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Crítica | El viaje de sus vidas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Problemas de lenguaje

Paolo Virzì es consciente del excedente de carisma que proporciona su pareja de actores y parece despreocuparse de los superficiales que resultan sus descripciones de América

Helen Mirren y Donald Sutherland, en 'El viaje de sus vidas'.
Helen Mirren y Donald Sutherland, en 'El viaje de sus vidas'.

EL VIAJE DE SUS VIDAS

Dirección: Paolo Virzì.

Intérpretes: Helen Mirren, Donald Sutherland, Janel Moloney, Joshua Mikel.

Género: drama. Italia, 2017.

Duración: 112 minutos.

Si James Joyce logró dar forma literaria a la síntesis entre pensamiento y lenguaje que conforma la identidad, desarrollando esa metáfora de la corriente de conciencia que acuñó William James, el funcionamiento de una mente devastada por el alzhéimer invita a pensar en otro símil bajo el signo de lo acuático: una identidad abandonada en la orilla de una playa en plena marea baja, pero periódicamente reactivada con la llegada de tímidas olas, que devuelven una efímera conciencia de todo lo perdido. En El viaje de sus vidas se habla bastante de lenguaje e identidad: John Spencer (Donald Sutherland), el profesor de literatura que, en compañía de su esposa Ella (Helen Mirren), emprende un viaje por carretera para visitar la casa de Ernest Hemingway -ese escritor que desnudó la prosa hasta encontrar el hueso de la poesía-, ya no puede iniciar la lectura de una frase sin perder la orientación, y el sentido, antes de llegar al punto final. Ante su mirada vacía, Ella no puede evitar sentirle como un extraño que ha reemplazado a quien fue su compañero de vida. De vez en cuando, llega la ola a la orilla, y John reaparece durante unos pocos minutos, recordando con total precisión minucias o presencias secundarias de su vida. Para volver a irse.

En El viaje de sus vidas, Paolo Virzì adapta la novela homónima del estadounidense Michael Zadoorian que alcanzó la condición de best-seller en el mercado editorial italiano. Con ello, se lanza a su particular aventura americana y, sin pretenderlo, cae en un claro problema de lenguaje, alejándose de una trayectoria creativa que, en su último tramo, había reforzado su parentesco con la gran tradición de la comedia dramática italiana que tuvo en cineastas como Dino Risi y Ettore Scola a algunas de sus figuras tutelares. Su nueva película no avanza en tierra de nadie, pero los modelos que evoca quizá resulten bastante menos estimulantes: las modulaciones más sentimentales de la tradición de la road-movie americana. Unas claves que el cineasta maneja como un idioma mal asimilado.

Virzì es plenamente consciente del excedente de carisma que le va a proporcionar su pareja de actores y parece despreocuparse de la mecánica previsible que lo rige todo o de lo superficiales que resultan sus someras pinceladas añadidas sobre la América de Trump. En su desenlace, lo potencialmente perturbador se sirve convenientemente expurgado de todo matiz desafiante. Otro problema de lenguaje.

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