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Crítica | Entre los dos
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La soledad de la melancolía

'Entre los dos' es una 'road movie' de áridos paisajes con antihéroe contemporáneo

Aidan Gillen y Erika Sainte, en una imagen de la película 'Entre los dos'.
Javier Ocaña

La soledad melancólica, seña de identidad del antihéroe en el western crepuscular, junto a la acerada violencia y a un fuerte componente antisocial, es capaz de teñir con colores de subgénero errante cualquier otra película que, en principio, poco tenga que ver con las derivaciones de un relato del Oeste. Es lo que ocurre con la irlandesa Entre los dos, road movie de áridos paisajes con antihéroe contemporáneo dentro: un exconvicto encargado de adoptar a su sobrina huérfana. Sin embargo, partiendo de estereotipos sobre el fracaso vital, su director, el novel Mark Noonan, es capaz de huir del atractivo rechazo moral que se puede sentir con tales personajes, para acabar abrazando una dulzura emocional que, por una parte, puede hacerle llegar a un arco de público menos dotado para la molestia, mientras por otro la alejará de los apóstoles de la ambigüedad del comportamiento, que somos minoría, pero más aguerrida.

ENTRE LOS DOS

Dirección: Mark Noonan.

Intérpretes: Aidan Gillen, Lauren Kinsella, Erika Sainte, George Pistereanu.

Género: drama. Irlanda, 2016.

Duración: 82 minutos.

El personaje de Aidan Gillen, estrella de la televisión gracias a series como The Wire y Juego de tronos, fiel a sus inicios irlandeses en películas tan atractivas como En el nombre del hijo, tiene además todas las trazas del cowboy errante de oscuro pasado (¿por qué ha pasado años en la cárcel?), con una nueva misión, casi evangelizadora. Y es ahí, en los encuentros con las figuras secundarias, donde Noonan decide querer demasiado a sus personajes. Una opción de decencia en el arco de la mayoría de los roles que lleva a la película hasta una calmada amabilidad, pese a sus peligrosos factores sociales, entre ellos, nada menos que la violencia de género.

Así, y pese a que a veces deja un cierto regusto a ya vista, y a que acude con demasiada asiduidad a los interludios musicales de corte indie para hacer fluir el relato, la película se ve con agradecido sentimiento, con la sensación de la caricia y el leve pellizco.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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