Comerse al rico
El filme enfrenta a un microcosmos de aristócratas incestuosos con una tribu familiar de proletarios caníbales
LA ALTA SOCIEDAD
Dirección: Bruno Dumont.
Intérpretes: Juliette Binoche, Fabrice Lucchini, Valeria Bruni Tedeschi, Brandon Lavieville.
Género: comedia. Francia, 2016.
Duración: 122 minutos.
Mantener encendida la llama del cine trascendental bressoniano en el seno de una muy contemporánea poética de la crueldad y la transgresión no supone estar en la más previsible y rutinaria de las posiciones creativas. El francés Bruno Dumont podía haberse quedado ahí toda la vida, sin temor a que nadie le arrebatara el puesto, ni peligro de ser acusado de autocomplaciente, pero el cineasta ya lleva tres trabajos poniéndose radicalmente en cuestión: si Camille Claudel 1915 (2013) le permitió observar la reacción química provocada al colocar a una estrella como Juliette Binoche frente a un reparto de internas psiquiátricas reales, la serie (y, más tarde, película) El pequeño Quinquin (2014) le llevó a pasar toda su poética anterior por el cedazo de un humor desconcertante y fracturado. La exploración de insólitos registros de comedia prosigue con La alta sociedad, un trabajo que tiene uno de sus alicientes más espectaculares en las desaforadas sobreactuaciones de intérpretes como Fabrice Luchini, Valeria Bruni Tedeschi y, de nuevo, la Binoche, que alcanza aquí insospechadas cumbres de disonancia dramática en lo que sólo la pereza de una mirada paralizada por la corrección podría menospreciar como pésima bufonada.
Unas fotos de principios del siglo XX, en las que los lugareños cargaban a hombros con veraneantes burgueses para hacerles cruzar la bahía de Slack en Pas-de-Calais, inspiró al cineasta esta farsa sobre la lucha de clases con una Otredad transgénero en la intersección de ambos frentes. Sin excesiva piedad y buscando en todo momento la ignición grotesca, La alta sociedad enfrenta a un microcosmos de aristócratas incestuosos con una tribu familiar de proletarios caníbales, proponiendo como única vía posible –pero frágil- de comunicación entre estos dos mundos la atracción sentimental que el hijo de estos siente por la hija de aquellos. El tono delirante no hará más que amplificar la brutalidad final del desencuentro.
Dumont ancla la comicidad de sus personajes en las distorsiones de su lenguaje corporal –impagable el obeso inspector que desciende dunas rodando- y no compromete su exquisito gusto por la composición paisajística y por las rítmicas interacciones de sus figuras en el espacio.
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