenar Pasionaria, la última creación de su coreógrafo Marcos Morau (Onteniente, 1982), que se mantiene, con pocas variantes, dentro de las maneras y presupuestos formales de sus anteriores trabajos. Esta vez Morau y sus colaboradores, en la búsqueda de un tema argumental original, entran en un difícil jardín: una pararealidad, un ambiente en paralelo a “lo real” con guiños a una figuración de cotidianidad.
Los conceptos estilísticos y de género se abren en las manifestaciones contemporáneas tanto a la contaminación como a esa relación de vasos comunicantes con las artes visuales y sus últimas tendencias. Compañías y creadores de renombre como Peeping Tom (Gabriela Carrizo y Franck Chartier), DV8 (Lloyd Newson), Última vez (Vin Vandekeybus), Jan Fabre o Dimitris Papaioannou, por citar cinco nombres punteros cuyas fuertes improntas se ven latiendo más o menos con evidencia en los montajes de Morau, siempre mucho más modestos en comparación, aunque en franca lucha contra lo doméstico. Es muy evidente que Morau quiere huir a toda la velocidad posible del encasillamiento localista, su ambición le precede y se manifiesta de obra en obra en un crescendo que no parece tener otro límite que su sentido de consagración.
La práctica de la coreografía colaborativa entre los intérpretes y el regidor principal (en cuanto organizador) del trabajo informa al resultado de una autoridad nebulosa sobre los materiales expuestos. Sobre esto se ha escrito y especulado mucho, tanto desde el punto de vista estético como del de los derechos morales autorales; figuras de la estatura de Pina Bausch vieron discutido su método, pero no su autoridad y cultura coréutica. Más recientemente, el británico Wayne McGregor (Stockport, 1970) se vio asediado, puesto al microscopio, por las dudas de algunos teóricos y críticos en cuanto a la absoluta paternidad de sus criaturas coréuticas, y esto a pesar del éxito notorio de que gozaban a todos los niveles. Probablemente a Morau le llega la hora de esta disquisición, de este análisis.
PASIONARIA
Coreografía: Marcos Morau (en colaboración con los intérpretes); escenografía: Max Glaenzel; vestuario: Silvia Delagneau; luces: Bernat Jansà. Compañía La Veronal. Teatros del Canal. 3 de junio.
En Pasionaria coreografía propiamente dicha, hay poca; las sucesivas escenas separadas por violentos oscuros, los movimientos de corte robótico y la muy somera idea de un espacio social o laboral (también quizás un internado), no son suficientes para estructurar un programa dramático sostenido, ni eficientes para mantener seducido al espectador, que siempre espera algo más. Ocupa un lugar destacado el ventanal y lo que sucede detrás de él, desde una catástrofe lunar hasta un caos o enloquecida danza astral o de las estrellas. Por la ventana, casi al final, escapa el mismo actor que inicia la obra. ¿Salida o suicidio? Todo sucede en una enorme y a todas luces costosísima escenografía realista (al estilo literal de las que componía Rolf Borzik para Bausch como Barbe Belue y Café Müller) que está intencionadamente retraída al fondo del escenario, lo que aleja al público de la acción, no se sabe bien para qué salvo que para enfriar aún más el resultado.
Una escena sorpresa ocurre cuando antes de bajarse el telón, dos personajes caen de bruces y comienzan a soltar humo, lo que sugiere la autocombustión espontánea humana, a estas alturas entonces gana terreno un tipo de surrealidad, y así encajan los seres de cuatro brazos y demás dibujos caprichosos con los que la obra regala un humor sin fuelle ni asombros.
De la banda sonora, que tiene cierto interés formal, se ocultan en el programa de mano tanto las piezas seleccionadas como los nombres de los compositores. No es justo ni serio. El público, que no llenaba totalmente la sala, aplaudió de manera entregada y fervorosa a los artistas con largos bravos.
Babelia
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