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Decapita que algo queda

Un libro analiza el descabezamiento y la humillación del cuerpo del enemigo, de la prehistoria a los narcos y el Isis

Jacinto Antón
Esqueleto de un hombre decapitado de época romana excavado en Driffield Terrace, York, en 2004
Esqueleto de un hombre decapitado de época romana excavado en Driffield Terrace, York, en 2004

Es difícil realizar un paseo tan estremecedor por el lado más oscuro de la historia. Ahí están la cabeza de Lucio Postumio Albino descarnada por los celtas boyos y recubierta de oro (en plan dothraki) para usarla de vaso en las libaciones; la del rey Ladislao, caído en la batalla de Varna contra los turcos, paseada en el extremo de una pica, todavía con su corona de plata, por orden del sultán Murad II; la de María Estuardo, que tanto costó separar del cuerpo (¡tres hachazos!, ¡zas, zas, zas!); la de Gordon Pacha (“sus ojos azules estaban abiertos y la boca tenía una expresión casi natural”, explicaba Rudolf Slatin, que la vio) presentada ante el Mahdi tras la muerte a lanzazos del general en Jartum; la del soldado japonés que adornaba (con casco y todo) un tanque en Guadalcanal, las de las víctimas de los cárteles de la droga mexicanos y colombianos, las de los periodistas Foley y Sodoff asesinados por el verdugo del Daesh, Jihadi John...

Hay que ver qué viaje nos propone el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona Francisco Gracia Alonso en su libro Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados que publica la editorial Desperta Ferro. Un recorrido, desde nuestros orígenes hasta la guerra contra el Isis, por el tratamiento dispensado al cuerpo del enemigo, con especial atención a la decapitación, una práctica tan definitiva como recurrente en la historia. Pasa uno las 350 páginas del libro, erudito, detalladísimo, fascinante, muy ameno e inevitablemente despertador de morbo, tragando saliva y tratando en lo posible de mantener la cabeza (!) fría para seguir el hilo científico de la argumentación. Cuánta gente ha perdido la testa: Varo, Cicerón, Ana Bolena, Maria Antonieta, el general Moragues...

Gracia Alonso (Barcelona, 1960) es autor de más de 200 trabajos de investigación y de obras tan reconocidas como Los intelectuales y la dictadura franquista: cultura y poder en España de 1939 a 1975, La guerra en la protohistoria, ‘Furor barbari’: celtas y germanos contra Roma, o el imprescindible La arqueología durante el primer franquismo, 1939-1956. Con su aspecto de sabio profesor, Gracia Alonso se parece poco a la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas (aquella que gritaba: “¡Que le corten la cabeza!”). De hecho, él mismo reconoce que transitar por un tema tan cruento le ha dejado hecho polvo.

La multitud revolucionaria de París mojaba pan en la sangre de la descabezada princesa de Lamballe

Subraya que las decapitaciones y demás mutilaciones y horrores que trata pulsan una cuerda de horror atávico en nuestras mentes y en nuestro inconsciente que tiene que ver en buena medida con el espanto ante el arma blanca pues, “estamos acostumbrados a la muerte por efecto de la pólvora y esa intimidad física del descabezamiento con una hoja afilada, el degollamiento o el apuñalamiento que practican algunos terroristas como los recientes de Cambrils, nos perturba mucho”.

La decapitación también nos morbea, lo que explica el éxito de algunas escenas de Los Tudor o Juego de tronos. “Me temo que así es, de alguna manera, todos tenemos algo de las tricoteuses, las mujeres que hacían punto mientras presenciaban el espectáculo de la guillotina, a todos nos gusta mirar”.

El estudioso continúa: "Mi catálogo, que examina episodios desde la prehistoria a nuestros días no es exhaustivo, me temo, pero creo que analiza bien el concepto de muerte por decapitación y sobre todo la humillación pre o post mórtem del cuerpo del vencido que ha estado presente en todas las civilizaciones. El propósito es siempre acabar con el enemigo de la manera más cruenta para rebajarlo a sus propios ojos, y a los nuestros”.

La ejecución de Anna Bolena en una reconstrucción cinematográfica.
La ejecución de Anna Bolena en una reconstrucción cinematográfica.

Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados muestra con creces que las peores acciones no están restringidas a los primitivos, bárbaros o salvajes, es decir a todos aquellos a los que agrupamos bajo la tranquilizadora denominación de los otros. Desde gente con tan buena prensa como Carlomagno y El Cid hasta el ejército estadounidense en el teatro del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, en Vietnam o Irak, sin olvidar el ilustrado siglo XVIII en Francia —que presenció, por ejemplo, cómo la multitud mojaba pan en la sangre de la princesa de Lamballe tras arrastrala desnuda por las calles de París para luego decapitarla—, “con los enemigos hemos hecho las mismas animaladas que los demás”.

Soldado japonés a punto de ejecurar a un civil chino en Nankín.
Soldado japonés a punto de ejecurar a un civil chino en Nankín.

Normalmente se cuentan las atrocidades de los japoneses como su afición a decapitar prisioneros y hasta a comérselos, pero EE UU rebajó la condición de los soldados imperiales al de infrahumanos y fue habitual que se utilizaran sus cabezas cortadas como trofeos e incluso regalos a la novia. Para los japoneses, señala Gracia Alonso era un trance adentrarse en las junglas de Borneo donde los aliados pagaban a los dayaks para que retomaran su práctica ancestral de la caza de cabezas.

En todos estos fenómenos, destaca Gracia Alonso, hay que ver una parte vehemente, de odio desatado, cuando la gente deviene turba (al respecto se pregunta qué hubiera pasado de haber apresado los paseantes al conductor de la camioneta en La Rambla: probablemente, apunta, hubiera habido un linchamiento), pero también otra racional de cálculo político y uso meditado del terror. Los poderes y regímenes, recuerda, han alentado la deshumanización del enemigo para sus fines. Y el cuerpo ha sido asimismo una parte más del botín de guerra.

¿Y ese énfasis en la cabeza? “Es el receptáculo del individuo, donde se reúnen todos los sentidos, concentra el discurso, los símbolos del prestigio (la corona real o la de los santos). Cortar la cabeza, exhibirla, empalarla, humillarla es despojar al decapitado de los atributos de lo que ha sido y de su estatus”. En otros casos se han cortado también manos, pies o penes. “En la Grecia clásica cortaban los dedos para impedir que los prisioneros volvieran a empuñar la lanza o el remo”.

El ‘top ten’ en el catálogo de atrocidades

"Posiblemente los asirios se llevan la palma en un catálogo de atrocidades", contesta Gracia Alonso, al preguntarle por lo el top tenen la degradación de los cuerpos. "Llegaron a desenterrar cadáveres y arrastrarlos con sus carros hasta que se disolvían convertidos en polvo de huesos.

Sin embargo, apunta, en la Inglaterra de la Edad Media encontramos también cosas espantosas como la ejecución del famoso William Wallace, ahorcado pero no del todo, emasculado (eso no salía en la peli, Braveheart, ¡cualquiera castra a Mel Gibson!), eviscerado, y quemadas sus entreñas ante sus ojos, decapitado finalmente y descuartizado. Tampoco se quedaba atrás Vlad Draculea, que en una expedición empaló a casi 24.000 personas.

Pero lo peor, lo peor, considera el estudioso, el horroroso linchamiento de los hermanos Witt en La Haya en 1672. Después de hacerles de todo les arrancaron el corazón, los colgaron y se los comieron en parte. “La Horda de Oro mongola entiendes que fueran bestias, en cambio la Holanda de Rembrandt...”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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