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Cebrián: “Debemos inventar un ‘software’ que defienda nuestros derechos”

El presidente de EL PAÍS cierra el congreso de periodismo de la Fundación Santillana

El presidente de EL PAÍS, Juan Luis Cebrián, durante su intervención en la clausura de la cuarta edición del Congreso de Periodismo Cultural celebrado en Santander.
El presidente de EL PAÍS, Juan Luis Cebrián, durante su intervención en la clausura de la cuarta edición del Congreso de Periodismo Cultural celebrado en Santander. ROMÁN G. AGUILERA (EFE)
Jesús Ruiz Mantilla

¿Leyes para gobernar y equilibrar los desmanes del mundo digital? “Quedarían rápidamente obsoletas. Deberíamos inventar un software,generar un sistema que defienda nuestros derechos”, aseguró hoy Juan Luis Cebrián, presidente de EL PAÍS, en Santander, donde clausuró el 4º Congreso de Periodismo Cultural que organizan la Fundación Santillana, el Ayuntamiento de la ciudad y el Centro Botín.

El asunto tratado los últimos tres días han sido las redes sociales. Pero con un título de combate: El linchamiento digital. Cebrián, que ya hace 20 años adelantó en cierto modo el panorama presente con su libro La red, ha sido testigo de excepción en el intenso proceso de transformación sufrido desde hace dos décadas: “Los periódicos pertenecen a la revolución industrial y siempre han sido parte del sistema. Eso ha sido la razón de su éxito y su castigo”.

No es que los bulos y la intoxicación se hayan inventado ahora: “Ocurre que se expanden mucho más deprisa”, afirma Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana.

Pero el panorama actual ha derribado y revolucionado todo. “La sociedad digital aporta múltiples beneficios. Todo el conocimiento del mundo está en la red. Existen más teléfonos inteligentes que personas. Pero no sabemos utilizarlos”. No solo han sorprendido los cambios a los ciudadanos. También a sus propios inventores, aseguró el periodista y miembro de la Real Academia Española. “Ni Mark Zuckerberg imaginaba lo que llegaría a ser Facebook, ni los creadores de Twitter o Google tampoco. Ha sido la intervención de los usuarios la que lo ha configurado”, añadió.

En las intervenciones previas, decenas de periodistas discutieron durante dos días sobre los efectos de un desencanto. El que se desliza entre el ágora dispuesta por los inventores de Silicon Valley y la cloaca o el arma para sacar tajada en que se han convertido las redes sociales. De la utopía a la distopía media un clic. Para transformar la herramienta de infinitas posibilidades al difundir el mensaje en ese misil ultraligero cargado con el uranio del rencor, solo hace falta un Smartphone y predominio de bajos instintos. ¿Recuerdan cuando los profetas de Google, Facebook, Apple, Twitter, Microsoft nos contaban la buena nueva, el cielo sobre la tierra?

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Miren ahora Cambridge Analytica, a los gobiernos y sus aspirantes montando batallones de noticias falsas, al populismo xenófobo y antieuropeo avanzando, a Trump al acostarse y al levantarse sin poder evitar incendiar el mundo con un mensaje o al planeta inmerso en la vuelta a la tensión entre Occidente, Rusia y China tirando por el barranco la multilateralidad…

Combustible nuclear

Las sesiones han reunido a apocalípticos e integrados entre la vigencia presente de Umberto Eco y Marshall McLuhan, para entender todavía los códigos del presente. ¿Para qué sirven las redes sociales a quienes se ganan la vida en el negocio de los medios de comunicación? Funciona aun lo que decía McLuhan. El medio es el mensaje. Pero si le cambiamos el verbo ser por hacer, vale más, asegura Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga. “Cualquiera con un Smartphone puede modificar el espacio público”, dice. Con ingredientes añadidos: no separar la razón de la emoción, una indiferencia alentada por la robotización que conduce, paradójicamente a conductas tribales, belicosidad, hipersensibilidad e instinto de revancha con la cobarde coraza del anonimato. Todo ello sin cuerpo, sin cara, sin contacto físico y con el aliciente de ser un gran espectáculo.

¿La consecuencia? Pareciera que hemos pasado de las redes sociales a las asociales. Son ya muchos los que han abandonado la presencia voluntaria y activa dentro de ellas, caso de Antonio Lucas, poeta y periodista de El Mundo mientras otros como Xavi Ayen, de La Vanguardia, aseguran que la mentira es el arma nuclear de la era internet.

No es que los bulos y la intoxicación se hayan inventado ahora: “Ocurre que se expanden mucho más deprisa”, afirma Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana. Y por tanto, no sólo resulta más difícil desmentirlos, sino casi imposible. Pero, no nos hagamos cruces. Según Martín Caparros, “Las fake news se inventaron, ¿hace cuánto…? ¿5.000 años?”. Lo dijo antes de enzarzarse en un debate sobre el grado de fiabilidad de Wikipedia, protagonizado por Valerie Miles, directora de la revista Granta –en contra- y Ángel Luis Fernández, de Jot Down, a favor.

Prevalecen armas para combatir el acoso y la mentira: una buena querella como defensa. Fue el caso de Lluìs Bassets (EL PAÍS), que la ganó en los tribunales por difamación ante el acoso de un troglodita digital y ha analizado los efectos perversos de esa nueva guerra librada en las redes. “Estamos en manos de poderes, controles y censores arbitrarios”, asegura. Presos del sharp power, ese magma afilado que dominan piratas sofisticados a sueldo o por libre sacando tajada. “Su método es la distracción, la manipulación y la interferencia. Es un adversario nada fácil de identificar, que empieza en las redes y acaba en los paraísos fiscales”, comenta Bassets. Con marionetas que han pasado de ciudadanos a clientes a bordo. “Nos hemos adentrado en una guerra de baja intensidad. Hay una palabra que nos trataron de vender y que incluso está ya admitida por la Real Academia Española: empoderamiento. Eso, hoy, es un espejismo”.

En el bando de los beneficios y el partido que se les puede sacar andan Inés Martín Rodrigo, de Abc, Mar Abad (Yorokubu), Paula Quinteros, consejera delegada de The Objective o Viviane Murcia, de El portal voz. Martín Rodrigo defiende la convivencia del mundo real y el virtual y presume de no haber sufrido ataques en Twitter. Abad aconseja responder si te vuelven loco o bloquear a quien te da la brasa (léanse los trolls, inspirados en Tolkien, válidos como metáfora al difuso entorno digital). Quinteros puede aportar pruebas de que una hábil utilización de la red y sus herramientas pueden hacer posible el buen periodismo de medios como el suyo. Vivienne Murcia avisa de que los grandes periódicos tradicionales han perdido el trono de la jerarquía en la visión y la valoración del mundo. “No se resignan”, afirma.

Pero la preocupación y la incertidumbre cayó nada más escuchar a Marta Peirano, autora de El pequeño libro rojo del activismo en la red. Entre el Big Data y su alianza con el capitalismo salvaje, desgranó la terrorífica misión de Cambridge Analytica –aprovechando la complicidad irresponsable de Facebook- en las campañas de Trump y el Brexit: “Ahora quieren montar un periódico”, contó Peirano. “¿Para qué?, se preguntó.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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