Pere Gimferrer, XIV Premio de Poesía Federico García Lorca
El fallo destaca la "universalidad" de la obra del escritor catalán, al que define como un "renovador constante"
“‘Muy antiguo, muy moderno. Audaz, cosmopolita’; siempre me ha gustado como lema de mi programa poético”, dice el académico Pere Gimferrer recitando, desde su ya legendaria memoria, unos versos del primer poema de Cantos de vidas y esperanza de su querido Rubén Darío. Le sirven ahora para intentar traducir la aseveración y el atributo de “por la universalidad de su poesía” que reza, entre otras elogiosas razones, en el acta del 14º Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca (20.000 euros), que se le ha concedido esta mañana.
“He intentado siempre inserirme en una literatura extensa, de corrientes de diversas tradiciones, más allá de cuestiones idiomáticas”, defiende Gimferrer (Barcelona, 1945), partiendo siempre de que “la poesía, si es buena, acaba encontrando su público”. Y le va como anillo al dedo el mismo bardo que da nombre a su nuevo reconocimiento y que ha leído con notable pasión: “Eso es perfectamente demostrable: García Lorca parecía que no sería así cuando empezaba, pero acabó siendo muy y muy leído; aún más claro es el caso de Arthur Rimbaud, que tenía seis lectores y luego acabó en multitudes, aunque él no lo acabaría sabiendo jamás”, deja ir con un punto de culta ironía.
Otros mundos
Esa eclosión y reconocimiento tardía no será el caso de Gimferrer, capaz de la alquimia de que sentimientos y miradas que deberían ser personales y, por ello, quizá intransferibles lleguen con emoción a gentes de cualquier condición y geografía. “Es que se parte de esa falsa premisa de que la poesía es personal e intransferible, cuando el ser humano tiene un sustrato común; la poesía es una región que existe en todas las personas, pero no lo saben porque no la leen”.
Resalta también el acta del galardón —en el que este año se valoraron a 50 autores de 19 nacionalidades tan distintas, propuestos por 87 instituciones— la capacidad de Gimferrer de “conectar mundos antes no incorporados a la poesía”. Admite el autor que debutó con Mensaje del tetrarca (1963) que siempre en su poesía se pueden rastrear imágenes o referencias cinematográficas o pictóricas, tradiciones que no son estrictamente literarias: “Hay referencias plásticas y sonoras, sobre todo, pero no soy único en eso, ahí está de nuevo García Lorca, con su Poeta en Nueva York hablando de un mundo y unos referentes que ahora son el nuestro, o el mismo Romancero gitano…”. Y lo remata, claro, citando de memoria a un pintor: “Era Joan Miró quien decía que una cosa profundamente local podía convertirse en profundamente universal, como las tragedias griegas”.
Culmina las razones de su elección el jurado, que el año pasado reconoció la trayectoria de Ida Vitale, asegurando que Gimferrer es, además, un “renovador constante”. “Eso sí que es cierto: no he escrito nunca dos veces el mismo libro, pero sí mantengo la misma voz, que va haciendo poemarios distintos; la cabeza de Pessoa es admirable; yo he intentado ser un Pessoa sin heterónimos”, dice. Y como muestra de que es posible, cita sus casi simultáneos libros El castell de la puresa, Alma Venus y Per riguardo: “Creo que está claro que son libros poéticamente bien diferentes y, además, escritos en tres lenguas distintas: catalán, castellano e italiano”. Por supuesto, Gimferrer está escribiendo: “Tengo ya un libro acabado en castellano y uno empezado en catalán”, informa sucinto. No es grafía compulsiva o que esté “en buena racha”, que esto último quizá sí, sino la convicción de que “hay una forma de conocimiento del mundo y del ser humano que, sin la poesía, no existiría”.
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