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Álex Rigola encierra en una caja la desolación vital de Chéjov

El dramaturgo estrena una versión de ‘Tío Vania’ con cuatro actores y en un espacio cerrado para sesenta espectadores

Rocío García
Álex Rigola, en Madrid durante un ensayo de su versión de 'Tío Vania'.
Álex Rigola, en Madrid durante un ensayo de su versión de 'Tío Vania'.ALBA PUJOL

En la caja te susurran escenas de la vida, te confiesan los arañazos que esa vida les ha ido marcando, cuentan su infelicidad y desesperanza, también esos gozos y amores que se ven tan inalcanzables. Apenas se ven lucecitas en esa caja, repleta de desolación y sufrimiento, y donde los silencios son implacables. Ese no es el futuro que ellos una vez imaginaron. Álex Rigola ha encerrado en una caja de madera toda la angustia vital del autor ruso Antón Chéjov (1860-1904). En un espacio solo abierto por arriba, sesenta espectadores asisten atónitos, en un clima de intimidad catártica, a una versión de Tío Vania, a la que ponen voz y vida cuatro actores que han venido vestidos con su propia ropa desde casa y que se dirigen unos a otros por sus nombres. Luis Bermejo, Irene Escolar, Ariadna Gil y Gonzalo Cunill son los intérpretes de Vania, la obra que el jueves próximo se estrena en el festival Temporada Alta, en Girona, y que desde el día 23 y hasta el 7 enero se podrá ver en los Teatros del Canal, en Madrid, centro del que Rigola dimitió como director artístico el pasado 3 de octubre.

Pegados en el suelo, unos papelitos amarillos, con una silueta sencilla de un árbol, van indicando al espectador la entrada a esa caja de madera clara, de seis metros de ancho por ocho de largo, instalada majestuosa en el gran espacio escénico de la sala negra del teatro. Unos arbolitos que tienen en el interior del espacio su reclamo real en un bonsái, instalado en el centro de una pieza despojada de escenografía, con solo dos sillas, una guitarra y un rotulador gordo. Un globo verde, con el que inician su juego los cuatro intérpretes, acabará olvidado en un rincón, quizás cuando ese juego se encuentre ante la más árida de las realidades, ante el espejo de una historia tejida de ambiciones y frustraciones.

Álex Rigola tiene 48 años y ya arrastra cicatrices de la vida. “Nunca podría haber hecho este espectáculo con 20 años. Hay que tener cicatrices para hacer un Chéjov. Es a partir del momento en el que ya has pasado el ecuador de tu vida, cuando realmente empieza uno hacerse preguntas, qué somos, qué queremos, hacia dónde vamos. Surge entonces todo nuestro existencialismo y te encuentras con una realidad que no es la que habías soñado de joven. En el fondo es catártico y positivo. Chéjov es un gran seguidor de Schopenhauer y una de las máximas del filósofo alemán es que la vida es sufrimiento. Puede ser un mensaje pesimista, pero si uno asume eso, a lo mejor los momentos de placer y felicidad van a ser muy vivos. La maravilla de Chéjov, un hombre enfermo que sabía que iba a morir muy joven, es que llega a todo el mundo. Todos nos sentimos reconocidos en algunas de sus frases”, explica Rigola, que con Vania es el segundo Chéjov que monta, tras el Ivanov que realizó la temporada pasada en el Teatre Lliure de Barcelona.

"Cada uno tiene su ética"

Álex Rigola dimitió el 3 de octubre como director de los Teatros del Canal por la “brutal violencia” ejercida por las fuerzas de seguridad del Estado en el referéndum por la independencia de Cataluña. En un comunicado, Rigola, que dirigió Teatre Lliure de Barcelona de 2003 a 2011 y la sección de teatro de la Bienal de Venecia de 2010 a 2016, aseguró que esa “violencia ejercida contra los ciudadanos catalanes” había sido ordenada por el mismo partido que gobierna la Comunidad de Madrid, de la que dependen Teatros del Canal. Ahora, sin querer ahondar en el tema y declarándose de nuevo “no independentista”, solo quiere decir que “el crecimiento del independentismo es directamente proporcional a la poca empatía con el ciudadano catalán por parte de todos”. El dramaturgo señala que su dimisión fue una decisión traumática, pero que volvería a tomarla. “Cada uno tiene su ética”

“Uno limpia de costumbrismo de época y de geografía el texto de Chéjov, escrito hace más de 130 años, y nos queda una pieza absolutamente contemporánea, mucho más demoledora que otras obras contemporáneas escritas hoy”, añade el dramaturgo, tras haber asistido más que feliz a uno de los últimos ensayos de la función en la última fila de la caja, en uno de los bancos corridos construidos para acoger al público. La austeridad ha guiado el montaje de este Vania. Hace tiempo que Rigola sueña con el que el público pueda asistir a lo que sucede en una mesa de trabajo cuando se realizan las primeras lecturas de los ensayos porque es ahí, dice, donde pasan las cosas más maravillosas. “En teatros muy grandes se pierde esa intimidad, esa cercanía que no nos permite ver la desolación humana de lo que pasa en escena. En esa caja, en este espacio cerrado y pequeño, el espectador está continuamente interpelado por los actores con sus pensamientos, a veces obscenos, a veces compartidos. No es un lugar en el que los actores están en un sitio y el público en otro, sino que los espectadores pasan a formar parte de esta familia, son casi como los psiquiatras que escuchan sus lamentos”.

El montaje está centrado en solo cuatro de los nueve personajes de la obra original de Chéjov, sobre los que, en opinión de Rigola, recae todo el peso de la desilusión del texto. Unos actores que juegan en escena a ser el tío Vania (Luis Bermejo), la hija del primer matrimonio del profesor y sobrina de Vania (Irene Escolar), la nueva mujer del profesor (Ariadna Gil) o el médico amigo de la familia (Gonzalo Cunill). “Necesitaba que casi no hubiera diferencia entre personaje y actor, se llaman por sus nombres, cada día vendrán vestidos de casa de manera diferente, como ellos van normalmente por la calle. Es importante esa confusión entre no saber si está hablando Luis Bermejo o Vania. De hecho es una mezcla de ambas cosas, eso es lo interesante. Hay una búsqueda de que el actor no interprete, sino esté. Ellos han tenido que encontrar como defender cada uno sus argumentos y qué se reproducía en su propia vida en este texto”.

Pocas lucecitas surgen en esa caja. Lo sabe Rigola, un hombre que nunca está satisfecho como director de escena ni como dramaturgo, y que ya hace años sabe que su placer no está en medio de una ciudad, plagada de aparatos electrónicos y viviendo intensamente la noche, sino en un camino rural por el que caminar. “Ahí está mi felicidad y si la puedo andar con mis hijos....”. Ese camino plagado de arbolitos que conducen a Vania.

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