Alberto Manguel, premio Formentor 2017, dotado con 50.000 euros
Del escritor argentino-canadiense el jurado ha destacado su lúcida indagación histórica
“Es uno de esos lindos absurdos de la vida”. Así ha reaccionado este lunes Alberto Manguel a la concesión del Premio Internacional Formentor, dotado con 50.000 euros. La parte linda era el reconocimiento del jurado a su “minuciosa recreación del arte de leer”. La parte absurda, el hecho de verse en un palmarés que inauguraron en 1961 Jorge Luis Borges y Samuel Beckett y que el año pasado recayó en el italiano Roberto Calasso. “¡Pero si yo entrevisté a Calasso por su premio en la última feria del libro de Guadalajara, en México!”, insistía el recién galardonado. “Me pongo al final de una cola espléndida”. De esa cola forman parte Saul Bellow, Nathalie Sarraute y Witold Gombrowicz -laureados en la primera etapa del Formentor (1961-1967)- y a ella se sumaron, con el renacimiento del premio en 2011, autores como Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas o Ricardo Piglia.
Al teléfono desde la Biblioteca Nacional de Argentina, que dirige desde junio del año pasado, el autor de Historia natural de la curiosidad subrayaba su agradecimiento y su intención de no resultar “arrogante” sin dejar de ser “consciente” de su papel como algo-más-que divulgador. “En francés hay una palabras perfecta para describirme: passeur. Me gusta ese rol del que pasa algo. Me gusta leer y comentar mis lecturas. Mis libros salen de otros libros, del esfuerzo por entender las ideas de otros, y la lista del Formentor está llena de pensadores y creadores originales”.
La estela de Borges
Alberto Manguel y Jorge Luis Borges tienen cada vez más cosas en común. Se conocieron en la librería bonaerense Pigmalion cuando el primero trabajaba allí y el segundo era un escritor ciego que buscaba quien le leyera en voz alta. Ese alguien fue, entre otros, Manguel, que contó aquellos días en Con Borges (Alianza). Décadas después, el hecho de que el autor de El aleph hubiera sido director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires fue uno de los argumentos que llevó a su antiguo lector a aceptar ese cargo. Desde ayer los dos forman parte del palmarés del Premio Formentor. Como Borges, también Alberto Manguel está más orgulloso de los libros que ha leído que de los que ha escrito.
Nacido en Buenos Aires en 1948, Alberto Manguel vivió hasta los siete años en Israel, donde su padre ejercía de embajador. Allí aprendió alemán e inglés antes que castellano, lengua que perfeccionó de vuelta a su ciudad natal. Hoy escribe sus libros en inglés y reserva el español para los artículos, entre ellos los que publica regularmente en Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS. Después de ejercer como editor en París, Londres, Milán y Tahití, Manguel se instaló en Toronto y adoptó la nacionalidad canadiense. Allí escribió el ensayo que lo consagró mundialmente: Una historia de la lectura (1996). Cuatro años después trasladaría su casa y su biblioteca –de más de 30.000 volúmenes- a las ruinas del antiguo presbiterio de Mondion, un pequeño pueblo cercano a Poitiers (Francia). “No los he leído todos, pero los he abierto todos”, decía. El que más ha abierto y leído es la Divina Comedia. Durante años llevó a cabo un rito particular: a las seis de la mañana abandonaba su dormitorio –plagado de novelas policíacas- y se dirigía a su estudio –tapizado de tomos sobre simbología, religiones e historia de los libros-; una vez allí leía un canto del poema de Dante y anotaba sus impresiones en una libreta.
El autor de Guía de lugares imaginarios cuenta que para sentirse en casa no necesita más que un libro y una cama. Llevaba años haciendo honor a ese lema cuando, recién instalado en Nueva York, recibió la oferta del presidente argentino, Mauricio Macri, para dirigir la Biblioteca Nacional. Manguel terminó sus clases en Princeton y Columbia, abandonó la redacción de la biografía de Maimónides que tenía entre manos y se trasladó a Buenos Aires para ejercer un trabajo que, dice, le ocupa los siete días de la semana. “Estoy pagando mi deuda con el país que me dio la educación sobre la que basé mi carrera”, explica sin un ápice de arrepentimiento. Autor del ensayo La biblioteca de noche, Alberto Manguel recurre a un símil gastronómico para ilustrar su aterrizaje al frente de una institución con 900 empleados: “He pasado de escribir recetas de cocina a trabajar con las manos en la masa. Pero yo no soy bibliotecario. Yo dependo de los extraordinarios especialistas con los que trabajo”.
El jurado del Premio Formentor destacó la importancia que Manguel concede a la difusión de la lectura entre las jóvenes generaciones en un momento en el que la industria del entretenimiento y las nuevas tecnologías “disipan la atención de los lectores”. Desde Buenos Aires, el flamante premiado ha remachado: “Hay obras que demandan cierto esfuerzo, sí, pero yo creo en la inteligencia básica del ser humano, una inteligencia ahora reprimida y distorsionada por cuestiones comerciales y políticas”.
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