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Pere Gimferrer: “Soy incapaz de interpretar mi vida”

El poeta y académico publica 'Marinejant', versos que desprenden "angustia"

Carles Geli
Pere Gimferrer, el pasado martes en Barcelona.
Pere Gimferrer, el pasado martes en Barcelona. CONSUELO BAUTISTA

“Soy excéntrico y teatral como él, pero lo mío no es deliberado, es connatural”, dice el poeta y académico de la RAE Pere Gimferrer (Barcelona, 1945). El él es su abuelo, Pere Gimferrer Cassany, el que le introdujo en Stendhal (“lo leí con 13 ó 15 años; ahí aprendí una mirada escéptica, la pasión por Italia y la vida y un rigor vital ante la escritura”), y al que le dedica Marinejant (Proa), su nuevo poemario. El Gimferrer poeta está “en racha”, admite: es el quinto poemario desde 2011 tras Rapsodia, Alma Venus, El castell de la puresa y Per riguardo y antecederá a otro que saldrá en noviembre, en castellano, gestándose desde 2012...

Gimferrer habla de “una dinámica, aunque he estado años enteros sin hacer poesía”, pero desde fuera parece una urgencia vital, una sed espiritual incontenible, que las fechas de los 16 poemas de Marinejant ratifica: todos, menos uno, están escritos en un mes, entre enero y febrero de 2015. Responden a “un trastorno, una interrupción del ritmo de vida” fruto de una intervención quirúrgica. No tuvo más importancia pero parece haber reforzado cierta sensación de paso del tiempo ya entrevista en sus últimos libros (“Els carrers em semblaven coses ja mai no vistes; / he fet del meu present el meu passat, / he fet del meu passat el meu present”). “Angustia sería la palabra que mejor define lo que se desprende en este libro, sin duda una acción desproporcionada a la situación”, admite.

Se cita en el poemario al menos 15 veces la palabra “nit”; 12, “mort”; ocho, “negre” y siete “foscor”, eso entre diversas “ombres”, “tenebres”, “palpentes”… “¿Ha contado cuántas veces sale ‘llum’? Creo que está muy equilibrado”, contraataca el bardo, para añadir: “Eso me viene de la poesía barroca, de Góngora, y del simbolismo, y es un tema antiguo en mi obra: ya está en Hora foscant, de 1972”. Pero empieza el poema Illes: “Amb ulls de plom, els anys són esparvers” y lo acaba: “tot just a trenc de dia, els esparvers / ja tenen ulls que són els meus i em miren”. El inexorable paso del tiempo y su fatal consecuencia, que a veces traduce en versos aún más directos: “El joc de l’oca de les edats de la vida, / (…) els anys se m’han tornat pasta de dents”. Se explica: “Yo escribo más desde los 50 años y aún más desde los 65. Los poetas, o bien escriben mucho entre los 18 y los 40 años y paran o bien escriben mucho a partir de los 50 o 60… Es más difícil hacerlo desde esa franja; el poeta que ha encontrado a los 18 años su voz es muy complicado que esa voz no acabe desgastándose y convirtiéndose en su propia caricatura. Gil de Biedma dio su obra poética por acabada en 1982 y nació en los años 30; Foix lo dejó a los 80 y volvió a los 90… El problema a partir de esa edad es, insisto, no escribir la caricatura de ti mismo: escribir poesía sólo tiene sentido si tienes la misma fe en la palabra de cuando tenías 20 años”. ¿Él la tiene? “Yo no lo sé; mis poemas, sí”. Se detiene unos segundos y concluye: “Hay que evitar hacer un ejercicio mecánico; pocos poetas mayores se libran hoy de eso, quizá Pablo García Baena… Existe el peligro de que uno componga y, sin darse cuenta, haga una copia caligráfica de poemas de antaño; espero que no me pase nunca”.

Uno avanza solo; tener discípulos y tertulia como Carles Riba está lejos de mi ideal”

Quizá a las densas sombras que rodean los últimos versos de Gimferrer ayuda el fallecimiento reciente de gentes de sus círculos próximos: Josep Maria Castellet, Joaquim Molas, José Manuel Lara, Rosa Novell… “Y más y de antes: las desapariciones empiezan con Martí de Riquer, por no hablar de las anteriores de Terenci Moix o Manuel Vázquez Montalbán”, fija quien quizá se queda sin interlocutores y eso le apesadumbra más… “Nunca he tenido demasiados, pero ahora cada vez menos claro; ya lo decía Cernuda: ‘Qué pocos hombres que admirar te quedan…’”.

Cita entonces, entre los que ya no están, a Gabriel Ferrater. “Claro, casi no hablo de él porque quedan bien pocos hoy que lo hayan tratado o que sepan mucho de su vida y su obra… Fue muy importante para mí, me marcó muchísimo: yo tenía 27 años cuando murió; intelectualmente fue un torrente de ideas exigentes, muy ambiciosas, rigurosas… y luego hacía unos poemas extraordinarios: es el único poeta que ha conseguido escribir con una lengua que es a la vez totalmente comprensible como catalán hablado y totalmente elaborada como catalán literario y eso es muy difícil de hacer y más en poesía catalana”.

Tuvo a quien seguir, pues, Gimferrer, si bien parece que pocos le siguen a él. “Me preocupa relativamente: soy hijo único y estoy bastante acostumbrado a la soledad; uno avanza bastante solo; además, tener discípulos y una tertulia como la de Carles Riba, por ejemplo, está bastante lejos de mi ideal”.

El problema a partir de los 60 años es no escribir la caricatura de ti mismo

Entre esas aguas difíciles de esta etapa de la vida va, pues, “mareando” Gimferrer, fascinado por el mar, “inmutable y cambiante a la vez”: fue el tema de uno de sus primeros versos, “de cuando tenía 11 años, pero lo tiré por primerizo y demasiado malo”. Infancia y juventud, las suyas, al parecer complejas, como en el poema Batalls: “Poema fosc, la meva joventut”, arranca. “No quiere decir que lo sea por triste o por lejana vista desde hoy, es oscura porque es difícil de descifrar: soy incapaz de interpretar mi vida; las reflexiones sobre ella suelen darme un resultado ambiguo, contradictorio”.

Ese aire antagónico también lo ha respirado, admite, toda su obra poética en catalán, desde el ya casi medio siglo de Els miralls (1970). “No puedo explicar mi evolución porque he hecho muchas cosas contrapuestas, con tonos muy diferentes; me obsesiona mucho no repetirme… Procuro ser Pessoa sin heterónimos”. A diferencia de la persona, Gimferrer se define “muy irracional como poeta, pero la palabra, si la dejas hacer, tendrá sentido”. Palabras, las suyas, que siguen en un registro de catalán culto. “No me da miedo: la prosa necesita encontrar un público; la poesía, si es buena, acaba llegando a su público: Rimbaud es hoy mucho más leído que prosistas que en su época eran muy leídos. Eso depende siempre del autor y del poema, no de la lengua… Riba o Foix tampoco tuvieron miedo y estaban bien lejos del catalán coloquial; también es cierto que en su época el catalán podía sobrevivir por dos caminos, el del prestigio, con una literatura culta, o por el camino coloquial; modernamente se ha impuesto la idea de que sólo puede sobrevivir por la vía coloquial; esta idea no es necesariamente toda la verdad: sin el registro culto, la lengua sobrevive, sí, pero sin prestigio acaba siendo una lengua faltada de consideración en otros aspectos”.

No hay en Marinejant, poemario “más oscuro que los últimos”, admite su autor, mucha referencia al tema erótico y político que tanto afloró en los versos de los últimos libros. “Todo eso está más explícito en el libro que saldrá en noviembre”. Aquí y ahora, apenas una referencia a la Guerra Civil desde una “carpeta d’hule fosca i silenci”, referencia a “una carpeta que tenía mi abuelo en su despacho con recortes de políticos y del conflicto de 1936 pero también de novelas por entregas que publicaban los diarios entonces”. Igual el lector emparenta la imagen con el proceso soberanista catalán y el tema eterno de las dos Españas. “Eso ya aparece en las crónicas periodísticas que Rubén Darío hizo en el XIX; decía que había visto en Barcelona tres clases de catalanes: los que se consideraban españoles, los que se consideraban catalanes y los que se creían franceses; hoy estos últimos ya han desaparecido; vamos avanzando, ¿no?”.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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