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Crítica | Doña Clara
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una mujer de ayer y de hoy

El conjunto siempre es lo suficientemente atractivo y, a la vez, trascendente, y con un torrente interpretativo a la cabeza: Sonia Braga

Sonia Braga, en 'Doña Clara'.
Javier Ocaña

DOÑA CLARA

Dirección: Kleber Mendonça Filho.

Intérpretes: Sonia Braga, Jeff Rosick, Irandhir Santos, Maeve Jinkins

Género: drama. Brasil, 2016.

Duración: 140 minutos.

La dicotomía entre lo viejo y lo nuevo, entre aquellos tiempos que ya no volverán y el presente incierto, quizá no tenga mejor reflejo que el de las cosas que poseímos y que aún podemos palpar: aquel disco con el que vivimos instantes irrecuperables, la ventana de esa casa en la que leímos los libros de una vida y vislumbramos un futuro que ya está aquí pero que no se parece en nada a lo que imaginamos. No es nostalgia, es la certeza de que algo queda, y hay que agarrarse a ello. Como la de la fabulosa protagonista de la película brasileña Doña Clara, segundo largometraje de ficción de Kleber Mendonça Filho. Una mujer que, a los 65 años, y tras haber pasado por el cielo y el infierno, solo pretende seguir siendo lo que es.

Doña Clara está llena de temas que conducen a una misma esencia: el matonismo inmobiliario, la familia, el legado, las interferencias de los hijos llegado un cierto momento de la vida, la huella que deja la enfermedad, para mal, pero sobre todo para bien si se consigue dejar atrás, la decadencia del cuerpo y el mantenimiento del deseo, el sexo, la amistad e incluso la música. Periodista musical (el combate entre lo analógico y lo digital también está presente), esta mujer lucha contra todos mientras se mantiene fiel a sí misma. Y Mendonça Filho lo expone con mejor lenguaje de texto que de imagen, por culpa de una desangelada fotografía y esos espeluznantes zooms a destiempo, que parecen otra vez de moda en ciertos sectores de la autoría mundial.

Con una metáfora algo obvia, de nuevo expresada en otra dualidad, entre el cáncer y las termitas, la película peca a veces de una innecesaria explicitud en acciones, texto e imagen (la reunión en la inmobiliaria), pero el conjunto siempre es lo suficientemente atractivo y, a la vez, trascendente. Y además tiene un torrente interpretativo a la cabeza, una Sonia Braga personalísima y sin complejos, cargada de matices.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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