Las cuentas de Arco
Diluida la algarada de la instalación de Santiago Sierra, la feria ha firmado una edición de retorno de las operaciones, la confianza y remates elevados
Buena feria. Excelentes ventas y alegría —casi— urbi et orbi al cierre de Arco. La crisis por la retirada de la obra Presos políticos, de Santiago Sierra, en la galería Helga de Alvear, no ha afectado a las compras ni, por ahora, al compromiso de los galeristas para regresar en próximas ediciones. Quizá porque se fue diluyendo en su propio desatino. O quizá porque el arte trata de la vida pero el mercado del arte trata de dinero. Dos asuntos muy distintos.
Otro año más Arco refleja antes que el futuro del arte el presente del mercado. El vídeo anda desaparecido y se impone la escultura y la pintura. Ha subido el precio medio de las obras, y la franja entre 15.000 y 30.000 euros representa la nueva “normalidad”. En este eterno retorno, la organización recupera, tras dos años en el exilio, el país invitado. En 2019 será Perú. Esperemos que entonces la feria no arranque tan empinada como el Machu Picchu.
Un Arco de 100.000 visitantes. La gramática de las cifras de la feria cuenta una historia de optimismo. La han visitado 100.000 personas, más de 300 coleccionistas participaron en los programas internacionales y se vivieron remates interesantes. El galerista neoyorquino Leon Tovar ha vendido Escritura verde superior, de Jesús Rafael Soto, por más de 800.000 euros y Leandro Navarro daba salida a una escultura de Baltasar Lobo en 330.000 euros. Los precios altos se refugian en los nombres consagrados. Un año más, la Fundación Arco ha comprado para su colección. Con un presupuesto de 175.000 euros se ha hecho con piezas de Amalia Pica, Armando Andrade Tudela, Yorgos Sapountzis, Laure Prouvost, Lili Reynaud-Dewar, Francesc Ruiz y Eva Fábregas. También incrementaron sus fondos dos habituales: DKV Seguros (June Crespo, Blanca Gracia, Mar Guerrero, Rubén Grilo, Federico Miró y Carlos Fernández-Pello) y la Fundación María Cristina Masaveu Peterson (Pedro Cabrita Reis).
Entre la satisfacción y el ‘sold out’. La alegría en las ferias fluye entre presas y torrenteras. A veces se remansa otras se desata. El marchante portugués Pedro Cera caminaba el domingo “muy contento” por Arco. Había vendido todas las obras del artista conceptual estadounidense Adam Pendleton. Los lienzos cuestan 70.000 euros y un políptico de nueve acetatos, 178.000. Sin duda ayuda que figure en las colecciones de Leonardo DiCaprio y Venus Williams. Sin tanto glamur, Moisés Pérez de Albéniz replicaba esa alegría con los remates de Juan Uslé, Tony Oursler (su venta más cara, 73.000 euros) y Juan Ugalde. No muy lejos, la galería madrileña Espacio Mínimo colocó “obra de casi todos sus artistas”. Mientras, ajena a su propio ruido, Helga de Alvear, quien tiene un bolsillo tan profundo como un cenote, desembolsaba 500.000 euros por una instalación (Pavilion) de Dan Graham en Hauser & Wirth.
El Museo Reina Sofía compra obra por 224.480 euros. Es la cuantía más reducida que la institución madrileña destina a compras en la feria en los últimos tres años. Es bien conocido que su director, Manuel Borja Villel, prefiere otros espacios para ampliar la colección. Las adquisiciones de esta edición (Rosa Barba, Patricia Esquivias, David Bestué, María Ruido, Inmaculada Salinas, Algirdas Seskus, Joachim Koester, Ángels Ribé y Engel Leonardo) revelan cuál será su estrategia durante el último quinquenio dirigiendo el museo. Más vídeo (para completar el relato de la colección permanente) y más artistas jóvenes nacionales. En ese formato, el Reina Sofía negocia la incorporación de los fondos de una de las mejores colecciones españolas.
Jorge Pérez gasta 300.000 euros. Cuanto todo se derrumbaba, cuando la dimisión de Carlos Urroz, director de la feria, parecía factible, cuando The New York Times escribía, tras la polémica de Sierra, “que ya sea por ley o debido a la intimidación, España se ha convertido en un país donde los riesgos a la libertad de expresión se han acumulado silenciosamente en años recientes”, mecenas como Jorge Pérez acudían al rescate. El coleccionista cubano-argentino es una de las personas más ricas del planeta pero también es un entusiasta de Arco, y adquirió obras en una docena de galerías. Un relato intenso. Juana de Aizpuru (Pedro Cabrita Reis), Mor Charpentier (Carlos Motta), Galería Casado Santapau (Enrique Farías), Alexander and Bonin (Jonathas de Andrade), Elba Benítez (Vik Muniz y Carlos Garaicoa), El apartamento (Leandro Feal y Juan Carlos Alom), Barbara Thumn (Diango Hernández), Galería Senda (Glenda León), Vera Cortês (José Pedro Croft) y Christopher Grimes (Kota Ezawa). En pocas horas gastó más de 300.000 euros.
Juguetes rotos sobre una moqueta verde. Era la sección rutilante de la feria. El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer. Borges como pretexto y como gramática. Todo confiado a la mirada de comisarias del prestigio de Chus Martínez, Rosa Lleó y Elíse Lammer. Pero el espacio diseñado por el arquitecto Andrés Jaque ha incomodado a muchos de los galeristas que han llevado allí a sus creadores. Un suelo verde, paredes muy bajas (donde las piezas parecían caminar de rodillas) y una luz que las cegaba han sumado ruido a la confusión. El espacio resultaba tan ilegible que algunas de las obras semejaban juguetes perdidos en un jardín de infancia. Bajo esa arquitectura, artistas tan interesantes como Goran Trbuljak (Gregor Podnar), Petrit Halilaj (Chert Lüdde) o Teresa Solar Abboud (Joan Prats) eran fagocitados entre escalones y rampas. Las ventas han sufrido. Quizás en vez de Borges hubiera sido mejor recurrir a Cortazar y sus Instrucciones para subir una escalera.
La obra ‘secreta’ de la feria. Es un calder de 1938 que mira al Guernica y a la Guerra Civil española. Lo muestra la galería madrileña Leandro Navarro y cuesta 1.650.000 euros. La escultura renuncia al universo lúdico de las constelaciones y recurre al blanco y negro. Recuerda al Miró y al Picasso de los años 30. Exhibe el dolor de ese tiempo de miseria y plomo.
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