¡Proletarios, a caballo!
Errores de estrategia militar dieron la victoria al bando rojo durante la guerra civil rusa desencadenada por la Revolución de Octubre, de la que se cumplen 100 años
De lo sublime a lo ridículo solo hay un paso”. Lo que Napoleón había armado sobre su campaña de Moscú podría aplicarse igualmente a Antón Denikin, uno de los principales líderes del movimiento blanco durante la guerra civil rusa. En octubre de 1919, sus ejércitos avanzaban a pasos agigantados —parecía que de forma imparable— hacia la capital roja. Hacia finales de mes, se le puso a prueba con ataques desde ambos flancos. Entonces, entre mediados de noviembre y principios de enero, en siete semanas, los blancos se derrumbaron. Se retiraron de forma desordenada 725 kilómetros, sin detenerse hasta que hubieron cruzado el río Don. A principios de abril de 1920, las bases de operaciones cosacas se habían perdido para siempre, las Fuerzas Armadas del sur de Rusia habían sido liquidadas y el propio Denikin fue depuesto y exiliado.
Los mismos motivos que alejaron a Denikin de Moscú en otoño —la inferioridad numérica, la mala organización, la falta de atractivo para las masas— explican su incapacidad para mantenerse firme a finales de 1919. En ese momento, se empezó a pagar el precio del autoabastecimiento; Wrangel informó de que el Ejército Voluntario se había retirado “a través de regiones en las que la población llegó a odiarlos”. No había reservas organizadas ni planes alternativos asegurados.
Las vías del ferrocarril estaban cortadas. En diciembre, Denikin tenía 42.700 hombres enfermos o heridos —que deben compararse con una fuerza de combate que, en su momento álgido, llegó a 100.000 soldados—. “Posiblemente, ningún Ejército”, informó la misión británica, “se ha encontrado tan mermado desde un punto de vista sanitario”.
La celeridad de la retirada también se explica por la intervención de la caballería roja. La movilidad y la potencia de choque de la caballería cosaca habían contribuido a las primeras victorias blancas. Los rojos habían tardado mucho en responder, porque los bolcheviques consideraban a la caballería un arma contrarrevolucionaria y, según sus especialistas, obsoleta. La incursión de Mamontov supuso un sobresalto que les hizo cambiar de actitud. “La mayor desgracia del Ejército Rojo es la escasez de caballería”, anunció Trotski en septiembre de 1919, y le siguió su célebre y extravagante lema: “¡Proletarios, a caballo!”. Se formaron grandes unidades de caballería, aunque no eran obreros montados a caballo (excepto en el caso de los comisarios y los planificadores del partido), sino que la mayoría era cosacos del Don y del Kubán o veteranos del cuerpo de caballería de la Gran Guerra. Se reclutaron nuevas unidades ecuestres en la retaguardia y las existentes se agruparon en una masa de maniobra capaz de alzarse con la victoria.
La formación más famosa del Ejército Rojo, el I Ejército de Caballería (Konármiya), fue creada a mediados de noviembre, a partir de las divisiones de caballería 4ª, 6ª y 11ª; a primeros de 1919, disponía de 15.000 jinetes, 19 cañones, 238 ametralladoras y 8 trenes blindados.
Semión Budionni, el comandante del I Ejército de Caballería, procedía de una familia de inogorodnie pobre del Don; había sido soldado jinete de caballería en época zarista desde 1903 y sirvió en las guerras de 1904 y 1914, en las que obtuvo condecoraciones al valor y ascendió al rango de subteniente (vajmistr). Desde la primavera de 1918, dirigió fuerzas en el sureste —primero un destacamento, después una brigada, una división, un cuerpo y finalmente el Konármiya—. El Ejército de Caballería estaba estrechamente vinculado con Stalin y sus líderes —en su mayoría de origen humilde— florecerían mientras otros sucumbían: el mariscal Budionni fue enterrado con honores en la Plaza Roja en 1970 (a pesar de sus terribles derrotas en 1941); el mariscal Timoshenko (comandante de la 6ª División) dirigió al Ejército Rojo en los primeros momentos de la II Guerra Mundial, y el mariscal Zhúkov, el mejor soldado de Stalin, inició su carrera en el Konármiya como un joven comandante de escuadrón. El comandante en jefe Kámenev describió la feliz situación: “La principal baza del enemigo, por voluntad del destino, pasó a nuestras manos”. Se benefició de la lentitud de Denikin en comprender el potencial de la caballería empleada en masa. Solo tras el éxito de Budionni, el estupefacto Denikin trató de reunir en el noreste de Járkov un gran contingente de caballería —los cuerpos IV del Don y el II y III del Kubán–. El conflicto con la Rada del Kubán afectó a la moral de las unidades procedentes de aquella región y los cosacos del Don se enfurecieron cuando su idolatrado general Mamontov fue reemplazado por el general Ulagai, que dirigió las unidades del Kubán de Wrangel. En cualquier caso, la fuerza de caballería de Ulagai fue arrollada por el avance rojo antes de que pudiera siquiera organizarse por completo. A finales de diciembre, Ulagai informó de lo peor: “En términos generales, carecemos de caballería”.
La disolución de la caballería blanca se combinó con la desintegración del alto mando de los blancos. A principios de diciembre, Denikin trasladó a Wrangel del Ejército del Cáucaso al Ejército Voluntario, para reemplazar a un acabado Mai-Mayevski. Sin embargo, Wrangel, el valiente líder de la caballería, el conquistador del norte del Cáucaso y de Tsaritsyn, fracasó. Recibió un Ejército en completa retirada, discutió con los comandantes de los voluntarios y, para colmo, contrajo el tifus. Es cierto que evitó los intentos de Budionni de aislarle del Ejército del Don, pero el 3 de junio él mismo fue sustituido.
En todo el frente, las Fuerzas Armadas del sur de Rusia estaban en retirada. Kiev cayó el 16 de diciembre, y Tsaritsyn el 3 de enero. Denikin esperaba mantener la posición con el grueso de sus fuerzas al norte del Don, con la creación de una zona defensiva en torno a Rostov y Novocherkask. Más adelante defendió que las Fuerzas Armadas del sur de Rusia eran superiores en número y en equipamiento a la vanguardia roja, que se encontraba sobreextendida, por tanto, podrían haberla detenido —pero lo que ahora les faltaba a los blancos era espíritu—.
A medida que los restos de los Ejércitos Voluntario y del Don se agrupaban cerca de la desembocadura del Don, el principal deseo de los soldados blancos era atravesar el cuello de botella para que el río quedara entre la caballería roja y ellos. En palabras de uno de los oficiales del Ejército del Don, “la naturaleza favorece a sus propios hijos”; el río se congeló, lo que permitió que los blancos lo cruzasen, y luego comenzó el deshielo justo a tiempo para bloquear a los rojos. Novocherkask y Rostov, en la ribera norte, fueron tomadas por los rojos el 7 de enero. Los blancos se habían salvado del envolvimiento, pero habían perdido todo lo capturado en 1919.
Fragmento de ‘Blancos contra rojos: la guerra civil rusa’ (Desperta Ferro), que sale a la venta a mediados de septiembre. Su autor, el historiador estadounidense Evan Mawdsley, es investigador honorario de la Universidad de Glasgow, donde ha sido profesor de historia mundial.
Traducción de Cristina García García.
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