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Columna
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Éxtasis y yo

El interés en Hedy Lamarr no radica solo en sus trabajos en el cine, sino en sus inventos durante la guerra

Fue sin duda una de las mujeres más bellas del Hollywood clásico junto a Ava Gardner, Rita Hayworth o Gene Tierney, pero pocos o casi nadie la recuerdan. Así se desprende del documental Llamando a Hedy Lamarr, que le ha dedicado uno de sus hijos, en el que los transeúntes del Paseo de la Fama de Hollywood no reconocen su nombre a pesar de haber sido de las más populares actrices de las décadas de los cuarenta y cincuenta. Ahora, a los 103 años de su nacimiento, se ha puesto de nuevo en boga Hedy Lamarr, al menos en España, donde acaba de editarse, por fin, su libro de memorias, Éxtasis y yo, que vio la primera luz en 1966. Desde entonces solo se podía leer, traducido, en ediciones latinoamericanas. Ya era hora, pues, de que figurara en nuestras librerías, porque la vida cinematográfica de Hedy Lamarr tiene interés desde que comenzara su carrera en Austria, protagonizando el que posiblemente fuera el primer desnudo integral en un largometraje (Éxtasis, en 1933), poco antes de ser contratada en Hollywood, donde adquirió fama internacional, gracias, entre otras películas, a su fascinante Dalila de Sansón y Dalila, en 1949.

Pero el interés de su vida no radica solo en el recordatorio de sus trabajos en el cine, sino en sus inventos durante la guerra, uno de los cuales, “el sistema secreto de comunicaciones” o “salto de frecuencia” permitía nada menos que teledirigir torpedos, aunque el Ejército de Estados Unidos no lo valoró en su momento, aconsejándole, tanto a ella como al coinventor, George Antheil, que se dedicaran a hacer campañas para recaudar fondos y se dejaran de experimentos. Sin embargo, al cabo de los años este invento ha permitido la creación del WI-FI y el GPS, entre otras maravillas de las telecomunicaciones modernas. Por ello, cuando falleció hace 17 años, a la edad de 85, Lamarr recibió un clamoroso homenaje en su Viena natal a pesar de las cortapisas que había puesto el ayuntamiento para colocar una lápida en su tumba. Sin embargo, como había nacido un 7 de noviembre, se instauró internacionalmente esa fecha como “el día del inventor”, lo que se ha celebrado hace un par de jornadas. No obstante, los últimos años de la vida de Hedy Lamarr fueron patéticos, con serias necesidades económicas, siendo incluso detenida en varias ocasiones por robar en unos almacenes. “Cuando se ha sido una gran estrella, todo otro estado es pobreza”, escribió. Pero no sufría por ello, porque, según declaró, “aún como carne todos los días”.

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