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Aventura juvenil para salvar cines en Roma

Un grupo de jóvenes, apoyados por Sorrentino o Bertolucci, impide la demolición de una sala de la capital italiana

Una proyección en la plaza de San Cosimato, en Roma, con el director Paolo Sorrentino (derecha).
Una proyección en la plaza de San Cosimato, en Roma, con el director Paolo Sorrentino (derecha).

“Esta es una historia increíble: un grupo de muchachos recién salidos del instituto lucha por un cine de barrio abandonado y, con la ley en la mano y el cariño del vecindario a su alrededor, terminan montando un cine de verano que se convierte en el evento cultural más importante de una capital europea”. El entusiasmo del director italiano Gabriele Salvatores llega con energía desde móvil, a pesar de su apacible timidez. La amistad e ilusiones del grupo de soldados retratado en Mediterráneole proporcionaron el Oscar al mejor filme de habla no inglesa en 1992, “pero —reflexiona— lo de estos chavales da más bien para una película a lo Ken Loach, con sus reivindicaciones hechas de determinación y sueños”.

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El cineasta se refiere a I Ragazzi del cinema America, un tropel de veinteañeros que ha bloqueado la demolición de un histórico cine del barrio romano del Trastévere y, de paso, cada verano anima una plaza cercana con proyecciones al aire libre y gratuitas. “Son un orgullo nacional”, han dicho cineastas como Paolo Sorrentino, Bernardo Bertolucci, Roberto Benigni o Pedro Almodóvar, que se movilizaron ante el temor de que el Ayuntamiento suspendiera su actividad el pasado junio. Una vez más, ganaron ellos.

Un día de verano, a las ocho de la tarde, la plaza de San Cosimato está ocupada por sillas de plástico dispuestas frente a un telón blanco. Unos niños juegan al fútbol, dos puestos de charcutería preparan panini, parejas de ancianos, jóvenes familias, grupos de amigos van tomando asiento. Llevan abanicos, agua, cerveza, un carrito de bebé o un perro exhausto por la canícula. “Mejor que cuatro borrachos rompiendo botellas, ¿no?”, pregunta Luca Paglialonga, de 44 años, antes de irse a buscar una pizza para compartir con su madre, Quinta, ya acomodada a la espera de la película. “La plaza ha cobrado vida —comenta Anna Maria Fabbri (52 años), “trasteverina con denominación de origen”— no como ciertas zonas donde solo hay turistas de despedidas de soltero”.

Este es el final feliz de una historia larga y tortuosa. La aventura empieza hace cinco años y unos 100 pasos más allá. En la cercana calle de Agostino Bertani está el Cinema America, una sala con 700 butacas, abierta a mediados de los años cincuenta, cuando Cinecittà alumbraba éxitos internacionales y Roma respiraba cine y estrellas. El cine lleva casi 20 años cerrado y más de 10 que los dueños intentan derribarlo para construir pisos y aparcamientos. Un puñado de estudiantes que buscaban un espacio para hacer asambleas se enteró de que un comité de vecinos se oponía al proyecto. “Decidimos unirnos a su resistencia. El 13 de noviembre de 2012, después de ir a la escuela, rompimos el candado, entramos y nos quedamos”. Valerio Carocci, uno de los veteranos del grupo (nació en 1991), recuerda los dos años de ocupación como los más intensos de su vida: “Limpiamos y reestructuramos, abrimos una sala de estudio y reactivamos la de proyección. Pasábamos clásicos, dibujos animados, comedias italianas y hasta partidos de la Roma”.

Proyección de un partido de la Roma en el techo del cerrado Cinema America.
Proyección de un partido de la Roma en el techo del cerrado Cinema America.

Sentado en la terraza de una cafetería de la vía Bertani, le cuesta terminar las frases. No hay quien pase por ahí sin lanzar un “¡hola Vale!”, acortando su nombre, según la más arraigada costumbre local. Vale conoce a todo el mundo: “Este abuelo nos dejaba usar su baño”; “La señora nos prestó su casa para proyectar una película cuando nos echaron del America”. La madrugada del 3 de noviembre de 2014, la policía irrumpió y les desalojó.

Con el dinero recaudado alquilaron el pequeño local de al lado. Colgaron un telón y siguieron haciendo lo de siempre: darle un cine al vecindario. Acudieron Ettore Scola, Francesco Rosi, Bernardo Bertolucci, Nanni Moretti... muchos periodistas y pocos políticos. Cientos de personas invadían la calle frente al nuevo Piccolo Cinema America: un cine minúsculo repleto de espectadores, pegado a uno de los teatros más grandes de Roma, sellado y vacío.

Carocci y sus compinches se tiraron horas en los archivos y en las oficinas públicas. Descubrieron que una ley impedía el cambio de destino del Cinema America, de uso cultural a comercial, y que los mosaicos de la fachada y de la entrada son obra “original y auténtica” de Pietro Cascella, importante escultor italiano fallecido en 2008. Con estos dos argumentos en la mano, consiguieron parar la demolición del edificio. Ahora, la Superintendencia, organismo dependiente del Ministerio de Cultura que tutela los monumentos, está a punto de protegerlo por su valor artístico.

Mientras luchaban por el America, en 2015 ganaron el concurso regional para la financiación del cine de verano, y el año pasado se adjudicaron la gestión del Troisi, un cine abandonado que el Ayuntamiento decidió alquilar. Cada vez que la burocracia pone un obstáculo, I Ragazzi del cinema America logran encontrar una salida con su meticuloso estudio de las leyes, el diálogo continuo pero inflexible con las instituciones, la presencia ininterrumpida en el barrio, casa por casa. Se han convertido en los hijos de todo vecino y en los niños mimados de cineastas e intelectuales.

Resistencia

El director iraní Asghar Farhadi, que el pasado febrero no fue a recoger el Oscar al mejor filme de habla no inglesa a El viajante, como protesta contra Donald Trump, proyectó su película en la plaza San Cosimato: “La acción de estos chicos puede servir como ejemplo para salvar los cines de todos los países. Su resistencia tiene un valor mundial”, declaró. Algo que no le parece nada exagerado al director italiano Paolo Virzì, que apoya esta batalla desde sus primeros estallidos. “Quedé admirado porque no se trata de personas del sector que reivindican algo para sí. El séptimo arte solo es el medio que eligieron para mejorar la calidad de la vida de una comunidad”, reflexiona en su despacho en Roma, donde está ultimando The Leisure Seeker, la película que presentará en el festival de Venecia. “Puede ser que en el futuro nuestros filmes se muestren directamente en la tele o en Internet. Ellos, en cambio, dan fe de que el entusiasmo por la experiencia frente a la gran pantalla sigue vivo. Es una aventura conmovedora”.

Esta aventura seguirá entre las paredes del cine Troisi en cuanto se desbloqueen los permisos. En la entrada, Valerio y sus colegas tienen previsto colgar un gran cartel de la película Érase una vez en América, de Sergio Leone. Porque será el principio de una nueva historia. Sin olvidar su pasado.

120 millones para salas nuevas y antiguas

Al igual que España, Italia ha sufrido el cierre de decenas de salas a lo largo de la crisis. Pero el Gobierno del país transalpino quiere recuperar el tiempo perdido: la nueva Ley del Cine, aprobada en 2016, destina 120 millones, distribuidos en cinco años, para la apertura de nuevas salas o el rescate de las que yacen abandonadas.

En concreto, el texto asegura que se podrán pedir estos fondos públicos para la reactivación de salas cerradas o echadas a perder, la realización de nuevas salas, su transformación para aumentar el número de pantallas, su reestructuración y modernización o la instalación y renovación de estructuras, instrumentos y servicios complementarios.

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