Chévere, 30 años de teatro gamberro
La compañía gallega recupera tres de sus obras más emblemáticas para celebrar los logros obtenidos sin dejar de ser "unos kamikazes"
A finales del siglo XX, al caer la noche sobre la Galicia comandada por Manuel Fraga, la irreverencia cultural estallaba en un garaje de Santiago de Compostela. Aquel espacio denominado Sala Nasa fue durante 20 años un vivero de actores y músicos, el bautismo de fuego en las artes escénicas para toda una generación y un desahogo para los disidentes de la férrea sociedad fraguista. La compañía teatral que lo fundó, Chévere, cumple 30 años presumiendo de no haber abandonado aquellos márgenes en los que creció. “Estamos en nuestro mejor momento en número de proyectos, en creatividad y en estructura”, proclamó el pasado lunes en Teo (A Coruña) Xesús Ron, director artístico de una formación gallega que logró en 2014 el Premio Nacional de Teatro sin recibir, asegura, felicitación oficial alguna por parte de la Xunta de Galicia, ausente también de los actos de aniversario.
La familia Chévere, integrada entre otros por Patricia de Lorenzo y Manuel Cortés, alcanza estas tres décadas con “sensación de victoria”. No solo por ser una edad longeva para una iniciativa cultural privada, sino porque en este tiempo, mientras “el público aumenta”, han logrado conservar la “espontaneidad”, las ganas de explorar los confines teatrales y el compromiso de “mojarse con todo”, subrayan. Para celebrarlo, la compañía meterá a sus muchos devotos en la máquina del tiempo y, con un equipo de 20 personas, volverá a representar tres de sus obras más emblemáticas: el wéstern musical Río Bravo (1990), la delirante opera portátil Annus horribilis (1994) y el cabaré nihilista Ultranoite no país dos ananos (2014).
Este icono del teatro gallego, como La Cubana en Cataluña o Atalaya en Andalucía, se forjó llevando la transgresión social y política a los lugares más insospechados. Sus componentes han actuado en tascas, aserraderos, aeropuertos, trenes y sobre el cauce del río Tambre. Hasta se han subido a una goleta bautizada Valle Inclán para llevar sus obras por puertos de Portugal y Galicia. “Aquellas eran performances de activismo cultural para darnos a conocer”, rememora el actor y miembro fundador Miguel de Lira a la salida de un ensayo en el auditorio municipal de Teo, la localidad limítrofe con Santiago que dio refugio a Chévere cuando en 2011 la Sala Nasa fue cerrada por el entonces alcalde compostelano Gerardo Conde Roa (PP).
Conde Roa no cumplió ni un año como regidor porque fue condenado por fraude fiscal, pero tuvo tiempo para clausurar el espacio. Aquel “reducto de libertad total contra el discurso único del Xacobeo”, como define Chévere el local, había gozado de mucho protagonismo en las protestas contra el PP por su gestión de la marea negra del Prestige en 2002. “Esa Galicia que había quedado oculta bajo el fraguismo afloró entonces con una fuerza impresionante. En aquella época las funciones de Río Bravo acababan como manifestaciones espontáneas de Nunca Máis”, recuerda Ron.
En 2005, los miembros de Chévere, que hasta entonces no cobraban sueldo, iniciaron un proceso de profesionalización. Cuentan que tras la marcha de Fraga y la llegada al poder del bipartito PSOE-BNG “la cultura empezó a ocupar un lugar central” y se dieron cuenta de que podían vivir del teatro. Gracias a la estructura de la que se dotaron en aquellos años, los recortes presupuestarios que impuso desde 2009 el popular Alberto Núñez Feijóo no los derribaron, destaca su director artístico: “Fue ahí cuando empezamos a hablar de victoria. Teníamos estructura para vivir y para exigir”.
Aunque sus montajes han tenido éxito de público, ensayan “de prestado” en un auditorio municipal de Teo y el dinero que percibieron por el Premio Nacional lo han invertido en el proyecto A Berberecheira. Esta iniciativa, que toma el nombre de un rico banco de berberechos de A Costa da Morte, financia creaciones que no tienen cabida en un país “que sigue haciendo teatro para que los trabajadores puedan cobrar a final de mes”. “En nuestro caso, los éxitos no han tenido repercusión económica”, concluye Ron. “Al contrario que Els Joglars o La Cubana, nunca ganamos nada y no tenemos nada que perder. Por eso podemos seguir explorando, por eso podemos seguir siendo unos kamikazes”.
Un sueño "imposible"
Chévere arranca un verano de celebración de cumpleaños representando en Santiago de Compostela Río Bravo, del 4 al 9 de julio en el Teatro Principal; Annus horribilis, del 12 al 14 en el Auditorio de Galicia, y Ultranoite no país dos ananos, el día 19 en la plaza de Quintana. Tras soplar las velas con este revival, la compañía retomará en septiembre su gira por España con su último montaje, Eroski paraíso, un proyecto "con carga de profundidad" que narra el desmoronamiento del Estado del bienestar a través de una antigua sala de fiestas de Muros (A Coruña) en cuya parcela se alza hoy un hipermercado.
A sus 30 años, la compañía nacida en 1987 tiene un sueño: disponer de su propio teatro. “En Galicia es imposible por la falta de madurez de las instituciones para asumir este tipo de proyectos”, lamenta Xesús Ron. Aunque, el fundador de Chévere destaca la “vitalidad” actual de la cultura gallega.
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