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Críticas de cine
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Retrato del artista infantil

Un relato de terror cósmico, de enormes ambiciones, que aspira a abrazar el sentido de la existencia y de la pérdida, en línea a la de Terrence Malick en 'El árbol de la vida'

Javier Ocaña
El fantasma de 'A ghost story'.
El fantasma de 'A ghost story'.

A GHOST STORY

Dirección: David Lowery.

Intérpretes: Rooney Mara, Casey Affleck, Rob Zabrecky, Will Oldham.

Género: terror. EE UU, 2017.

Duración: 87 minutos.

Pocas veces las vidas artísticas ofrecen realidades tan apasionantes como la de David Lowery, director estadounidense que, siendo un crío, a la edad de 7 años, realizó con su cámara casera de vídeo el corto de dos minutos de duración Poltergeist (my first ghost story), apenas un juego, y que ahora, a los 37, ha compuesto la película A ghost story, de intrincado sentido y complejísimas interpretaciones, ambos relatos de terror, y amparados en una misma imagen: la de un fantasma de simplísima apariencia, tan solo una sábana blanca por encima del cuerpo con dos recortes circulares para los ojos, que acude a un hogar con intenciones poco claras para perturbación de sus inquilinos, y que acaba desintegrándose en su interior. La austeridad visual de ambas obras queda confrontada así, para fascinación del espectador, entre la (aparente) falta de pretensiones del corto de un niño y la subyugante pretenciosidad de la película de un profesional.

Lowery, director de la muy solemne película infantil Peter y el dragón (2016), ha reunido de nuevo a Rooney Mara y Casey Affleck, protagonistas de su anterior En un lugar sin ley (2013), para componer una relectura del cine de terror con unas características tan insólitas en su tratamiento del sonido y la imagen como en aquella mutación del western. A ghost story es un relato de terror cósmico, de enormes ambiciones, que aspira nada menos que a abrazar el sentido de la existencia y de la pérdida, en una línea en cierto modo semejante a la de Terrence Malick en El árbol de la vida. Aunque, recordémoslo, todo ello con la imagen impagable de ese fantasma simplón de sábana blanca instalado en la quietud.

Rodada en un añejo y hermoso formato 4:3 con las cuatro esquinas redondeadas, la película de Lowery muestra un exquisito gusto para el encuadre, para el montaje iluminador de los grandes instantes de una vida, y para el tratamiento musical. Pero, por momentos, también parece innecesariamente alargada desde su atractiva idea, e incluso más indescifrable que misteriosa. Aun así, sus imágenes, y ese discursazo sobre lo que lo que permanece y lo que se va, sobre la grandeza de la inspiración y las verdaderas obras de arte, quedarán en la memoria.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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