Palma de Oro a una ‘modernez’ sobre posmodernos en un Cannes olvidable
Confieso haberme reído un par de veces viendo la letanía de 'The Square', de Ruben Östlund
Siempre me resulta pesadito y melifluo que en todas las ceremonias, festivales y premios relacionados con el cine, los presentadores repitan hasta el empalago o la náusea que el cine es amor, pasión, luz, misterio, magia, poesía y no sé cuántas cosas más. Digo yo que esos atributos milagrosos solo son aplicables al bueno. Y tampoco hay que abusar con la lírica y el énfasis, ya que acabarán convirtiéndose en un cliché fatigoso. En la entrega de los galardones de Cannes esa ternura se ha desbocado. Y viendo lo que he visto en la peor edición durante las tres décadas que llevo viniendo a lugar tan distinguido, me preguntaba con anticipado pasmo dónde habría encontrado el jurado esa belleza sublime que a mí se me escapa.
Presumiblemente la tarea ha sido ardua, al tener que elegir en el país de la nada. Pero el creador Pedro Almodóvar, al que la presentadora Monica Bellucci define como masculino, femenino, magnífico y algún otro calificativo que imperdonablemente olvido, asume su sagrada responsabilidad como presidente y otorga la Palma de Oro a The Square, una sátira presuntamente divertida sobre la impostura, sobre los esperpentos surrealistas que se acumulan en un museo de arte hipermoderno, dirigido por un señor bienintencionado y altruista con el que se ensañan todo tipo de equívocos y desgracias. La dirige el sueco Ruben Östlund. Se supone que es una fiesta de la hilaridad y la corrosión, que la acumulación de disparates entre tantos vendedores de humo tiene efectos inmediatos en el espectador cómplice a lo largo de dos horas y media. Confieso haberme reído un par de veces en esta letanía posmoderna. Imagino que hay que estar en la onda para apreciar su sofisticado humor. Y yo no lo estoy.
Ayer les citaba la película You Were Never Really Here, perpetrada por la directora Lynne Ramsay, como ejemplo máximo de un guion estúpido y una interpretación odiosa. Bingo por mi parte. Le han concedido el premio al mejor guion y al mejor actor, ese vocacional o natural intérprete de psicologías taradas que responde al nombre de Joaquin Phoenix.
Y cómo no, todos los asistentes a la gala se han levantado de sus asientos con gesto solidario y han ovacionado el Gran Premio del Jurado concedido a 120 latidos por minuto, del director francés Robin Campillo. Admito que el argumento de esta película, que cuenta la lucha reivindicativa y radical de una asociación asamblearia de enfermos de sida a principios de los años noventa, afecte a cualquier persona que no sea una bestia, pero vislumbrar arte mayúsculo en el estilo como está contada revela una miopía preocupante o una forma muy rara de sentir buena conciencia.
El premio a la mejor actriz a Diane Kruger, que otorga desgarro, desolación y venganza en In the Fade a una viuda cuyo marido e hijo han sido asesinados por los neonazis, es ajustado y creíble. También se han inventado un galardón especial, debido al 70º aniversario de Cannes, para Nicole Kidman. Y la mejor dirección le ha caído a Sofia Coppola por La seducción, remake muy correcto y pretendidamente feminista, de la perturbadora y magnífica El seductor, que firmó Don Siegel. Pero tanto Sofia Coppola como la protagonista Kidman, que tal vez esperaran honores aún más grandes, no se han presentado a recoger sus premios, aunque evidentemente se hayan sentido agradecidísimas a Cannes a través de grabaciones.
¿Y qué hay en el palmarés con lo que pueda estar de acuerdo? El premio menor a la rusa Nelyubov, una historia brutal, inquietante y muy bien narrada sobre el infierno que pueda vivir un niño al no sentirse amado por sus separados madre y padre.
Era imposible hacer quinielas con material tan insalvable. Tampoco se le puede reprochar al jurado su amor hacia la tontería sofisticada.
Babelia
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