Érase una vez la afectación
Mihaileanu traslada con claro sentido de legibilidad los diversos niveles narrativos de la historia, pero su estilo engola ridículamente la voz
Un largo (y falso) plano secuencia que parte, en blanco y negro, de la empalizada de una granja para culminar, a todo color, en un corazón grabado sobre el tronco de un árbol, mientras, a vista de pájaro, el recorrido ha ido borrando del paisaje las heridas de la Historia, ocupa el prólogo de La historia del amor, sexto largometraje de Radu Mihaileanu, que adapta la novela homónima publicada por Nicole Krauss en 2005. Las primeras palabras que escucha el espectador son un “Érase una vez” que, en principio, debería colocarle en el territorio de la fabulación más pura, pero las imágenes están diciendo otra cosa. Y la están diciendo a gritos: ¡Atentos, que entramos en el Olimpo de las Grandes Palabras, del Cine Literario Autoconsciente de su Importancia, Autosatisfecho Consigo Mismo! En suma, el ámbito de ese tipo de afectación irredimible que jamás sucumbirá a la tentación de pedir perdón. Da la impresión de que el cineasta afronta su película con el objetivo de que cada espectador abandone la sala con la sensación de haberse leído las cerca de trescientas páginas que escribió Nicole Krauus: lo que consigue, por el contrario, es que uno salga al exterior tan magullado como si una ciclópea reproducción en mármol de Carrara de un novelón de un millar de páginas se le haya derrumbado encima.
LA HISTORIA DEL AMOR
Dirección: Radu Mihaileanu.
Intérpretes: Derek Jacobi, Gemma Arterton, Elliott Gould, Sophie Nélisse.
Género: drama.
Estados Unidos, 2016
Duración: 134 minutos.
Con una trama que recorre siete décadas de amores contrariados, éxodos, exilios, amistades traicionadas, cruces azarosos y apropiaciones literarias para finalmente desembocar en un momento de trascendencia compartida, La historia del amor quiere hablar del poder transformador y redentor de la literatura, asociándolo a la pervivencia de un amor purísimo. Mihaileanu, el director rumano que menos rumano parece, traslada con claro sentido de legibilidad los diversos niveles narrativos de la historia, pero su estilo engola ridículamente la voz.
Babelia
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