La tecnología y la magia

Un recuerdo doloroso se puede convertir en el material sobre el que improvisar un cuento infantil contado a antes de dormir. Las palabras que desgranan ese cuento pueden dejar, a su vez, un sedimento en el inconsciente, capaz de articularse siguiendo una cierta lógica onírica, conformando un universo imaginario en el que permanecen camufladas algunas revelaciones sobre la identidad y el origen. Bajo esta concepción de lo vivido, lo narrado y lo soñado como intrincado sistema de vasos comunicantes se desarrolla Ancien y el mundo mágico, último largometraje de Kenji Kamiyama, director que encontró su gran plataforma de lanzamiento en la serie televisiva Ghost in the Shell: Stand Alone Complex (2002-05) tras un sólido recorrido de formación que le había permitido trabajar con la vanguardia (Katsuhiro Otomo) y el clasicismo (Hayao Miyazaki) de la animación japonesa.

Ancien y el mundo mágico empieza en clave de distopía ingenua (un mundo dominado por una empresa automovilística, con disidente hechicera y plantilla explotada abriendo posibilidades de conflicto) para pasar pronto a revelarse como sofisticada ficción de múltiples niveles narrativos, tendente a la climática fusión de sueño y realidad, con ecos de mecha y kaiju eiga. La anunciada participación de unos vehículos autónomos en la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020 aporta el contexto para lo que, de hecho, es una historia de autoafirmación y reconciliación con el origen (trágico) de su joven heroína.

Kamiyama tiene ideas narrativas muy afortunadas -la red social privada para mecánicos-, pero la excelencia la alcanza en lo formal: el tratamiento de la luz en el flashback que aporta la gran revelación identitaria y el eficaz diseño de esos pájaros/ceniza en el desenlace son buenos índices de su brillantez. La película honra al Clarke que dijo que toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.