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W.G. Sebald: “Crecí en una familia posfascista alemana”

Está considerado uno de los grandes de la literatura europea contemporánea. En Alemania acaba de publicarse 'Austerlitz', su última novela. En otoño aparecerá en España una de sus primeras obras: 'Vértigo'

El escritor alemán WG Sebald.
El escritor alemán WG Sebald.Getty

Reacio primero a conceder una entrevista, W. G. Sebald es de una exquisita cortesía en el cara a cara, en un pequeño hotel en Múnich. Sus explicaciones denotan su larga experiencia de profesor universitario; el tono de voz es pausado, algo triste; y su alemán rememora tanto la región del Allgäu, región alpina en Baviera, de donde es oriundo, como el lenguaje culto de tiempos pasados. Al cambiar al inglés, lo que hace frecuentemente, Sebald, de 57 años, gana soltura y alegría. "El alemán coloquial no me es asequible, porque desde hace ya casi 35 años vivo en el Reino Unido", explica. "Pero tampoco sería capaz de escribir literatura en inglés. No es fácil ser bilingüe".

"Casi no conocía este país cuando lo abandoné, a los veintiún años y medio". Nacido en 1944, en Wertach, Sebald se marchó en 1965, primero a Suiza y después al Reino Unido: desde 1970 es profesor de literatura en Norwich. A grandes rasgos, este recorrido coincide con el del narrador de sus libros, oriundo de una localidad identificada como W. "Yo crecí en un pueblo muy atrasado, donde por el hecho de que en los años de la posguerra no había dinero, se vivía como en una época previa a las máquinas. Así, los primeros ocho o diez años de mi vida los pasé en un entorno muy silencioso y natural, y por eso hoy siento la invasión de la vida. Quiero decir: pese a que los frecuente continuamente, en el fondo no soporto los aeropuertos. Y tampoco las grandes ciudades", cuenta el escritor.

Pero Wertach y sus alrededores no fueron, ni mucho menos, un idilio. "Si algún día soy capaz de volver a publicar algo, será necesario que hable más abiertamente de mi propia historia y sobre cómo crecí en una familia posfascista alemana. Sonthofen, la pequeña ciudad en la que fui al colegio, podría considerarse un paradigma del fascismo, con su burgo y sus dos cuarteles militares. Es sabido que los sentimientos malignos se heredan. De niño, yo fui educado por alguien que acababa de salir de esta catástrofe, lo que de alguna manera deja huellas. No puedo decir: esto no tiene nada que ver conmigo". El nuevo proyecto literario de Sebald gira, precisamente, sobre lo que él llama la "educación sentimental" de los alemanes durante el nazismo. A Múnich ha venido para documentarse unos días en el Archivo de Guerra.

Bibliografía

Los emigrados. Traducción de Teresa Ruiz Rosas. Debate. Madrid, 1996.
Els emigrats. Traducción al catalán de Anna Soler Horta. Edicions 62. Barcelona, 2001.
Los anillos de Saturno. Traducción de Carmen Gómez. Debate. Madrid, 2000.
Vértigo (lo editará Debate el próximo otoño).

En retrospectiva, marcharse del Allgäu fue una opción inconsciente para escapar de un ambiente opresivo. Tuvo su coste: "Mi relación con Alemania es muy ambivalente. Por haber vivido veinte años sin casi moverme de un sitio, la sensación de pertenencia ahí está, aunque el resto del país sólo lo conozca desde la perspectiva de los cuartos de hotel. Lo extraño es que los alemanes, cuando hablan conmigo, me traten como un nativo -lo que para nada es el caso- y más aún si escuchan mi acento regional. Se me acepta de inmediato, pero en mi propia recepción de esta aceptación siempre hay un problema, algo que no va. Al mismo tiempo, desde luego, tampoco puedo afirmar que mi casa sea Inglaterra. Allí me siento igualmente extraterritorial. Es una buena predisposición para la escritura, pero también una carga, que, con el tiempo, se vuelve cada vez más pesada, también porque las investigaciones para los libros implican muchos viajes. Me he convertido en algo así como una existencia ambulante y encaro con cierto pánico lo que me resta de vida".

Una existencia ambulante

De la propia errancia al destierro ajeno sólo hay un paso, y Sebald lo ha convertido en un tema central de su obra, en especial, en las cuatro narraciones que componen Los emigrados. "Mi posición permite desarrollar un grado de empatía con personas a quienes esto ha sucedido no por una fortuita decisión propia, como en mi caso, sino por imposición ajena. Porque aquellos que son culpables de ello nunca se pueden imaginar cómo es ser expulsado de repente de un país. Todavía hoy, los alemanes no se pueden imaginar esta experiencia vital. De la noche a la mañana uno es convertido en una no-persona y es despojado de todo: de la casa, del dinero, de lo que uno ha adquirido en toda una vida o en varias generaciones, del idioma. Al vivir en Inglaterra, al menos en los años sesenta y setenta, me encontraba con muchas personas algo mayores que venían de Alemania. Yo, un joven académico, y ellos, que ya llevaban treinta años allí. Pero no estaban asimilados. Tenían su profesión y trabajaban en las instituciones, pero los ingleses siempre, a primera vista o cuando abrieran la boca, se daban cuenta de que se trataba de inmigrantes".

También la hasta ahora más ambiciosa obra de Sebald, Austerlitz,publicada en febrero en Alemania y ya casi traducida al inglés, gira sobre el destierro. En un tortuoso viaje hacia su propio pasado, el protagonista, Jacques Austerlitz, ya mayor, descubre que es huérfano del holocausto. La mayor parte de las críticas han sido elogiosas, incluso reverenciales. Pero Sebald no se fía y se ha tomado muy en serio algunos reproches de que su estrategia narrativa y su elegante estilo terminan por anestesiar el horror de los campos de concentración.

"En una de las críticas se calificó de risible que yo enumere todo lo que se veía en la vitrina de la única tienda en el antiguo campo de concentración de Theresienstadt", recuerda Sebald. "No aparece en el libro, pero allí también se veía un pequeño letrero de metal, ya desvencijado, en el que se leía: 'Agua de Theresienstadt'. Imposible mirarlo con inocencia. Es como la palabra clave que susurra el apuntador en una obra de teatro: detrás de ella, está toda la historia. No creo que en la descripción de aterradores sucesos históricos tenga mucho sentido explayar este terror en cada página. El lector no está en condiciones de asimilarlo. El método siempre tiene que ser indirecto y tangencial, y se tiene que intentar dejar en claro a los buenos lectores -los hay- que el autor piensa siempre, o con mucha frecuencia, en el tema. Para mí, escribir este libro ha sido el intento de crear un museo alternativo del holocausto. Aunque también es cierto que tan pronto algo terrible se ponga en un contexto estético, se convierte en conmensurable. Es el dilema moral de toda escritura".

Sentimiento de culpa

"Quizá Austerlitz consagre a Sebald también en Alemania, donde, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, Reino Unido o Francia, es un ilustre desconocido. "No estoy seguro, pero puede que tenga algo que ver con la temática de mi trabajo, muy relacionada con temas como el exilio y la persecución política. Los alemanes se sienten obligados a ocuparse de estas cuestiones, y, de hecho, lo hacen constantemente, pero por conciencia de deber. Son campeones mundiales en el sentimiento de culpa. No es un reproche, más bien una constatación: los alemanes de por sí se interesan muy poco por el pasado. Aparentan hacerlo, pero en realidad no es así. Por supuesto, esto les permite concentrarse más en el presente, lo cual es una de las condiciones para su eficiencia, supongo".

"Se escribe con la cabeza, y no con el cuerpo", sentenció Sebald en una ocasión. Elaborados racionalmente hasta en el último detalle, sus libros, no obstante, logran transmitir una profunda desazón. Sebald invoca la melancolía y explica: "La melancolía, en principio, no es un estado emocional. Puede que esté cargada de pesadumbre, que supongo es una forma de depresión, pero también es algo muy cerebral, que tiene mucho que ver con el pensar. Walter Benjamin, y los que lo siguieron, reflexionaron acerca de que la me-lancolía es una condición básica del trabajo creativo. Es decir, no es muy probable que se escriba literatura de cierta profundidad con un temperamento diametralmente opuesto a lo melancólico".

Dejar de escribir

Es una melancolía sazonada con pánico. "Tengo unas dudas tenebrosas acerca de lo que hago, tanto desde un punto de vista moral como desde uno estético. Escribir cada vez me cuesta más. Es muy característico de un determinado tipo de autor volverse cada vez más escrupuloso, sentir el pánico de ya no tener nada que contar, de hablar siempre de las mismas cinco cosas, al no saber de nada más. Pánico de repetirse en el lenguaje y en las ideas, y de escribir una frase que ya se había escrito. A veces, tengo la sensación de que debería dejar de escribir, de que ya basta".

Al mismo tiempo, se trata de una predisposición reflexiva con un centenario legado cultural a cuestas. "Seguramente también es un problema evolutivo, en el sentido de que para los autores del siglo XVIII escribir fue más fácil que hoy día. No existía hasta este punto la reflexividad sobre el trabajo propio, que comenzó con Flaubert, y la manera cómo se maltrató él mismo escribiendo. Rousseau y Voltaire, en cambio, se lanzaron alegremente a escribir, a seguir adelante, a mejorar la sociedad, a ilustrar".

Y las perspectivas son poco prometedoras. "Cada vez me convenzo más de que la capacidad de escribir podría desaparecer social o culturalmente. Entre más traquetee la gente en sus cajas de traqueteo..." (Sebald, en cambio, escribe a mano). "Es definitivamente posible que la sintaxis y la gramática desaparezcan y el idioma se convierta en algo gesticulante. Si leo a Voltaire o a autores alemanes del siglo XVIII, tengo la impresión de que la hipotaxis idiomática, la dependencia de una proposición de la otra, estaba mucho más desarrollada que en la actualidad. Si usted lee detalladamente la prosa contemporánea, también de literatos serios, se dará cuenta de que con frecuencia algo falla en la sintaxis".

No así en sus propias narraciones. Hoy día, sólo Sebald es capaz de escribir de esta manera en alemán, según admiten incluso sus detractores. Su estilo, preciso hasta la obsesión, contribuye a dar continuidad a una obra que bien podría ser considerada una única corriente narrativa: "Es el mismo proyecto ya formulado por Alexander Kluge: el intento de relacionar los sentimientos personales, por un lado, y los recorridos objetivos de la historia, por el otro. Ambas cuestiones se contradicen fuertemente, pero de lo que se trata es de mirar la manera cómo se condicionan mutuamente".

"Vértigo en el fondo es una especie de autoanálisis. El tema principal es el amor, en sus distintas expresiones y condiciones de pánico. En la última parte, en la que el narrador regresa a casa, se intenta entender de dónde proviene toda esta conmoción emocional, propia del ser humano. En Los emigrados y Los anillos de Saturno, los contextos son otros, pero aun así el elemento autobiográfico recorre intermitentemente los tres libros. Si se han leído, es posible hacerse una imagen aproximada de la persona que se encuentra detrás del narrador. No es fiable, pero sí cercana. Y esto para mí es muy importante, porque tengo la sensación de que es necesario que quien escriba un texto ficticio muestre sus cartas, es decir, que diga algo sobre sí mismo y se tenga una imagen de él".

"Al mismo tiempo", prosigue Sebald, "me parece espantoso el confesionalismo, es decir, presentar continuamente en bandeja mis problemas personales. Por tanto, he tenido que encontrar una modalidad que me permita garantizar mi presencia en el texto. El pensamiento también tiene mucho que ver en esto. No creo que sea posible escribir hoy día un texto de alguna manera carente de ideas, que tan sólo cuente la historia de personajes fortuitos. En mi opinión, la buena prosa tiene que intentar construir ideas y mundos, y también tomar postura sobre el estado de las cosas. Al fin y al cabo, uno reflexiona sobre estas cosas".

Degradación natural

"Más que la situación social, que en la actualidad ya no me parece decisiva, me interesa la relación entre la naturaleza y la sociedad, las consecuencias negativas de nuestro modo de vida. Desde luego, no es un problema nuevo. Hoy día, sin embargo, la degradación de la naturaleza define nuestra vida como nunca antes". Últimamente, Sebald ha pensado mucho en esta "perversión de la sustancia vital", ya reflejada en la descripción de la pesca del arenque en Los anillos de Saturno. "Con la fiebre aftosa, que en el Reino Unido todavía no ha terminado, en la televisión se veían estas imágenes de hecatombe de animales achicharrados. Ya son casi cuatro millones de reses y ovejas sacrificadas de cualquier manera. Cada uno de los animales, ejecutado con un tiro en la cabeza. La sangre corría por todas partes".

A la vez que el narrador-autor se involucra en la obra, también los demás personajes tienen que tener asidero en la realidad. "Para mí, es importante saber que no estoy leyendo una vaga historia, que ocurrió en algún momento en la Barcelona de los años cincuenta. Quiero saber con mucho detalle cuándo nació la gente, y quiénes fueron sus padres. Los datos y la localización siempre me han parecido importantes, y ya desde niño me interesaba el hecho de que hubiese lugares de otro nombre. Todas las estaciones de tren entre el Allgäu y Múnich se me hacían como misterios. Son lo cronológico, lo topográfico y los datos biográficos y de otro tipo los que dan estructura a un texto. Limitarse a las emociones de los protagonistas, como sucede en muchas novelas, para mí es demasiado pobre. Y la manera como escribo es una consecuencia de mis propias preferencias y aversiones. Siempre me ha parecido lógico coger de las biografías aquello que pueda necesitar y luego inventar un poco, aquí y allá".

Sebald viene de leer una autobiografía de Rosa Lévine Meyer, esposa de Eugen Lévine, líder de los consejos revolucionarios de Múnich en 1919. La razón: uno de los correligionarios de la pareja se llamaba Egelhofer. "Igual que mi abuelo", constata, intrigado, Sebald. "No existen tantos Egelhofer". Pero hay algo más que se solapa: Rosa Lévine Meyer nació el mismo día que Sebald. Al haber "una probabilidad de 1 a 365, esto no es demasiado excepcional". Pero el punto es que "siempre son estas coincidencias las que establecen una relación directa con el lector y por eso es tan importante ocuparse de los datos reales. Para los lectores, posiblemente, existan otras conexiones. Por ello, en mis libros, precisamente aquello que más inventado e improbable parece, la mayoría de las veces se sustenta en hechos reales. La invención se limita a las zonas marginales".

Recordad a los muertos

Rosa Lévine Meyer ha impresionado también por otra razón a un súbitamente coqueto Sebald. "He visto una foto de ella que me ha gustado mucho, de cuando tenía 25 años. Una mujer así me gustaría encontrármela cualquier día de éstos por la calle". Puede que también sus lectores tengan la oportunidad de admirar a la joven revolucionaria, quien, tras desencantarse con el comunismo, acabó exiliada en Inglaterra. Sebald suele ilustrar profusamente sus libros con fotografías, en teoría auténticas. "Las imágenes en blanco y negro me remiten a otros mundos. Son documentos de una ausencia casi metafísica. Mudas, las figuras te miran como esperando la oportunidad de decir algo".

Entramos, pues, al terreno de los difuntos, a la recuperación de la memoria, a la superación del tiempo. Sebald ha leído con mucha atención a Borges, homenajeado ya en Los anillos de Saturno."Borges comprendió muy temprano el error que supuso expulsar a la metafísica de la filosofía. Porque, de hecho, hay cosas que no nos podemos explicar fácilmente, y porque, más allá de lo social, forma parte de nuestra condición humana, antes más que ahora, mantener cierta relación con los que nos antecedieron. Recordar a los muertos nos distingue de los animales. Hasta hace poco, la presencia de los antepasados era real en muchas regiones. A esta gente se la conocía. A mí, la metafísica me ha interesado desde muy temprano. Puede que tenga que ver el que haya crecido en un pueblo muy atrasado, donde estas actitudes de alguna manera aún estaban presentes. En el sentido en el que Franz Kafka dijo que alcanzó a agarrar la esquina de una manta de rezo judía que ya salía volando, yo todavía alcancé a ver qué es lo que fue eso".

"Los muertos siempre me han interesado más que los vivos. Los cementerios me han atraído desde niño, y no creo que sea morbosidad. Lo que a mí me interesa es de qué personas se trataba, y en ello también tienen que ver las ideas. En Los anillos de Saturno, por ejemplo, está la figura del médico Tomas Brocen, quien también escribió libros. La forma que toman sus ideas es maravillosa. De ahí, desde luego se puede extrapolar que nuestras actuales nociones científicas posiblemente no sean mucho más acertadas de lo que pensaba la gente en el siglo XVII. Y que lo único que realmente vale de una idea es la belleza de su forma, y si, de alguna manera, es capaz de conmover. Nunca se puede partir de la base de que una idea sea más correcta que otra. Creo que, como sociedad, hemos perdido mucho en los últimos 150 años al habernos entregado casi completamente al positivismo".

Lo excéntrico y lo fantástico

La protesta particular de Sebald consiste en abrir las puertas de sus narraciones a lo fantástico, ya sea en la figura de aquel perseguidor de mariposas que evoca a Vladímir Nabokov, en los fantasmas que pueblan Austerlitz, o en muchas de las biografías reflejadas. "Prefiero escribir sobre personas bastante excéntricas, y lo excéntrico tiene algo de fantástico. Este tipo de cosas, por lo demás, también le sucede a uno. A mí, por ejemplo, recientemente me pasó que estaba en un museo de Londres para ver dos cuadros. Detrás de mí había una pareja que, creo, conversaba en polaco. Un caballero y una dama, de aspecto muy extraño, no parecían de nuestro tiempo. Después, por la tarde, tuve que ir hasta la estación de metro más periférica de Londres, una ciudad de 15 millones de habitantes. No había nadie. Salvo estos dos del museo. Ahí estaban", recuerda Sebald.

"Lo que Borges dijo sobre las coincidencias corresponde con bastante exactitud a lo que también yo pienso. No son casualidades, sino que en alguna parte hay una relación que de cuando en cuando centellea por entre un tejido ajado. Pero no tiene sentido especular. E. M. Foster ha dicho que el elemento más crucial de una novela es que debe haber algo que no es posible aprehender del todo". Sebald concluye: "Y esto es lo que se puede decir de la literatura: lo único realmente bello que tiene es que todo está permitido".

"No leo a autores contemporáneos"

C. K.

Cuando Javier Marías, sebaldiano declarado, recientemente pidió al escritor alemán una nominación para el Premio Reino de Redonda, éste se abstuvo: "Querido Javier: yo no leo a autores contemporáneos" (a la postre, el homenajeado fue el surafricano J. M. Coetzee). Con la mirada fija en el pasado y muy exigente como lector, Sebald considera una especie de pérdida de tiempo seguir la pista a un "mercado desbordante" en el que abunda la "mala literatura". "Caso dado, es mejor volver a leer El Quijote",manifiesta. La mayor parte de sus lecturas consiste en obras biográficas, históricas y científicas, materia prima, muchas veces, para sus investigaciones.
Sin embargo, Sebald es un gran conocedor de algunos clásicos contemporáneos y, en especial, recuerda mucho al austriaco Thomas Bernhard. "Es uno de mis modelos, y lo echo mucho de menos como autor. Calificaría de periscópico su método de narrar con uno o dos desvíos. Es una invención muy importante para la literatura épica de nuestro tiempo", señaló en una entrevista en Der Spiegel.
Sebald, quien dice detestar la crítica literaria, ha escrito dos ensayos sobre la literatura austriaca: Die Beschreibung des Unglücks (Descripción de la miseria) (1985) y Unheimliche Heimat (La patria siniestra) (1991). Además, ha reflexionado sobre Gottfried Keller, Johann Peter Hebel y Robert Walser enLogis in einem Landhaus (Hospedaje en una casa rural) (1998), y sobre la reticencia de la literatura alemana de ocuparse del tema de los bombardeos aéreos durante la Segunda Guerra Mundial, enLuftkrieg und Literatur (Guerra aérea y literatura) (1999).

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