Pero no se olviden de Forges
Antonio Fraguas, inolvidable retratista de la historia reciente de España, muere a los 76 años. Ciudadanos de todos los ámbitos expresan su pena por la pérdida del humorista
Un enorme dolor siguió en la madrugada de este jueves a la noticia de la muerte en Madrid de Forges, el hombre que hizo reír a tantas generaciones. Desde 1995 fue nuestro compañero en EL PAÍS. Todos los medios de comunicación expresaron ayer el amor colectivo que concitó Forges en torno a su figura.
El Rey, el presidente del Gobierno, la alcaldesa de Madrid, los líderes de los partidos, compañeros de oficio, multitudes de ciudadanos que hicieron su vida aprendiendo del humor de Antonio Fraguas, expresaron estupor y soledad. Se muere a los 76 años uno de los nuestros; con él aprendieron generaciones sucesivas, y hoy son de nuevo los jóvenes, como sucedió cuando él empezó con sus blasillos, seguidores indesmayables. Como prueba de que el Forges veterano jamás perdió su chispa, cientos de viñetas circularon por las redes sociales
La capilla ardiente de la que partirá hoy su entierro en el tanatorio de la M-30 de Madrid se llenó en seguida de sus incontables amigos. Recibiéndoles estaban allí su viuda, Pilar Garrido, sus hijos Toño (que también trabajó con nosotros, en EL PAÍS), Micaela, Irene y Berta, sus numerosos hermanos entre los cuales figura nuestro compañero Rafael...
Forges fue patrimonio de todo el mundo, pero jamás dejó su raíz. La suya fue una familia grande, que él hizo más extensa, con su generosa presencia pública, su dedicación a los demás y su infatigable tarea como creador de personajes que ya están en la historia. Era un sociólogo de la España vacía, un creador de palabras, un visitante asiduo e inteligente de la soledad por la que, como él en este medio siglo, transitaron en su día los personajes de Cervantes.
Un hombre capaz de la mayor fama, pero (como dice su amigo Juan José Millás), dichoso de ser también un clandestino en la ciudad. Sus amigos se volcaron, desde todo el mundo, con elogio a su sencillez y a su alegría; desde Buenos Aires, Joan Manuel Serrat se quiso unir al dolor de todos, pero se negó en redondo a unir a Forges con la palabra tristeza. Ese fue el lugar en el que se encontraron todas las reacciones ante la muerte de uno de los españoles más populares del último medio siglo, dibujante y filósofo.
Sus dibujos fueron herederos de esa simbología quijotesca a la que rindió tributo. Antonio Fraguas de Pablo (Madrid, 1942) era totalmente Forges, como si hubiera nacido a la vida en 1964, cuando publicó en Pueblo su primera viñeta, hasta esta con la que hoy se despide en la portada de EL PAÍS.
Fue testigo crítico de un país al que amó incluso por sus pecados capitales. De ellos trataron, hasta el día de su muerte, todas sus viñetas. España fue la materia de la vida creativa de Antonio Fraguas.
Y así pasará a la gran historia del dibujo en España: totalmente Forges. Periodista de raíz, también era filósofo y músico, tertuliano comprometido con la vida y con la política, y era paseante de Madrid, ciudad que dibujó como escenario desolado de Castilla. Autor de libros en los que repasó la historia de su país y del mundo, de la ciencia y de la literatura, inventó también una peculiaridad: hacer que sus gentes, ya entrañadas en la propia sociedad española, hablaran un lenguaje escéptico e incrédulo. Legiones de lectores aprendimos en su universiodad, la universidad de Forges. Forges hablaba como Forges...
Su muerte no sólo es una mala noticia porque deja un vacío, es nuestro mundo el que se queda vacío sin sus metáforas. El suyo ha sido un testimonio diario sobre la ineptitud, contra el lugar común y contra el cinismo. Sin él este es un país mutilado, mucho más triste.
La última vez que lo vi él caminaba a paso lento por una calle de Madrid con sus auriculares. ¿Qué haces tan serio por la ciudad? Escuchaba a Mahler. Por las tardes de entonces, el humorista gráfico tan querido por el país, abandonaba por un rato las noticias y se entregaba a un mensaje inmortal, la música. Forges, transeúnte perpetuo de una ciudad que siempre tuvo la fisonomía desolada de Castilla.
Ha dejado una obra inmensa, pero su hueco no será solo el de una viñeta en el periódico. Fue ligero y denso, filosófico y paródico. Y lo fue en todos los soportes, la radio, la prensa, la televisión... Forges fue lenguaje. La España que ahora le despide empezó a hablar como sus personajes porque Antonio Fraguas les aplicó el sentido común del descreimiento, una manera de ser español.
Estuvo, con esa manera de contar, en Pueblo, en Informaciones, en Interviú, en El Jueves, en Diario 16, en El Mundo, y estuvo aquí. Venía a vernos con frecuencia, traía sus dibujos o los enviaba; como Peridis desde los inicios dejaba galletas, Forges dejaba por las mesas su impronta y sus regalos, esos dibujos forgianos, los forgendros, allí donde visitaba a sus compañeros del periódico, y algunos tenemos, como testimonio de su saludo, papelitos amarillos en los que Antonio Fraguas dejaba los recados de Forges. Era su manera de abrazar y de permanecer, pues en su modo de estar estaba también su manera de despedirse: quedándose.
Tuvo todos los premios imaginables del ámbito dedicado al humor en España; y como era un trabajador sin desmayo recibió la Medalla al Mérito del Trabajo y mereció la de Bellas Artes. Vestía de oscuro y blanco, como un colegial, llevaba zapatos grandes como sus criaturas y nació para ser a la vez Samuel Beckett y Sancho Panza. Su última exposición, de las muchas que protagonizó, trata de dos compañeros suyos, Quijote y Sancho, “un diálogo a tres bandas”, habida este enero en la Casa Revilla de Valladolid. Pues esos compañeros en el arte de pensar, Quijote y Sancho, son trasuntos de los blasillos que le sirvieron a Forges para contar de qué color y qué trazos tiene la soledad en España: esos paisajes por los que caminaba su manera de decir barroca o esquelética, sombras ambas de la obra más importante y sintomática de la literatura española, el Quijote de la Mancha.
Cumplió con el mandato de su padre: haz dibujos, sí, pero que sean reconocibles como tuyos a la distancia. No se ha buscado el chiste (¿el chiste?) de Forges tan solo por el dibujo mismo, sino por el lenguaje; ha aportado a la lengua española, en sus forgendros palabras nuevas, y ha mejorado palabras viejas, combinando significados y giros. De todas las cosas de las que Forges estaba orgulloso, esta de inventar vocablos es la que más gozo le hacía sentir. Pero la Academia de la Lengua no aplicó justicia a esta contribución, ¡gensanta!, llevándolo a la Docta Casa.
Cuando publicó El primer Forges, en 1972, ya Antonio era totalmente Forges. En las cartas que enviaba a sus críticos, agradeciéndoles las reseñas, estaban esas montañas que eran sus letras y sus frases, estaba tal como iba a ser Forges, le había abierto, con sus parajes de tierra, una autopista por la que iba a transitar luego la leyenda que ya es inmortal y se llama Forges.
Pero, sobre todo, como él pedía en sus viñetas, no se olviden de Forges.
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