Kratos y el amor de un (dios) padre
La saga God of War da el salto a PS4 reformulando personajes y mitologías, pero manteniendo el espíritu indómito de su protagonista
Cuando se le pregunta a Cory Barlog (Sacramento, 1975) por las influencias que tuvo a la hora de hacer el nuevo God of War —se llama God of War, y no God of War 4, entre otras cosas para enfurecer a “unos cuantos fanáticos en Internet”—, el director de esta entrega cita, entre otras, a La Carretera, de Cormac McArthy, la novela de 2006 en la que un padre y su hijo pequeño recorren los desolados parajes de un mundo posapocalíptico en busca de un resquicio de esperanza.
Se comprende. Por lo que se ha podido jugar al juego —siempre es una buena señal que antes de entrevistar a un diseñador te ‘obliguen’ a jugar a su juego—, que no es poco, la relación entre Kratos —una versión avejentada, pesada y más torpe del dios griego— y su hijo Atreus se intuye como el eje vertebrador del juego, que llegará al mercado el próximo 20 de abril.
La experiencia de juego difiere mucho de lo que la saga nos había ofrecido hasta ahora. El Hack and Slash empapado de una sensación general de ligereza al que estábamos acostumbrados, con sus combos, saltos y piruetas, deja ahora paso a una acción mucho más grave y brutal, con la cámara situada al hombro del protagonista en un encuadre parecido al que ofreció el Resident Evil IV, controles que se solapan con los de la saga Souls —R1 para el ataque ligero; R2 para el ataque potente—, y una cámara que trata el juego como un plano secuencia: si no morimos, no habrá cortes desde el primer al último minuto. Además, Kratos no puede saltar más que para salvar obstáculos y precipicios —“Quería dar la sensación de un Kratos avejentado, y eso casa mal con el doble salto”, explica Barlog—, y los hachazos —en un primer momento Kratos maneja un hacha que puede lanzar y recuperar a voluntad, como, por hacernos una idea, el martillo del Thor de Marvel— son ahora algo mucho más bestial que los zarpazos de las anteriores espadas del caos. El creador del juego lo resume mejor que nadie: “La experiencia que buscábamos era algo más deliberado, más medido, más estratégico”. En honor a la verdad, parece que lo han conseguido.
Alejado de la tercera parte “canónica” de la saga, Barlog vuelve ahora a tomar el control del juego tras la segunda entrega, y tras una época personal marcada por su propia paternidad. Hace tres años, Barlog estaba con su mujer y su hijo pequeño en un aparcamiento de un centro comercial, e intentó hacer que su hijo le chocara la mano. El chaval no quiso. “Eso me partió el corazón”, confiesa Barlog en el evento de presentación del juego en Madrid. “Comprendí que había estado mucho tiempo ausente. Eso impulsó muchas de las cosas que introduje en el juego, como la desconexión entre padre e hijo. Algo que Kratos deberá construir a lo largo de la aventura”.
Construir una relación ficticia a cambio de sacrificar una real es algo que entronca con experiencias artísticas más clásicas. Cuando se le pregunta a Barlog por la etiqueta de “artista”, lo tiene claro: “No creo que distinga entre un director de un juego y una película. Lo que intentamos hacer es abrir una parte de nosotros y verterlo en lo que hacemos, hacemos de espejo para propiciar una conexión con otro ser humano”, explica. “Cualquier forma de expresión es una forma de arte”, zanja.
“Hay que planificar todo por adelantado”, explica sobre el hecho de que el juego sea una sola secuencia. “Hacer trucos entre bastidores, saber muy bien lo que quieres. Me ha hecho mejor, creo”. Lo que se ha podido jugar transmite la sensación de las cosas bien hechas. Y el trasfondo emocional, cambiando la venganza pura y dura por el desarrollo de la relación paternofilial, promete el plus emocional que rubrica los grandes juegos. Y es que la relación entre un padre y un hijo en la ficción es algo que seguirá guiando a la humanidad mientras esta exista. El propio McCarthy al que Barlog cita como referencia se niega, de hecho, a firmar ejemplares de La Carretera, pues, al contrario que el resto de sus libros, considera que este es un regalo para su hijo pequeño y que de alguna manera firmarlo para otro debilitaría el vínculo que los une. Barlog no llega a tanto. Está orgulloso del resultado y quiere compartirlo. Y nos emplaza a una fecha para descubrirlo: el 20 de abril.
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