Sergio Blanco: “Los dictadores adoran el cine porque no hay nada peor”
El dramaturgo franco-uruguayo, que ha estrenado obra en Madrid, defiende la autoficción como lugar para construirse
“Todo cuanto es mío también es tuyo / porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca”. Sergio Blanco tiene clavadas las palabras de Walt Withman (1819-1892). Si el poeta estadounidense se cantaba entonces a sí mismo para celebrarse en el otro, el dramaturgo franco-uruguayo busca hoy también en su cuerpo sus propias huellas y heridas para alterarlas, manipularlas, deformarlas y condimentarlas con la ficción y ofrecerlas al espectador en un escenario. Maestro del teatro de la autoficción, Sergio Blanco (Montevideo, 1971) se hunde en su realidad para luego alejarse de ella y hablar así del mundo y de la vida y vivir una suerte de encuentro catártico con el público.
Pensamiento francés, afectos latinos
El español no le hacía feliz. Era la lengua de los cantos patrióticos, de la dictadura en la que creció. Por contraste, Sergio Blanco quiso vivir entonces en el francés, en la poesía y el pensamiento de Baudelaire, Rimbaud, George Brassens y tantos otros. Con 12 años se presentó solo ante el embajador de Francia en Montevideo y le anunció su deseo de vivir en París. Lo cumplió a la edad de 20 años y desde entonces, Blanco reside en la capital francesa, donde imparte clases en la Universidad. Hoy, dice, que piensa en francés pero escribe en español. “Quizás necesitaba alejarme del español para poder encontrarme con su escritura en País. En el pensamiento, soy insoportablemente francés, pero en los afectos soy insoportablemente latino”.
Al autor de Tebas Land y Ostia, las dos obras que ha mostrado en el Teatro Pavón Kamikaze, de Madrid, le gusta la idea de que su cuerpo sea un campo de experimentación en el que hablando de él pueda hablar de los otros. “Trabajar con uno mismo para encontrar al otro es lo más hermoso y la forma que encontré yo de poder hablar al mundo. Me interesa partir de la pequeña historia para llegar a la gran historia, pero sin pretensiones, sino con honestidad y coraje”, asegura Blanco, en una entrevista en Madrid con ocasión de su estreno de Ostia, un texto de autoficción leído en escena por el propio director teatral y su hermana, la actriz Roxana Blanco. Dos mesas y dos tenues luces, separados por un cuerpo tapado con hojas de periódico, son el único soporte del que se sirven los dos hermanos para entrar a sangre y fuego en la historia del siglo XX, en aquella que ellos han vivido. El dramaturgo recorre la historia de Ostia, la localidad italiana cercana a Roma, puerto del gran imperio mediterráneo que vivió el esplendor y hoy se desvanece en ruinas, para contarse a sí mismo. A través de la relación de estos dos hermanos, el espectador viaja con Ostia a las desapariciones de las dictaduras del cono sur latinoamericano, a la caída del muro de Berlín, a Margaret Thatcher y Ronald Reagan, a la película ET, a Nadia Comaneci, al drama del Líbano o al asesinato en esa misma playa del cineasta Pier Paolo Pasolini. También entra de lleno en los vínculos fraternos marcados por el incesto. “Toda relación entre hermanos tiene algo de incesto, si concebimos el incesto como algo que va mucho más allá del símbolo del vínculo sexual”, asegura Sergio Blanco, que ensayó la obra a través de skype, con su hermana en Montevideo y él en París, ciudad en la que vive desde los 20 años. “Me interesa contar la historia mía y de Roxana ficcionalizada. Lo interesante de la autoficción es cuando uno se desprende de la realidad. No es una autobiografía, no hay un pacto de verdad, sino de mentira. Es como un viaje de ida y vuelta. Parto del documento y me alejo lo más posible”, añade el dramaturgo, que ha dejado instrucciones precisas acerca de la obra. Solo él y su hermana pueden protagonizar esta lectura tan conmovedora. La obra morirá con ellos. “Cuando uno escribe late una especie de deseo de inmortalidad, de que tu nombre quede grabado para la posteridad, algo que puede ser fascinante y tentador. Pero la palabra dicha se la lleva el viento. Me gustaba la idea de un texto que también pudiera morir, porque hay algo muy bello en lo efímero, como el teatro”, dice Blanco, que con Ostia se ha estrenado como intérprete en un escenario.
La oscuridad que desprenden las obras de este dramaturgo poco tienen que ver con el pesimismo. Es una deuda que dice tener Blanco con su presente y su contemporaneidad -“el mundo que estamos viviendo es oscuro, pero la oscuridad es la espera de una luz que está llegando”- y también con la felicidad que asegura proporciona el conocimiento y el lenguaje. Y las palabras que sanan en el teatro. “El siglo XX fue el siglo del cine que es un arte fascista, fue el siglo de los totalitarismos, del nazismo, el fascismo, el comunismo y el capitalismo. No hay nada peor que el cine y por eso los dictadores adoraban el cine. El siglo XXI no es más el siglo de la imagen, entramos en el siglo de la mirada, en el siglo del teatro, ese lugar donde uno se mira. Es nuestro momento, pero no esperemos llegar grandes salas. En el teatro siempre fuimos poquitos y eso está bien”.
Babelia
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