‘La llamada’ renueva la fe en la risa, ahora en el cine
El musical sobre dos chicas en un campamento cristiano de verano salta a la pantalla, rodeado de expectación, tras ser un fenómeno teatral con 300.000 espectadores en cuatro años
El fenómeno nació en la barra de un pub de Chueca, el Válgame Dios. Allí se desesperaban Javier Ambrossi y Belén Cuesta, dos actores metidos a camareros que querían triunfar. Ambrossi y su pareja, Javier Calvo, que tras aparecer hasta 2011 en la serie Física o Química también veía languidecer su carrera, se juramentaron para salir de allí junto a Cuesta: así nació el musical La llamada, sobre dos adolescentes apasionadas de la música electrolatina castigadas en un campamento religioso, que lleva cuatro años llenando el teatro Lara en Madrid y que ahora salta al cine, también codirigido por ambos. La obra de los Javis -el nombre con el que se conoce a la pareja-, ha tenido 300.000 espectadores, giró por España y cuenta con una versión mexicana. “Yo creo que podrá seguir llenando el teatro otros cuatro años”, opina Ambrossi. En aquel éxito teatral iniciado el 2 de mayo de 2013 participaron además Macarena García, la hermana de Ambrossi [su nombe real es Francisco Javier García de la Camacha Gutiérrez-Ambrossi], que acababa de ganar el Goya a Actriz Revelación con Blancanieves, y dos veteranos como Gracia Olayo (Las veneno), y Richard Collins-Moore, quien aún hoy sigue encarnando a Dios en el escenario. "Lo más bonito es que hoy cuatro están en series de televisión de éxito y Olayo acaba de terminar Superlópez", señalan los Javis, que han visto incluso como en los pasados Goya Anna Castillo ganó el premio a Actriz revelación por El olivo, derrotando entre otras a Cuesta, por Kiki, el amor se hace. Ellos mientras han creado la serie Paquita Salas, que ha logrado una legión de fans irredentos. Así que todo está preparado para que La llamada se convierta mañana, con su estreno comercial, en el hype del cine español de la temporada, tras su paso hoy por el festival de San Sebastián. Como guinda, Ambrossi pidió matrimonio a Calvo el martes en el preestreno en Madrid. Por supuesto, se escuchó un rotundo sí.
Como película, La llamada ha crecido en personajes, aunque mantiene el núcleo de la obra: “Nació porque yo quería contar una historia de amor lésbico en un campamento cristiano”, recuerda Calvo. “A ambos nos gustan los musicales underground neoyorquinos y eso también nos inspiraba”. Ambrossi añade: “Y yo estaba en bucle con una historia de una conocida de mi hermana, que sintió la llamada de la vocación religiosa, y que cuando ya iba a ser religiosa su familia, muy cristiana, le dijo que no lo hiciera”. Ahí estaba esa chica a la que se le aparece Dios cantando canciones de Whitney Houston. Todo aquel proceso coincidía con la muerte de Houston (2012), el del boom del electrolatino y con las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas por la visita del Papa a España en 2012. “Con todo eso tejimos La llamada. En el teatro cada día puede pasar algo. Y en cierto modo siento lo mismo cuando veo la película. Me parece que puede ocurrir que no sea tan bonita como ayer”, cuenta en San Sebastián Ambrossi (Madrid, 1984). “Para mí, lo maravilloso es volver a verlas juntas [a las tres actrices], porque han dado lo mejor, porque sienten que es la película de su vida, porque hemos llegado hasta aquí gracias a ellas”, remarca Calvo (Madrid, 1991). “Ellas nos regalaron la obra. Mi hermana había ganado el Goya y dejó de lado proyectos importantes para apoyarnos”, dice Ambrossi.
Mucha gente está observando La llamada. “Hemos hecho la película que queríamos, cierto, pero sí sentimos esas miradas. Hay expectativas tan grandes...”, ratifica Calvo. “El miedo es que un fracaso en cine es más estrepitoso que un fracaso en teatro”. Ambrossi le interrumpe: “Javi, da igual, estamos arriesgando con algo en lo que creemos. Reconozco que lidiar con la expectación es difícil”. Aún recuerdan el momento en que sintieron que habían triunfado con la obra: “Llevábamos un año y de repente me fijé: no conocía a ningún espectador. Dejamos de ver a modernos en las butacas y empezamos a ver familias”.
El salto al cine parecía lógico para la pareja de directores. Algunos pasos no han sido fáciles. “Los derechos de las canciones de Whitney Houston son caros, pero los logramos a la primera para la película. Como en el teatro, permitieron I Have Nothing y I Will Always Love You. Pero no nos cedían los de Step by Step, porque la autora no es Houston, sino Annie Lennox. Le escribimos una carta muy sentimental, explicándole que ese tema nos había acompañado toda la vida y que era fundamental para la obra... Y cuando la dábamos por perdida, meses después, nos dijeron que adelante”, recuerda Ambrossi.
En el rodaje, lucharon por recuperar frescura. “Es la película más ensayada de la historia del cine”, bromean. “Y eso fue un arma de doble filo. Por un lado, las chicas se sabían el guion de memoria —aunque había alguna secuencia nueva—; por otro, teníamos que desaprender vicios, ajustarnos a otro lenguaje, a los movimientos de la cámara, olvidarnos de la lógica teatral”. Calvo incide: “Hacemos la cama para luego meternos y deshacerla”. O, como remata, Ambrossi: “Es como la vida. Ya puedes ensayar algo, prepararte un discurso, que luego la vida te lleva por otro lado”. Quizá por culpa de una canción de Whitney Houston cantada por Dios.
Un acto de fe
En Broadway (y en Hollywood) se utiliza el término sleeper para designar el éxito que brota de la noche a la mañana y sorprende a la propia empresa. Lógicamente, es uno de los bienes más anhelados por la comunidad del espectáculo. La llamada ha sido (si no el que más) uno de los mayores sleepers del teatro español de los últimos años. Recuerdo la noche de diciembre de 2013 (un sábado, a las once y media) cuando vi La llamada en el Lara. Había corrido la voz de que algo inusual estaba sucediendo y la cola desbordaba el vestíbulo y la calle. La señal del éxito era obvia, inequívoca. Pero había otra: a juzgar por sus risas anticipadas y por el modo en que coreaban las canciones, saltaba a la vista y al oído que buena parte del público estaba repitiendo. Por tercera, cuarta o quinta vez. Un ritual, como en The Rocky Horror Show. La función se había estrenado en mayo, en el hall del Lara y sus admiradores se habían multiplicado de tal modo que La llamada se representaba ahora en el escenario principal. Apunté, jugando a cronista neoyorquino: "Off Broadway con proa hacia Broadway". No hay nada tan excitante como asistir a un éxito palpando en el aire que va a crecer y crecer. Era evidente, pero había que intentar responder a sus razones. ¿Por qué gusta tanto y, sobre todo, al público joven? Me aventuré: "Porque es un musical cristiano sin gazmoñerías ni sermones. Sus tres claves: entusiasmo, energía, alegría a chorros. Hay que tener mucha alegría de corazón para levantar un proyecto así. Otra clave: es un triunfo del equipo en estos tiempos tan difíciles". Y pasaba a detallar los nombres, encabezados, claro está, por Javier Calvo y Javier Ambrossi, "dos jóvenes autores que escriben y dirigen". Añadí más tarde en mi cuaderno de notas: "La historia es sencilla y atrapa por la fuerza y gracia de las situaciones, por los diálogos naturalísimos y porque todos parecen creer intensamente en lo que hacen". En otras palabras: un acto de fe, un acto de fe teatral y musical.
Me alegré muchísimo por ver a Richard Collins-Moore, al que había descubierto bastantes años antes, en Barcelona. No pude ver a mi adorada Llum Barrera, que había triunfado en el papel de la madre Bernarda, pero aplaudí igualmente a Gracia Olayo, que bordaba el papel. También se salía la andaluza Belén Cuesta en el de la hermana Milagros. Y, claro está, las protagonistas: Macarena García y Andrea Ros. De aquella noche de invierno en el Lara hace cuatro años. Si la película ha logrado plasmar el encanto, la alegría y la sinceridad de la función, por descontado que también se merece el éxito.
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