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LIBROS / ENTREVISTA

Cárdenas: “EE UU está basado en la explotación de los latinoamericanos”

El escritor ecuatoriano publica en español 'Los revolucionarios lo intentan de nuevo', su celebrada novela en inglés sobre el idealismo y la pérdida de fe en las personas, las instituciones y en Dios

Mauro Javier Cárdenas, el pasado enero en Cartagena de Indias (Colombia).
Mauro Javier Cárdenas, el pasado enero en Cartagena de Indias (Colombia).DANIEL MORDZINSKI

Mucho antes de que Barack Obama popularizara su célebre eslogan Yes, we can (Sí, podemos) en la campaña a la presidencia de EE UU en 2008, Mauro Javier Cárdenas (Guayaquil, 1978) ya lo había convertido en motor de su existencia. Y en el éxito de su primera novela, Los revolucionarios lo intentan de nuevo (Literatura Random House), recientemente publicada en español, está la prueba de que la enérgica e hiperactiva persecución de sueños que ha protagonizado durante años —estudiar en una exclusiva universidad estadounidense, convertirse en escritor y además en una lengua que no es la suya— tenía razón de ser.

Escrita originalmente en inglés —a excepción de dos capítulos en castellano— y publicada en 2016 en EE UU, esta ficción que habla del idealismo de juventud, la amistad, la corrupción y la pérdida de fe —en las personas, las instituciones y en Dios— ha sido celebrada como un dechado literario de virtudes. Y le ha concedido a su autor, saludado por la crítica estadounidense como la gran revelación de la literatura latinoamericana, nuevos argumentos para persistir en la tardía vocación que se despertó en él cuando, a punto de graduarse en Economía en Stanford, leyó Ficciones, de Borges. “El fascinante libro de Cárdenas atraerá tanto a los devotos de McOndo como a los fanáticos de Bolaño”, ha dicho Los Angeles Review of Books. “Esta primera novela, escrita a lo largo de 12 años, es un buen ejemplo de cómo la ficción puede tener una urgencia, cómo es una de las mejores formas de abordar lo inconmensurable. Esta es una novela original e insubordinada, como su gramática, como su sintaxis, pero fabulosamente, convincentemente legible”, ha certificado The New York Times.

“Los elogios siempre te caen bien, pero no afectan a tu escritura”, relativizaba el escritor durante el último Hay Festival, que lo incluyó en 2017 en Bogotá39, la lista de los 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años a los que hay que seguir la pista. “Llega un momento en que ya sabes lo que quieres y lo que te gusta”.

"Odio la trama, la caracterización..., todos los elementos tradicionales de la ficción. Como escritor, busco nuevas formas de narrar"

Cárdenas llega a la cita seguro de sí mismo, pero con los pies en la tierra y una vitalidad envidiable para la solana que está cayendo, a punto de expirar enero. Toma asiento en un estrecho e incómodo banco de madera y, con un verbo tan torrencial como su escritura, se apresta a conversar sobre su primera novela: una ficción de sarcasmo implacable, cuya trama está colmada de paralelismos con su vida y la historia política y social de su país en el último cuarto del siglo XX.

—¿La define como novela política?

—Depende del día que me pregunte. Hay autores super-avant-garde que dicen que la política no les interesa. Pero al mismo tiempo vivimos en un mundo en el que tenemos a un presidente de EE UU que toma decisiones que afectan a las personas. Y si yo tengo dos personajes que son antiamericanos, hay política. Los personajes siempre existen en un contexto. Antonio vivía en San Francisco y se regresó porque por alguna razón no se sentía a gusto.

Antonio es el protagonista de Los revolucionarios lo intentan de nuevo. Como Cárdenas, nació en Guayaquil y ha tenido una vida idéntica a la de su autor en muchos aspectos. Hijo del jefe de suministros en el Gobierno de León Martín Cordero (trasunto de León Febres-Cordero), estudió en un colegio de élite de los jesuitas —el San Javier—; de adolescente hizo apostolado en los barrios más marginales de su ciudad y en el último curso se propuso formarse en alguna de las grandes universidades norteamericanas para volver y salvar a Ecuador de la pobreza y la injusticia. Pero a diferencia del escritor, aún instalado en San Francisco, Antonio se aferra a ese plan, acaso ingenuo, y, reclamado por sus amigos de la infancia, regresa a casa en la treintena para lanzar una candidatura electoral que frene a los corruptos y cambie el curso de la historia de Ecuador. “El libro tiene muchos aspectos autobiográficos, pero nunca me interesó escribir una autobiografía”, confía. “La autobiografía es un ingrediente más. Lo que me interesa es que se combine con mis lecturas, con la música de John Cage, el baile de Merce Cunningham…, y que de todo eso salga un gremlin”, explica. “Odio la trama, odio la caracterización…, odio todos los elementos tradicionales de la ficción. Como escritor, busco nuevas formas de narrar”.

Si por algo se destaca este relato es por sus enrevesados vericuetos narrativos. Su escritura, raras veces convencional, y siempre cambiante y cargada de slang guayaquileño, evoluciona hacia frases cada vez más largas, acotadas por guiones, en las que Cárdenas dice haber hallado un tesoro narrativo. “Casi al final de la novela me di cuenta de que había encontrado un tipo de oración que me resolvía todo, que era la oración larga un poco tradicional europea de Thomas Bernhard, y observé que al combinarla con esas rayitas, que fuerzan a los personajes a hablar mucho, todo tenía cabida: narrativa, memoria, imaginación, referencias a otros libros, y además de forma muy fluida”, explica. “Hay escritores que dicen que escogen un tipo de oración porque el personaje lo requiere. Y yo creo que es a la inversa. Creo que es la forma de escribir lo que determina cómo son los personajes”.

"La idea de que un republicano abriera mi libro y viera un capítulo en español y se cabreara me gustó. Fue mi pequeña sublevación"

El escritor ecuatoriano —que no ha querido traducir la novela porque, como W. G. Sebald, veía “el fin en el horizonte”— escribió la obra como quien toca un concierto de jazz, improvisando, sin saber adónde le conduciría cada frase. Solo tenía un comienzo y un final —“Antonio regresa y se da cuenta de que no debía haber regresado”­— y una determinación: escribiría básicamente en inglés. “Para mí el español era el de la escuelita, el de los amigos, el de la joda. Muy rico, pero muy limitado. Y uno no puede hacer así literatura. Lo que me interesaba del inglés es que para mí no tenía restricciones, en mi mente era como un sistema, no un lenguaje. Las palabras, que para los americanos tienen asociaciones, no las tenían para mí. Me sentía libre”.

Su decisión de intercalar dos capítulos y colar palabros en español tuvo trasfondo literario. Pero no solo. Hubo en ello un acto de rebeldía y subversión política. “Yo me he sentido bien tratado en EE UU hasta que ha llegado Trump. Pero con el tiempo uno se va dando cuenta de que el país está basado en una explotación de mis hermanos latinoamericanos. Su actitud es tan negativa que la idea de que un republicano abriera mi libro y viera un capítulo en español y se cabreara me gustó. Fue mi pequeña sublevación, deformar el lenguaje americano para que suene más latino”, explica.

Cárdenas trabaja como responsable de un equipo de analistas en un banco en San Francisco. Solo tiene dos horas al día para escribir. Se levanta temprano, lee “en la noche”, y así va ya por su tercer libro —el segundo se publicará en EE UU en 2019—, todos con Antonio como protagonista. Si el primero cuenta que Antonio regresa a Ecuador, el segundo trata de que no quiere lidiar con su hermana, que ha perdido la razón. ¿Y el tercero? En el tercero lo deportan, y ese es el motivo por el que el escritor, ya a disgusto en su país de acogida, no ha dejado aún EE UU.

Si Cárdenas ha llegado hasta aquí no ha sido por ciencia infusa, pero tampoco propulsado por el ambiente en el que creció. En el colegio se llevaban las matemáticas y en casa su gran lectura fue la enciclopedia que compró su madre cuando el psicólogo le dijo: “Dé al muchacho mucho que hacer para que no se meta en problemas”. El caso es que si hoy escribe es porque jamás ha dejado de buscarse. De niño quiso ser cura. “Lógico”, enfatiza. “Si te dicen que Dios es lo máximo, uno quiere ser lo máximo, y lo máximo alcanzable era ser cura”. Y añade: “A veces pienso que pasar tantas horas rezando solo el rosario y teniendo conversaciones imaginarias con la madre dolorosa fue el inicio inconsciente de ser escritor”.

Con las visitas a los pobres de Guayaquil, esa vocación religiosa se transformó en la ambición de ayudar al prójimo desde la política. Perfeccionó el inglés, se matriculó en Stanford, pero sintió que eso tampoco era lo suyo. Andaba totalmente perdido y desorientado cuando, providencialmente, se topó con Borges en el piso de una compañera, que le alojó en su casa durante unas vacaciones, y emprendió entonces el camino informal hacia la literatura. Cursos y más cursos, lecturas y más lecturas. Y así, el entonces empleado de una consultoría se prendó de Rayuela —“la literatura como juego”— porque le enseñó que en la ficción todo es posible; identificó al enemigo en Aristóteles —“vi clarísimo que no me interesaba ese conflicto acción-resolución”—, y con Virginia Woolf, Lobo Antunes y W. G. Sebald se dijo: “Sí, puedo”. Le llevó 12 años conseguirlo, pero ahí está Los revolucionarios lo intentan de nuevo.

Los revolucionarios lo intentan de nuevo. Mauro Javier Cárdenas. Traducción de Miguel Antonio Chávez. Literatura Random House, 2018. 320 páginas. 21,90 euros.

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