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Crítica | La cena
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Estrategias en la batalla de la vida

Es una de esas historias de las que, pese a sus desperfectos formales, que no son pocos, en momento alguno puedes evadirte

Javier Ocaña
Richard Gere y Rebecca Hall, en 'La cena'.
Richard Gere y Rebecca Hall, en 'La cena'.

LA CENA

Dirección: Oren Moverman.

Intérpretes: Steve Coogan, Richard Gere, Rebecca Hall, Laura Linney.

Género: drama. EE UU, 2017.

Duración: 120 minutos.

En el año 2007 dos jóvenes de 18 años de clase alta quemaron viva a una mendiga en el interior de un cajero automático de Barcelona. Unos hechos que, con exactas características, sirvieron tres años después al novelista holandés residente en España Herman Koch para elucubrar sobre los orígenes educativos y familiares de los adolescentes, y sobre las consecuencias morales en los padres, con la muy exitosa novela La cena, ahora adaptada al cine por el director estadounidense Oren Moverman, uno de los pocos especialistas americanos en cine social y político, siempre relacionado con la ética, tras notables películas como The Messenger (2009) e Invisibles (2014).

La cena es una de esas historias de las que, pese a sus desperfectos formales, que no son pocos, en momento alguno puedes evadirte: conciernen a la sociedad y a cualquiera mínimamente preocupado por lo que ocurre a su alrededor y en su propio modo de vida. Dotada de múltiples capas narrativas, con continuos saltos atrás en el espacio y en el tiempo desde el hilo conductor de la cita en un restaurante con los progenitores de los chavales asesinos, para ir conformando el ambiente y los resortes en los que estos se han criado, la película habla principalmente de hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para proteger a nuestros hijos —en lo económico y en lo judicial, y sobre todo en lo moral—. Pero también de las batallas de cada día, con los demás y con uno mismo, demasiadas veces mucho más cruentas que cualquier guerra entre países o entre bandos civiles.

Un subtexto que Koch como novelista y Moverman como director y adaptador enlazan con el interesantísimo personaje interpretado por Steve Coogan, uno de los padres, profesor de Historia con evidentes desequilibrios mentales, especialista en la batalla de Gettysburg, clave en la Guerra Civil estadounidense, y hermano del otro padre implicado, político de grandes aspiraciones de poder. Una guerra civil familiar, también con componentes racistas, que llega hasta los hijos adolescentes, herederos en cierto modo de aquellos terratenientes esclavistas.

Sin embargo, la estructura del relato, marcada tan pomposa como artificialmente por los sucesivos platos que se van sirviendo en el restaurante de lujo donde se celebra la reunión de altas instancias para dar una solución al problema, nada aporta en un desafío con tanto que contar y con tan poco que desperdiciar. Un agujero en el que tampoco ayuda la puesta en escena de Moverman, grandilocuente, vacía y estéticamente hortera ya desde la línea fotográfica, que acaba rebajando la altura de una película de inmensas posibilidades sobre la guerra de vivir. Aquella en la que la estrategia es tan necesaria, y tan terrible, como en la batalla de Gettysburg.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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