“Por una película buena, Hollywood hace 400 de mierda”
Warwick Thornton estrena el 'western' 'Sweet Country', sobre Australia y sus aborígenes, y reivindica la calidad por encima de la cantidad
El 15 de diciembre de 1928, en un lugar perdido del norte de Australia, Wilberta Jack se cansó. Así que desenfundó su fusil y disparó. Contra Harry Henty, que cayó abatido, junto con su arma. Y contra un sistema que pedía a los aborígenes negros como él agachar la cabeza, incluso cuando un blanco amenazaba con volársela. El juez lo consideró “homicidio justificable”. “Wilberta Jack no estaría vivo de no haber disparado el primero”, se lee en el fallo. De nada sirvió. Porque una turma enfurecida de vecinos y autoridades emitió otra sentencia: venganza. Y linchamiento.
El protagonista de Sweet Country se llama Sam. Pero lleva dentro de sí a Wilberta Jack. Y todas las demás historias que la comunidad aborigen relató al director, Warwick Thornton, y a sus guionistas. Con ellas el cineasta (Alice Springs, 1970) construyó un western clásico, de más silencios que palabras, donde no hay banda sonora porque resuena el desierto; donde se muere por flechas y balas, pero lo más aterrador está de fondo: la salvaje belleza del territorio. Con esa receta, que obtuvo el Premio Especial del Jurado en el pasado festival de Venecia y llega mañana viernes a España, Thornton quiere contar otra historia de su país, la que nunca sale en los manuales.
“Existe una suerte de cuento de hadas sobre cómo nació Australia, o más bien cómo los colonos la crearon. Tanto que en los libros solo aparece a partir de 1780, cuando empezaron a llegar. Sabemos que es falso; no somos la nación ‘más joven’ del mundo, hay aborígenes que llevan viviendo allí 100.000 años”, asevera el director. Lo percibía como una auténtica misión: explicarles a los suyos de dónde vienen. De ahí que escogiera el western, justamente para alcanzar un público más amplio. “En cada tribu había alguien encargado de contar los relatos y mantener su memoria. Yo intento serlo en la mía, como cineasta indígena lo considero mi deber”, agrega.
“No se trata ni de dinero, ni de fama, sino de perpetuar esas historias”, continúa Thornton. Era, ni más ni menos, lo que le hacía "levantar cada mañana" de la cama. El director sostiene que precisa de un “fuego” dentro para volcarse en un proyecto. Así que, tras el éxito de su ópera prima, Samson and Delilah —otro relato sobre la Australia aborigen—, en 2009, su llama para la ficción se apagó. Rodó cortos, documentales, pero un segundo largo novelado nunca prendió. Hasta que Sweet Country le incendió de nuevo: “Necesito enfadarme por algo y convertir esa rabia en energía creativa. La ira es inútil a menos que sea usada para educar. Si haces un filme, que cuesta mucho dinero, ¿vas a desperdiciarlo o perseguir algo especial? Podría hacer un largo cada dos años, pero considero mejor para mi vida y mi carrera rodar dos obras importantes en vez de 20 inútiles”.
Thornton parece creer en el cine como algo casi sagrado. “No malgastar ni un fotograma de esa pantalla en basura para mí es fundamental”, ha llegado a declarar. Años luz del modelo de Hollywood, que el director resume así: “Por una buena película que producen, y que llega a muchísima gente, hacen 400 de mierda. Para mí eso no es una gran industria. Un montón de pantallas que merecerían algo mejor se desperdician en obras pésimas”. Frente a las superproducciones y a las fórmulas áureas, Thornton opone una obra rodada en 22 días y en casa, es decir, en las zonas desérticas donde se crio; un set plantado en la aventura, entre el bochorno y las inundaciones. Un día hasta tuvieron que huir de la tormenta cuando el agua ya superaba el capó de los coches.
Aunque el cineasta identifica un obstáculo aún más complicado: “El mayor desafío para un director es compartir el proyecto con el equipo, implicarlos. Necesito que todos me ayuden a hacer la película; desde el que lleva el café hasta el que sujeta los micrófonos, son tan importantes como yo. El apoyo de los demás te permite perder el miedo y lanzarte más allá, porque sabes que se tirarían contigo”. A ello, Thornton sumó el sostén de la comunidad aborigen y el empujón de los fondos públicos del Gobierno australiano. “He de agradecerles que sean colaborativos con películas que levantan preguntas, analizan la historia local. Las autoridades deben proteger estos filmes, si no solo veríamos Marvel y DC”. El ejemplo perfecto, según el director, es Francia: un porcentaje de los ingresos en sala siempre se destina al fondo para la producción nacional. “Si Star Wars recauda millones en España, una parte debería ir al cine español”, lo resume. Legítima defensa de las películas de autor. Su homicidio, desde luego, sería injustificable.
Babelia
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