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Crítica | Los nadie
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sin futuro en Medellín

Palpita el propósito de efectuar un registro veraz y directo de las voces, los sueños, las complicidades y los rituales privados de un grupo de amigos

Pipa y La Mona, pareja de jóvenes colombianos con escaso horizonte de plenitud a la vista, se echan gotas de colirio en los ojos tras fumar marihuana. Un ritual para burlar la vigilancia adulta, para vivir la experiencia del goce bajo camuflaje en los precarios intersticios de una realidad que Juan Sebastián Mesa captura con una cruda fotografía en blanco y negro que hermana la memoria del neorrealismo con la asunción punk de que no hay futuro. En Los Nadie palpita el propósito de efectuar un registro veraz y directo de las voces, los sueños, las complicidades y los rituales privados de un grupo de amigos de Medellín, que, entre la práctica grafitera, el concierto punk, la economía de precariedad sostenida en los malabares de semáforo, el cultivo de marihuana y la construcción de una identidad tatuando agresivas caligrafías en su piel intentan conjurar la certeza de que la sociedad no ha habilitado para ellos un espacio propio. Ni un destino deseable. Una escapada al Sur, gesto simbólico de una emancipación concretado en un viaje a Ecuador, se perfilará como meta provisional para ese heterogéneo grupo.

LOS NADIE

Dirección: Juan Sebastián Mesa.

Intérpretes: Esteban Alcaraz, Maria Camila Castrillón, María Angélica Puerta, Alejandro Pérez Ceferino.

Género: drama. Colombia, 2016

Duración: 84 minutos.

Pese a mirarse en el espejo de la mucho más cruda Rodrigo D: No Futuro (1990) de Víctor Gaviria –cuatro actores de cuyo reparto no llegaron vivos al estreno, tras ser víctimas de la medular violencia de Medellin-, el debutante Juan Sebastián Mesa renuncia en su opera prima a cualquier tentación de tremendismo, aunque queda en el aire si la decisión obedece a la fidelidad testimonial –hoy el contexto es otro- o a unos condicionamientos de producción que hayan marcado ciertos límites de representación. Bautizada en tributo a un homónimo poema de Eduardo Galeano, la película no fuerza el tono ni cuando retrata la presencia de lo religioso en el ámbito doméstico casi como un universo paralelo, ajeno a los desvelos existenciales de sus personajes.

El llanto nocturno de la Mona a la espera del Pipa, en la puerta de su domicilio, o ese pogo que la imagen ralentizada elevada a ritual catártico proporcionan algunas de las imágenes más poderosas de este enérgico debut.

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