El hambre y las ganas de comer
La iconografía del ‘boom’ turístico revela el choque entre el franquismo y los visitantes extranjeros
No tiene buena fama el turismo. Pienso en cierto rock star que alardeaba, muy convencido, de ser “viajero”, no “turista”, como si el moverse por libre le proporcionara superioridad moral. Y no: se beneficiaba de su relajado ritmo laboral, por no hablar del estatus económico.
Sin embargo, algunas manifestaciones del turismo sí que gozan de la bendición general. Es dogma la consideración del turismo en la era franquista como un vector democratizador. Un voluminoso libro reciente, Bienvenido, Mr. Turismo (Ediciones Cátedra) matiza ese espejismo: más que socavar el franquismo, tal vez lo reforzó.
Advierto que la intención primaria de la autora, Alicia Fuentes Vega, es analizar la prolija iconografía generada por el fenómeno turístico: carteles, folletos, libros y revistas de viajes, catálogos, postales. Un material poco explorado y que evidencia fuertes tensiones.
Lo sabíamos pero, con todo, impresiona la pobreza que trasmitían las imágenes del typical spanish: esos pilluelos harapientos de Granada, redimidos estéticamente por el fotógrafo Bert Boger como herederos de “los niños campesinos de Murillo”. Los Sex Pistols lo simplificarían en 1977: “Vacaciones baratas en la miseria de otras personas”.
Se encajaba a los españoles en el mito del buen salvaje, tan estoico como el inevitable burro. La publicidad institucional destacaba la variedad paisajística y cultural pero la demanda se inclinaba por las playas soleadas y los sucedáneos del flamenco. Que conviene no minusvalorar: como recuerda la reedición de sus primeras grabaciones (Esencia de la rumba catalana, 2017), Peret debutó en un disco concebido como souvenir para extranjeros.
Las principales críticas coetáneas del boom turístico vinieron de los humoristas, con formidables viñetas de Cesc o Martinmorales; otros dibujantes aprovecharon para colocar macizas en primer plano. Respecto a las películas de suecas, la autora parece dudar ante esa teoría de Juan Bonilla, que las considera “relatos ejemplares”, advertencias del franquismo contra las tentaciones de la carne. Aunque sí reproduce un testimonio recogido por Bonilla en La Costa del Sol en la hora pop: la danesa Irene confiesa que no buscaba Babilonia; las sorprendidas nórdicas se liberaron de inhibiciones con idéntico entusiasmo al de los locales. La fórmula eterna: Sun + Sea = Sex.
¿Y el libertinaje de Torremolinos y las drogas en Ibiza? Minucias asumibles, a resolver con una redada enérgica, como ahora se hace en Cuba o Vietnam. Todo estaba previsto, si hemos de creer un escrito de Fraga Iribarne donde atribuye al turismo la conversión de la España del tardofranquismo en “una sociedad cosmopolita”, donde predominaba “un sentimiento internacional y paneuropeo”.
Curioso: Fuentes Vega puntualiza que algunos de los primeros autores foráneos de textos turísticos habían sido corresponsales durante la Guerra Civil o simpatizantes de la causa republicana. Igual que Ernest Hemingway, aún a regañadientes, contribuían a reforzar la amnesia sobre los orígenes del Régimen, que ya había logrado la aceptación internacional.
Todavía no se reconocía al boicot turístico como arma contra las dictaduras. De todas formas, cuando se intentó aplicar contra la Grecia de los coroneles, tampoco logró gran impacto: Leonard Cohen siguió pasando temporadas en Hidra y John Lennon presionó para que los Beatles compraran una isla en el Egeo. En su descargo: corría el 1967 y su cotidianidad era muy lisérgica.
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