Goya, pintor de la crisis
El genio español es el artista más demandado al Prado para exposiciones en todo el mundo desde 2008
Cuando el barón d’Erlanger quiso asombrar a París con las Pinturas negras de Goya, nadie le hizo caso. La capital del arte andaba en delirio medio lisérgico con el impresionismo y aquello le parecía feo. El aristócrata y banquero había comprado la casa del pintor, la famosa Quinta del Sordo, en 1873. Quiso llevarse las pinturas al Louvre. Pero ante el desprecio general, decidió donárselas al Prado. Hoy, a principios de un siglo XXI convulso, nadie se las hubiera rechazado. De hecho no hacen más que llegar peticiones al museo para préstamos sin parar desde todo el mundo. “No hay duda: Goya es el pintor de la crisis”, afirma Miguel Falomir, director de la pinacoteca.
El año 2008 marcó esa pauta. Pero es imposible atender todas las peticiones. El goteo ha sido constante y desde lugares en los que el artista antes no había tenido una presencia destacada, como Rusia, Noruega o Suiza. El director del Prado ha estado reflexionando cuidadosamente sobre las razones de esta tremenda y renovada vigencia: “Goya es un artista de variados registros. Su pintura alterna estilos en función de un temperamento propio cambiante, como es, por otra parte también, el del país en que vive, la España que refleja”.
En lienzos o en papel, con la brocha o el lápiz, comprometido con la modernidad, encontramos siempre un Goya para cualquier estado de ánimo: “Amable y violento, crítico y compasivo”, añade Falomir. Su obra acompaña aun, en estos tiempos de descalabros y tensiones, como pocos. “No conozco nadie dentro del arte contemporáneo que lo iguale en ese aspecto. Plasma la crisis de valores y la ausencia de certezas de una forma universal”. ¿Mejor que otros maestros del pasado? “Frente a la esencia estética de Velázquez, por ejemplo, Goya ofrece una sacudida ética”, cree el director del Prado.
Otro de los aspectos que destaca Falomir es el de los títulos en las obras: “Consigue auténticos aforismos de la lengua castellana al servicio de las imágenes. En ese sentido, establece una conexión con artistas del presente como El Roto. Tenemos la imagen y una reflexión que lo acompaña”. Tenemos el vuelo del pincel y el estilete del lenguaje, siempre en connivencia, nunca anecdótico.
“Consigue auténticos aforismos de la lengua castellana al servicio de las imágenes. En ese sentido, establece una conexión con artistas del presente como El Roto", asegura Falomir
Quizás porque, como decía Victor Hugo, es hermoso y horrible al tiempo, o como reflejaba Baudelaire, “un Cervantes triste y escéptico, convertido en volteriano”, pero sobre todo porque se trata de un artista que al pintar en monólogo silencioso para sí mismo, acompaña paradójicamente las miserias de todo el mundo, Goya pervive.
Así lo refleja en su biografía Jean Francois Chabrun y lo ratifica Manuela Mena, conservadora del Prado y experta en el pintor: “Goya revuelve todavía mucho”, afirma Mena. Cree que la clave tiene que ver con su interés constante por el ser humano. “Más allá de la naturaleza, de cualquier otro motivo pictórico, el hombre es el centro de su obra”.
Y la impronta. Coetáneo de Beethoven, ambos sordos, ambos genios del meollo romántico, Goya en pintura inicia un camino equivalente al que el compositor implantó en la música: “La obsesión por la autoría, por la voz propia en un grado más elevado. Ya en sus primeros cuadros o en las series más aparentemente joviales, como Los caprichos, Goya es él”. Tanto el pintor como Beethoven conquistan la esfera del autor, más allá, en otra dimensión a la del oficio de artesano o servidores de la corte y los mecenas. A gloria únicamente suya, no de sus patrocinadores.
Su obsesión por la visión propia no impidió que le abrieran la puerta de palacio. Aun así, no escatima la crudeza a la hora de reflejar a reyes y hombres de poder dentro de cualquier ámbito. “Nunca sabremos si se daban cuenta de que más allá de favorecerlos, los retrataba tal cómo eran o no”. En toda su obra subyace un estrato moral. “Es la denuncia lo que le mueve, más que el reflejo. Una denuncia amable en sus comienzos que deriva a la contundencia sin concesiones al final”. Con moraleja… “Eso salía de su compromiso con el espíritu de la ilustración”, añade Manuela Mena.
Para llegar a ser eterno, los grandes se comprometieron a fondo con su propio tiempo. Y eso, en Goya, fue constante. Si se vio obligado a reflejar de manera constante la convulsión del cambio de siglo y sus mareas con tormenta, ¿cómo no va a ser quien mejor refleje el arranque de este nuevo milenio?
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