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Alex Chilton resucita en una reedición española

El sello Munster recupera la etapa más oscura del músico estadounidense

El músico Alex Chilton, en 2004 en Austin.
El músico Alex Chilton, en 2004 en Austin. AP

Cuantiosas son las obras de rock que liban de la autodestrucción, ese don tan humano, engendrado por la arrogancia de Prometeo y la soberbia de su padre, el omnímodo Zeus. Menos frecuente resulta tropezar con artistas que perseveren en su propia aniquilación, consolidándola raison d´etre creativa. Infima se insinua la posibilidad de hallar uno de esos autosaboteadores cuya tempestad interior redunde en exaltación del genio y la belleza. A lo largo de cinco años, 1974-78, Alex Chilton (Memphis, 1950—Nueva Orleans, 2010) cultivaba esa masoquista praxis, alcanzando el fulgor artístico, que no el triunfo, al precio de envilecerse. Comprometido con la peor de las venganzas, la dirigida contra uno mismo, saboreaba durante ese quinquenio horribilis la delectación de fastidiar a quienes le socorrían, de burlarse de la imagen emitida por el espejo en el que se reflejaba, sus canciones.

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Patrocinada por un sello español, Munster, una nueva referencia con exhumaciones de archivo, Take Me Home And Make Me Like It, viene a ensanchar la visión que nos ha llegado de ese lesivo pero inspirador proceso. Un periodo en el que Chilton no parecía existir a ojos de industria y público. Para quienes desconozcan al personaje: fallecido de un infarto en 2010, a los 59 años, el tiempo ha hecho de Alex Chilton presa de culto entre un sector de la afición erudito y transgeneracional. En los 80 porque produjo las dos primeras referencias de The Cramps, posteriormente debido a la beatificación post-moderna de Big Star, banda, resucitada en 1993, a la que en su día no se prestó la menor atención y en la que muchos han creido ver los orígenes del power pop. Fueron esas las ganzúas que franquearon el cerrojo de un currículo precoz: En 1967, a los 16 años, como vocalista de The Box Tops, banda de soul blanco procedente de Memphis, Chilton ya ostentaba un hit internacional, The Letter.

Pese a los éxitos, pues hubo otros, un capítulo infeliz. No le bastaba con la atención recabada por la inopinada voluptuosidad de una voz que paradójicamente nunca extravió el timbre adolescente; quería invertirla en sus propias canciones. Supeditado a los designios de los productores, éstas caían en saco roto. Los Box Tops se disolvían en 1970 y ese mismo año Chilton grababa su primera obra en solitario, ¡inédita hasta 1996! Corría pareja suerte Big Star, extraordinaria formación pop que lidera junto a Chris Bell. A pesar de la ligera expectación despertada por un primer álbum, cuando aparece el segundo ya ha partido peras con su adlatere y la banda ha entrado en modo rigor mortis. Aunque concebido en solitario, se publicaba ese disco a nombre de ésta, encomendándolo a su underground aura. Problemas de distribución lo sepultaban en el limbo.

Para cuando lo intentaba de nuevo con otro álbum que también acredita a Big Star, el egregio Sister Lovers, 1974, publicado con cuatro años de retraso respecto a su grabación, Chilton ya ha sido intoxicado por una frustración colmada de exuberante talento. Ungido en ebriedad y demonios, tocado por el “bello mal” de Pandora, celebraba la adversidad con una liturgia de ira, desdén e iluminación. Ese lema infectará hasta la médula la tentativa con que en 1975 plasma un paquete de canciones concebidas para persuadir a potenciales postores discográficos. Sesgadas por accesos de díscolo caos pre-punk, tan pronto emocionales como disfuncionales, apasionadas en su desganada y desastrada factura, en realidad parecen concebidas para ahuyentarlos. Son el producto de un hombre que se niega a si mismo, y sobre todo a Big Star, dinamitando cualquier resquicio de empatía entre autor y obra. Un devastador canto a la ansiedad.

Take Me Home And Make Me Like It agota la atribulada extracción con que esas sesiones han sido exprimidas en referencias previas como el Ep Singer Not The Song y el Lp Bach´s Bottom. En su caso con superior sonido, reforzado por la desarmante crudeza de tomas alternativas, que poca cosa es comparada con la de las notas interiores firmadas por el productor John Tiven. Un descarnado relato, complementario de la tensión respirable en la música, de la envenenada animosidad atizada por esa víctima del síndrome Mr. Hyde que fue Chilton. Pide perdón Tiven por derrumbar el mito. Y se le concede, a él y a Chilton, cuyo heterodoxo paroxismo haría capilla sixtina de Like Flies On Sherbert, 1979, su primer Lp en solitario de facto. Búsquenlo, plantea sustanciosos desafíos.

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