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Crítica | Mi familia del norte
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La discutible gracia de los acentos

¿Puede divertir una película asentada en este tipo de comicidad para alguien que no sepa francés?

Un fotograma de 'Mi familia del norte'.
Un fotograma de 'Mi familia del norte'.
Javier Ocaña

El estreno en España de Mi familia del Norte, nueva apuesta de Dany Boon por el estereotipo cómico regional tras el espectacular éxito de Bienvenidos al Norte (2008), viene marcado por un problema de base seguramente irresoluble: más del 80% de los diálogos y de los gags están basados en el modo de hablar de la zona, en el llamado ch’tis, caracterizado, entre otros aspectos, por las grandes semejanzas de sonido en tres de las cinco vocales, por la ausencia del modo subjuntivo, y por la presencia de palabras y expresiones autóctonas, procedentes de un dialecto del picardo, que en el resto de Francia son desconocidas.

MI FAMILIA DEL NORTE

Dirección: Dany Boon.

Intérpretes: Dany Boon, Laurence Arné, Valérie Bonneton, Lyne Renaud.

Género: comedia. Francia, 2018.

Duración: 107 minutos.

¿Cómo se traduce eso en una película para cines españoles? En la versión doblada se ha optado por una mezcla de acentos y vocablos de distintas partes de la geografía española, que, aunque no sean exactos ni comparables, intentan trasladar la (presunta) comicidad, sobre todo en contraposición al acento parisino. Y en la versión original subtitulada, la que ha visto este crítico, se han escrito los diálogos tal y como suenan, con las palabras con letra “s” escritas como “ch”, y con la grafía calcando el sonido, al modo de ciertos escritores españoles que, en sus novelas u obras de teatro, querían representar con su escritura un determinado acento de sus personajes —lo hay, por ejemplo, en alguna novela de Max Aub de su serie El laberinto mágico, y en abundantes piezas de Arniches—, o incluso el de la traducción de algunas prestigiosas novelas de escritores de habla inglesa, que también jugaban con la grafía de los acentos en su versión original, como en el caso de buena parte de Llámalo sueño, de Henry Roth.

De modo que, si ya en la literatura la fórmula es de dudosa eficacia, en cine se hace ardua: ¿puede tener gracia una película asentada en este tipo de comicidad para alguien que no sepa francés y deba leer el subtitulado? Difícilmente.

Con independencia del problema para los no francófonos, la película tiene cierta simpatía, un par de buenos giros de guion —el golpe en la cabeza de su engolado protagonista, que reniega de sus orígenes, y que lo hace volver a hablar ch’tis, y el hecho de que una pija parisina quiera aprenderlo por amor—, y una acerada crítica, una más, al arte contemporáneo. Pero, como en lo del idioma, Boon siempre prefiere lo fácil a lo complejo, lo popular a lo sofisticado. Y ahí la secuencia del ultramoderno baño es paradigmática: pudiendo acudir a Jacques Tati, se inclina por la senda de Jean-Marie Poiré y Los visitantes.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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