Las caricias que nunca me hiciste
El texto tiene calidad y sus conflictos también
Con vocación de obra íntima y cercana, Las heridas del viento se convirtió hace unos años en uno de los grandes éxitos del limitado en lo físico, pero ilimitado en lo emocional, hall del Teatro Lara de Madrid. Allí donde otras piezas teatrales se han ido haciendo grandes —y ahí La función por hacer, de Miguel del Arco, puede ser el mejor ejemplo—, la obra escrita y dirigida por Juan Carlos Rubio atravesó pieles. Y finalmente ha escapado de su condición de experiencia a unos palmos de los espectadores por el lado más sorprendente, por el cinematográfico, convirtiéndose en película bajo la misma dirección y con el mismo reparto: Dani Muriel y Kiti Mánver. Algo singular pero con sentido: al fin y al cabo el poder del primer plano fílmico ofrece a la platea lo que seguramente no puede vislumbrar en el teatro, salvo en estos montajes mínimos en los que el observador está a unos centímetros de las lágrimas de los protagonistas.
LAS HERIDAS DEL VIENTO
Dirección: Juan Carlos Rubio.
Intérpretes: Kiti Mánver, Dani Muriel.
Género: drama. España, 2017.
Duración: 75 minutos.
Película en blanco y negro, con dos roles únicos, y sin enmascarar en momento alguno su origen teatral, Las heridas del viento, con rupturas de la cuarta pared y toma de conciencia de los personajes, dirigiéndose al objetivo de la cámara, está dotada de un lenguaje evidentemente escénico, compuesto, poco cotidiano, retórico. ¿Y qué? El texto tiene calidad y sus conflictos también: la cara oculta del ser humano, el aparente caparazón con el que se defiende, los modos de vivir la sexualidad y el amor, el deseo y la desesperación, el poder del legado de padres a hijos, el desconocimiento de un ser cercano, la (in)comprensión a la hora de la muerte. Y, en fin, la reflexión sobre la figura de un padre que, en el fondo, acaba siendo la reflexión sobre uno mismo.
Rubio escribió una obra sobre los afectos no correspondidos, sobre las caricias nunca experimentadas, expuesta sobre una serie de conversaciones entre un hijo casi en la treintena y un maduro homosexual. Y decidió dar el segundo papel a una mujer, una magnífica Mánver, con una ligera inflexión de la voz hasta hacerla más grave, y un poso de vanidad en el gesto y de derrota en la mirada difícilmente conciliable. Ahora Las heridas del viento es una película que fácilmente puede ser considerada como teatro filmado, pero que, en su modestia y en su cercanía, como aquellos primeros días en el hall del Lara, consigue su meta: la del retrato de la inseguridad del ser humano como virtud, y la de la firmeza y la imperturbabilidad como tara.
Babelia
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