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La muerte de dos fans acelera el final de la locura argentina por el Indio Solari

Crónica de una noche de excesos en Olavarría, donde se juntaron 400.000 seguidores que ya temían que fuera el último concierto

Cerca de 400.000 personas asistieron al recital del Indio Solari en Olavarría.Vídeo: AP / EPV

Podía ser el último concierto. El párkinson le pisa los talones a Carlos Solari, de 68 años, y nadie sabe cuándo le ganará. Con ese temor en la cabeza, decenas de miles de fans de toda Argentina comenzaron a movilizarse el viernes hacia Olavarría, una ciudad de 130.000 habitantes en el centro de la provincia de Buenos Aires. El lugar elegido estaba rodeado de una gran mística ricotera: hace 20 años Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (la anterior banda de Solari) dieron allí la única conferencia de prensa de su historia. Los músicos criticaron entonces con dureza la decisión del alcalde, que prohibió el recital por considerar que la ciudad no estaba preparada para recibir a tanta gente y garantizar la seguridad. Volver allí tenía cierto sabor de venganza. Demostraba también que en esas dos décadas el Indio se ha convertido en un mito en vida y nadie quería perderse una posible despedida.

El sábado Olavarría era una ciudad tomada y no paraban de llegar nuevos autobuses con seguidores que habían pasado siete, diez y hasta 20 horas en la carretera para asistir al show del Indio Solari y Los fundamentalistas del aire acondicionado. Decenas de tiendas de campaña se habían plantado en los parques, los laterales de las vías y hasta en mínimos trozos de césped de las aceras. En las calles y edificios abandonados se encendieron pequeños fuegos para tirar sobre ellos unas carnes y choris a la parrilla. Cerveza y fernet en abundancia regaban los asados, a los que hacían la competencia miles de pequeños puestos improvisados por todas partes. Las más de 400.000 personas que se reunieron en Olavarría colapsaron la red de telefonía móvil y la ciudad quedó desconectada del mundo exterior. Los conciertos de los Redondos, antes, y del Indio, ahora, significan para muchos una suerte de paréntesis a los problemas cotidianos, el momento esperado en el que el ghetto toma la ciudad que toque en suerte para desplegar una batería de códigos que pocos entienden pero que muchos quieren conocer, sobre todo desde que el mito ricotero se abrió a los conciertos masivos.

El Indio Solari durante el concierto de Olavarría.
El Indio Solari durante el concierto de Olavarría.Reuters

La señalización brillaba por su ausencia, pero todo el mundo parecía saber dónde ir (y aquel que no, sólo tenía que seguir al rebaño). Al anochecer, una multitud de fans comenzó a peregrinar en orden hacia el predio rural La Colmena donde Solari iba a oficiar la misa ricotera, dejando a su paso un río de latas pisadas. "La luna la vamo' a copar", cantaban los presentes al ver cómo se alejaba la amenaza de tormenta y la luna llena iluminaba el camino. Los habitantes de Olavarría convirtieron los patios de sus casas en puestos de venta de cerveza y sándwiches hasta altas horas de la madrugada y de las fachadas colgaban pancartas de Los Redondos y hits como "Ji Ji Ji", "Bestia pop" y "Ñam Fri Frufi Frali Fru" sonaban por los altavoces. Algunos se subieron a los tejados para ver pasar a la masa hermanada por la música, ajena a las habituales rivalidades futbolísticas y políticas. Había una mayoría de hombres jóvenes, pero también familias enteras con sus hijos e incluso padres que empujaban carritos de bebés. Las misas ricoteras dejan en los pueblos, sobre todo en las economías primarias, ganancias que se cuentan por millones de pesos.

Aforo desbordado y ausencia de controles

El tramo final antes del recinto era una zona arbolada y casi sin iluminación, embarrada por la lluvia caída horas antes. Apenas un puñado de los 900 policías dispuestos por la comuna hicieron trabajos de prevención y organización. En los accesos fue suficiente mostrar la entrada de lejos. Muchos otros se colaron sin problemas. La capacidad del predio era para 200.000 personas y se estima que se duplicó el aforo previsto. Tampoco hubo ningún control de seguridad en la entrada, así que elementos prohibidos como botellas de vidrio, encendedores y bengalas, se pasaron sin problemas.

Ante la previsión de una gran multitud, se habían colocado 15 torres de sonido y pantallas alrededor de todo el campo. El frío e intenso viento provocaba que la música llegara en ráfagas, pero nada de eso importaba al público, que enloqueció de emoción cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de "Barbazul vs. el amor letal". La atmósfera se caldeó aún más cuando sonaron otros dos clásicos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, "Ropa Sucia" y "Héroe del whisky", pero el Indio Solari frenó el concierto al vislumbrar problemas entre la multitud que se amontonaba frente al escenario. Con las luces encendidas y visiblemente molesto, el cantante pidió al público que se tirase dos metros para atrás para poder sacar a personas que se habían desvanecido. La actitud de Solari es la misma desde que nacieron Los Redondos, allá por la década del 70: el show no sigue hasta que la masa se calma. El artista siempre intentó impartir a su público un sentido de protección personal fundado en el amor propio. "Cada uno conoce el precio de su propio culo, no nos olvidemos de nosotros mismos" es una de sus frases más recordadas. Está a la vista que no lo logró.

"Deben estar borrachos, no los pisen", ordenó el músico, quien solicitó la presencia de miembros de Defensa Civil. El caos que se vivió en las primeras filas no se percibía en el resto del campo, donde los fanáticos estaban ansiosos por cantar y bailar y aceptaron resignados esa primera interrupción y las siguientes. Después de tocar varios temas de su carrera solista, Solari contentó a los nostálgicos con "Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia" y "Todo preso es político" y subió el tono político con "Nuestro amo juega al esclavo". Se le veía afectado por la enfermedad y en un par de ocasiones se olvidó la letra, lo que provocó desazón y dolor entre sus fieles. El pico máximo llegó con Etiqueta Negra, un tema que suele no tocar en vivo, y que resume a modo de presagio: "Venía rápido, muy rápido, y se le soltó un patín. A él que era rey de esta jungla, se le soltó un patín". Como es habitual, el concierto cerró con el pogo más grande del mundo al ritmo de "Ji Ji Ji", al que el Indio encadenó "Mi perro dinamita", tal vez el tema más comercial en la historia de una banda que hizo del oscurantismo un principio.

El único momento de caos generalizado fue la salida, pésimamente organizada. El vallado del recinto y la habilitación de un único lugar para abandonar el campo provocó un embudo y exasperó a los fanáticos, que comenzaron a tirar abajo las planchas de madera. Ya liberados, se lanzaron a caminar silenciosos por la zona boscosa, como en una escena de The Walking Dead, en busca de su autobús, automóvil, tienda de campaña o lugar elegido para descansar. Sin señal de celular, casi ninguno de los presentes supo esa noche la tragedia que había ocurrido a unos metros de ellos. Antes de subir al micro que los llevaría de regreso a casa, un ricotero argentino y otro uruguayo discutían sobre la posibilidad de un próximo concierto. "No puede ser que su última palabra haya sido 'mi perro dinamita", le decía uno al otro, en referencia a ese tema. Los dos muertos y la docena de heridos registrados en el recital hacen casi imposible pensar en un regreso a los escenarios. Como ocurrió con Los Redondos tras su separación, parece que el mito sólo quedará en las pieles, ya sea con tatuajes o con heridas.

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