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Estatuas sin pedestal

La retirada del monumento a Antonio López en Barcelona y la negativa de la regidora a mandarla a Cantabria, abre el interrogante de qué hacer con estas obras

Andrea Aguilar
Retirada de la estatua de Antonio López y López en Barcelona.
Retirada de la estatua de Antonio López y López en Barcelona. Massimiliano Minocri

Hubo números circenses, música de un grupo senegalés, talleres infantiles y una chocolatada. Tampoco faltaron los discursos el 4 de marzo en la plaza de Antonio López junto a la Via Laietana barcelonesa, durante la retirada de la estatua del empresario cántabro del mismo nombre. La fiesta vino precedida de polémica —¿no fue el mismo López, que participó en la trata de esclavos, uno de los grandes mecenas y prohombres de la ciudad en el siglo XIX?, ¿no hay más fortunas entre la burguesía catalana que proceden de negocios moralmente reprobables?—. La propia celebración pudo haber generado algunas controversias más —¿el chocolate servido no era un insensible recordatorio del pasado colonial?, ¿procedía acaso de un establecimiento de comercio justo?, ¿por qué no hubo música cubana si López financió la lucha contra los independentistas de aquella isla?—. Pero la fiesta en sí no ha sido examinada, porque mientras se decide si la plaza será rebautizada con el nombre de Idrissa Diallo (inmigrante fallecido en un centro de internamiento de extranjeros), el debate esta semana se ha centrado en el destino final del monumento. De momento, está guardado en un almacén municipal.

La alcaldesa de Comillas había manifestado su deseo de que regresara a tierras cántabras. Nacido en 1817, de extracción humilde y huérfano de padre, aunque abandonó su pueblo de niño primero para trabajar en Lebrija y a los 14 años para buscar fortuna en Cuba, López regresó a su tierra y allí llevó a arquitectos modernistas catalanes y al propio rey Alfonso XII. En una de las colinas de Comillas se alza otra estatua de López diseñada por Lluís Domènech i Montaner, autor también del imponente cementerio del pueblo. Esta semana, el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, pidió por carta a la regidora barcelonesa la otra estatua y dijo que correría con los gastos del traslado. Pero Ada Colau ha rechazado de plano la idea: López y López no tendrá pedestal ni plaza pero se queda en Barcelona. Dice Colau que no quiere renunciar al patrimonio. Parece que tampoco a la posibilidad de imponer un castigo ejemplarizante con 200 años de retraso, ni a los titulares que suscite.

En una de las colinas de Comillas se alza otra estatua de López diseñada por Lluís Domènech i Montaner, autor también del imponente cementerio del pueblo

La cuestión de qué hacer con las estatuas apeadas de sus peanas no es nueva. En Moscú montaron el Museon, un parque de monumentos caídos de la era soviética. En Estados Unidos, donde el pasado verano la retirada de estatuas de los héroes de la guerra civil del bando confederado provocó violentas manifestaciones de grupos supremacistas blancos, no hay un único destino: algunas han sido replantadas en cementerios donde hay enterrados soldados que combatieron con los secesionistas, otras han sido llevadas a pueblos que las han pedido. Y aquí, las estatuas de Franco retiradas parecen estar repartidas en distintos almacenes, incluso la que fue decapitada en Barcelona en 2016.

Volviendo a López, lo cierto es que no es esta la primera caída de su estatua barcelonesa. Fue derrocada y destruida en 1936, sin circo, ni chocolate, y reconstruida tras la guerra. Pero para blanquear esa historia hace falta algo más que quitar plazas y peanas.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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