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Crítica | El viaje
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Paisley contra McGuinness

El encuentro que selló la paz en Irlanda del Norte, de inmensas posibilidades dramáticas, es retratado huyendo de la fidelidad a los hechos y acercándose a la alegoría

Javier Ocaña
Timothy Spall (izquierda) y Colm Meaney, en 'El viaje'.
Timothy Spall (izquierda) y Colm Meaney, en 'El viaje'.

EL VIAJE

Dirección: Nick Hamm.

Intérpretes: Timothy Spall, Colm Meaney, Freddie Highmore, John Hurt, Toby Stephens.

Género: político. Reino Unido, 2016.

Duración: 94 minutos.

El acuerdo de St. Andrews, forjado en los alrededores del mítico campo de golf escocés entre el 11 y el 13 de octubre del año 2006, supuso uno de los cimientos esenciales en el proceso de paz en Irlanda del Norte. Allí, dos enemigos de irreconciliable actitud, 30 años sin dirigirse la palabra, gestos turbios, miradas esquivas, el reverendo Ian Paisley, protestante, unionista y fiel a la corona británica, y el exjefe militar del IRA Martin McGuinness, dirigente del Sinn Féin, católico y republicano irlandés, debieron apuntarse a los ojos y rumiar la posibilidad de ir dando pasos hacia un gobierno compartido y la restauración de la autonomía.

Un encuentro de inmensas posibilidades dramáticas que el guionista Colin Bateman y el director Nick Hamm han querido retratar huyendo de la fidelidad a los hechos y acercándose a la alegoría de corte casi teatral en El viaje, película de disposición algo arbitraria, de situaciones tan atractivas como desigualmente desarrolladas, que en modo alguno debe verse en términos de verosimilitud y sí de representación simbólica. En una operación que se suele aceptar sin dificultad en el teatro pero —sin justificación alguna— no tanto en el cine, Bateman y Hamm, casi a la manera de otros duelos míticos de las tablas, caso de Mozart y Salieri en el Amadeus de Peter Shaffer, o del Frost / Nixon de Peter Morgan, componen un relato que lleva su carácter apócrifo tatuado en la frente.

Con una evidente distorsión de los hechos en favor de la dramaturgia, lo que en principio no tiene que ser ni positivo ni negativo, El viaje tiene estructura y estilo de road movie, trayecto físico, trayecto moral, y duelo político que, sin embargo, no siempre resulta lo trascendente y complejo que debiera en sus derivas, algunas de ellas al borde de lo risible: ¿el MI5, un tembloroso y balbuciente Tony Blair, Gerry Adams e Ian Paisley hijo, confraternizados ante una pantalla de espionaje, como contraplano improbable de una conversación donde Paisley padre y McGuinness ejercen de peleles de un imposible Gran Hermano? Demasiado forzado.

En cambio, cuando el guion se centra en los subtextos, en lugar de desviarse hacia el giro presuntamente espectacular y popular —esa conversación sobre ¡Samuel L. Jackson!—, la película gana enteros gracias a las interpretaciones de Timothy Spall y Colm Meaney y, sobre todo, al eje argumental de que cuando se llega a viejo, o a muy viejo, la importancia del legado suele vencer a la terquedad, la oportunidad a la ideología, y el futuro a la tragedia de los muertos. Y es ahí donde El viaje atrapa su imprescindible mensaje político y humano.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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