La muerte es un juego de niños
A través de la imponente figura de Jean-Pierre Léaud, el director ha compuesto una película que, siendo una impagable reflexión sobre la creación artística, nunca pontifica

EL LEÓN DUERME ESTA NOCHE
Dirección: Nobuhiro Suwa.
Intérpretes: Jean-Pierre Léaud, Pauline Etienne, Arthur Harari, Maud Wyler.
Género: drama. Francia, 2017.
Duración: 103 minutos.
—Tengo un problema: no sé cómo representar mi muerte.
—La muerte no se representa.
Este diálogo entre un actor cansado e inseguro, teórico y sentimental, y una ayudante de dirección práctica y directa, cine dentro del cine, podría definir la doble dicotomía en la que se mueve la preciosa película de Nobuhiro Suwa El león duerme esta noche. ¿La muerte tiene más que ver con el sosiego o con la desdicha, con el encuentro o con el combate? ¿Y el cine? ¿Está hecho de gravedad o de espontaneidad, de impostura o de libertad?
A través de la imponente figura de Jean-Pierre Leaud, que hace tiempo que dejó de ser un simple actor para configurarse como el reflejo de un modo de hacer cine en continuo peligro de extinción, Suwa ha compuesto una película que, aun siendo una impagable reflexión sobre la creación artística, nunca pontifica, nunca sube el volumen, encontrando siempre el tono justo, incluso en su melancólica banda sonora, para abordar la trascendencia del crepúsculo desde el recreo infantil. Y, como en Yuki y Nina (2009), su anterior obra, coloca como protagonistas a un puñado de niños que juegan a ser mayores mientras reparten naturalismo en una película mágica.
El rey se muere. Como en la obra homónima de Eugene Ionesco. Como en la excelente Vuelvo a casa (Manoel de Oliveira, 2001), que partía de la pieza del dramaturgo del absurdo, y con la que tanto tiene que ver El león duerme esta noche. Y el monarca Leaud retrotrae su mirada hasta la experiencia de vivir y, sobre todo, hasta el consuelo de haber amado, en una suerte de Fresas salvajes que no es sino el sueño de la razón. La razón de un niño de 7 años.
Hasta el fin, quizá irrepresentable, quizá puro lenguaje cinematográfico. Porque Suwa, que articula su película por medio de continuos fundidos a negro que convierten los últimos días en algo paulatino e incontenible, como la vida misma, bien sabe que la muerte, citando a David Chase, puede ser un simple corte a negro.
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