Montar una escena para que no te peguen ni te insulten
Creadores europeos analizan en Sevilla cómo convierten los escenarios en herramientas contra los prejuicios y la violencia
Las artes pueden hacer más por la integración social y por el reconocimiento del valor de la diversidad que mil campañas oficiales. No es nuevo. Ya la Unesco señaló la educación artística como la mejor forma de contribuir a la solución de problemas sociales y culturales contemporáneos. Sin embargo, aún es un camino minoritario sobre el que algunos de los principales protagonistas europeos han debatido en Sevilla a iniciativa de la asociación TeVeo y el Ayuntamiento.
Charo Sánchez Casado, de HazTuAcción, ha llevado ya ante más de 3.000 adolescentes el problema de la violencia machista. “La teoría la tienen clara, pero no se dan cuenta de la realidad hasta que la escena la pone en evidencia”, comenta. Todos podemos actuar. La violencia fuera de escena parte de una pareja convencional con quienes todos los adolescentes sintonizan de inmediato. Sin embargo, los actores van introduciendo elementos que hacen encender las alarmas en el público, que empieza a proponer un relato diferente.
Sánchez Casado se sorprende de cómo muchas chicas tienen interiorizados patrones machistas que perciben como normales o cómo los adolescentes carecen de experiencia y preparación para poner límites a determinados comportamientos. Todas estas deficiencias se ven con la escena. “Es una forma de prevención, de reflexionar, de tomar conciencia”, explica esta exprofesional de la gestión teatral que encontró en la “psicoescena” la manera de no romper con su vocación.
A su lado, Daniele del Pozzo, director del Teatro Arcobaleano en Bolonia (Italia), asiente sobre la experiencia, que en su caso ha cristalizado en un festival internacional, el Gender Bender, donde todas las artes se ponen al servicio de la identidad de género.
Al igual que el resto de creadores, Del Pozzo cree que parte fundamental de las artes escénicas como arma de transformación social es el diálogo. En sus experiencias, que cuentan con apoyo económico de un banco y el institucional de la ciudad y la Universidad de Bolonia, se programan a veces obras clásicas donde la identidad de género se descubre cuando el espectador cambia su papel pasivo y se incorpora a la obra.
Esa participación del destinatario de la creación artística en la génesis de la obra la lleva Laurence Janner a su máxima expresión. La actriz francesa es cofundadora del festival Latcho Divano y dirige Badaboum Théâtre en Marsella (Francia), un espacio que además de escena es escuela de teatro, circo y danza.
“No enseñamos a que sean profesionales. Nuestra prioridad es que los niños (su objetivo principal) se acepten los unos a los otros a través de la creación”, afirma Janner tras relatar que sus experiencias han sido adaptadas con éxito a Rumanía y Marruecos. Del Pozzo comparte esa ventaja de la “intensa experiencia artística”. “Aprendes a mirar con los ojos de los otros, a respetar”, añade.
Janner, que tiene un programa especial dirigido a niños de etnia gitana, explica la dificultad de esta forma de usar las artes escénicas con fines sociales directos. “Obliga a los creadores a estar alerta sobre las respuestas que busca el público y a sus peculiaridades. Por ejemplo, antes de hacer una representación que hable sobre la muerte, tenemos que saber si es el momento adecuado”.
La actriz francesa relata cómo utilizan cuentos tradicionales universales para “conectar e integrar” a diferentes públicos y han descubierto que, las personas mayores admiten en la intimidad cierto contenido sexual en Caperucita roja que ocultan cuando llega la hora de expresarse en público o que el mismo cuento y los mismos personajes configuran un relato totalmente distinto según la cultura de los niños que lo lleven a escena.
Babelia
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