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El “peligro mortal” de la gramática feminista

Un manual escolar escrito en lenguaje inclusivo desata una tormenta en Francia La Academia alerta de la pérdida de poder del idioma

Reunión anual de los miembros de la Academia Francesa, en diciembre de 2016, en París.
Reunión anual de los miembros de la Academia Francesa, en diciembre de 2016, en París.ERIC FEFERBERG (AFP/Getty Images)
Álex Vicente

Todo empezó con un libro de texto. Un manual escolar firmado por Sophie Le Callennec, profesora francesa de geografía e historia, ha desencadenado un debate nacional al ser el primero en adoptar el llamado lenguaje inclusivo, pensado para evitar las fórmulas sexistas. El volumen en cuestión, titulado Cuestionar el mundo, publicado en septiembre y dirigido a alumnos de Educación Moral y Cívica de 3º de primaria, ha levantado una ola de indignación y dividido a políticos e intelectuales sobre la necesidad de integrarlo o no en el uso común de la lengua.

La polémica ha llegado esta semana a la Academia Francesa. Sus 40 integrantes, los llamados inmortales, difundieron este jueves un comunicado donde se declaraban opuestos al uso de un lenguaje igualitario. “Ante esta aberración inclusiva, la lengua francesa se encuentra, a partir de ahora, en peligro mortal. Nuestra nación es responsable ante las generaciones futuras”, sostuvo el organismo, fundado en 1763.

Pese a todo, Le Callennec no hizo más que seguir los consejos formulados por el Gobierno francés en 2015. El Consejo Superior para la Igualdad, dependiente del Ejecutivo, publicó entonces una guía práctica “para una comunicación pública sin estereotipos de sexo”, que recomendaba citar siempre los dos géneros, ordenando alfabéticamente el resultado —se escribe “agriculteurs et agricultrices”, pero “femmes et hommes”— y feminizar los sustantivos que se refieran a oficios o cargos públicos, asignatura pendiente del francés. Además, la guía invitaba a incorporar un sufijo femenino a todo sustantivo masculino, separándolo tipográficamente dentro de cada palabra. Si esta gramática no sexista no terminó de calar, puede que fuera por la complejidad que esta última propuesta supone. Si en un escrito en castellano se puede sustituir la palabra ciudadanos por ‘ciudadanos/as’, ‘ciudadanxs’ o ‘ciudadan@s’, en francés resulta más difícil, porque no siempre es tan sencillo como alterar una vocal y porque el resultado es menos fácil de leer. Ante la falta de normativa compartida, se suelen utilizar guiones, barras, paréntesis, mayúsculas y hasta tres tipos de puntos. Así, el resultado puede ser citoyen/ne/s, citoyen.ne.s, citoyen-ne-s, citoyenNEs, citoyen(ne)s o, el más habitual de todos, citoyen·ne·s. De hecho, la Asociación Francesa de Normalización, a cargo de la estandarización tipográfica, estudia introducir ese punto medio en los teclados del país en 2018. Su intención inicial fue reconocer su uso en lenguas como el catalán y el occitano, pero la adhesión creciente a esta gramática alternativa no puede ser ajena al gesto. La utilizan, cada vez más, autoridades públicas, el mundo del asociacionismo y ciertos medios de comunicación, como la revista lésbica Well Well Well. Pese a todo, la resistencia a adoptarla sigue siendo férrea y, seguramente, mayoritaria. Desde la aparición del manual de la discordia, la prensa conservadora ha denostado el método. Le Figaro lo calificó de “galimatías” y el semanario Le Point, que le dedica su portada esta semana, ha reescrito en lenguaje inclusivo fragmentos de Molière o Proust, tal vez para subrayar la ridiculez del invento. Por su parte, el filósofo Raphaël Enthoven tildó esta escritura de “agresión a la sintaxis” y “neolengua” orwelliana, expresando el sentir de otros intelectuales franceses.

Un debate con ejemplos en el Antiguo Testamento

CARMEN MORÁN

La Real Academia Española aprobó un estudio en 2012 sobre las guías para avanzar en el lenguaje inclusivo o no sexista. La opinión manifestada entonces no ha cambiado. El director de la RAE, Darío Villanueva, la resume así: “Estamos a favor de la sensibilización de los hablantes en lo que se refiere al lenguaje sexista, pero sobre la estructura gramatical mantenemos lo dicho en 2012”. O sea, condenan el uso machista de algunos términos, pero no defienden los dobletes de género para que hombres y mujeres estén representados en el discurso.

"Esto es un falso debate", dice la doctora en Filología Románica Eulalia Lledó. "Porque las guías no son normas, solo propuestas de usos. Y no sé por qué a algunos académicos les irrita tanto el uso de la doble forma para visibilizar a las mujeres porque existe hasta en el Antiguo Testamento y en el Mío Cid. Es solo tirar de un filón. Me alegra ver cada vez más formas genéricas en la prensa".

Uso infernal

La escritora Catherine Millet tampoco cree que sea necesario adoptarla. “He intentado pronunciar algunas palabras y es infernal. No es una lengua oral, y la oralidad viene antes que la escritura”, declaró a Le Monde. Tampoco la autora francoiraní Abnousse Shalmani opina que su uso favorezca ningún tipo de equidad. “Lenguas como el farsi o el turco no tienen masculino o femenino y eso no hace que esas sociedades sean más igualitarias”, ha expresado.

El ministro francés de Educación, Jean-Michel Blanquer, ha argumentando que la escritura inclusiva del francés “fragmenta las palabras” y “lastima la lengua”, pese a considerarse “un hombre feminista”. Por su parte, la titular de Cultura, Françoise Nyssen, se ha dicho favorable a una feminización sistemática de los sustantivos, pero no al empleo de la ortografía inclusiva. “¿Cómo será comprensible para niños con dificultades de aprendizaje, como los disléxicos?”, ha dicho a Le Point. El tiro de gracia lo han disparado los académicos, que consideran que el francés está tirando piedras contra su propio tejado. La dificultad adicional que supondría aprenderlo y entenderlo, si la tendencia inclusiva se convirtiera en la norma, jugaría “a favor de otras lenguas que aprovecharán la ocasión para prevalecer en el planeta”. En otras palabras, esa archienemiga llamada inglés.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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